CALLE COOPERATIVA

Los abusos del monopolio que la empresa de fabricación de gas ejercía hace años con el suministro de fluido, hizo que pensara el librarse de la opresión que abrumaba a los consumidores. De ahí que al estar para terminar el contrato que con el municipio tenía celebrado la empresa, se convoca una numerosa reunión de consumidores, la que tuvo lugar en el circulo mercantil en Noviembre de 1884, concurriendo representaciones de bancos, de la industria y de todos los gremios, acordándose por unanimidad la creación de una fabrica de gas, idea que germina el 21 del citado mes y el día 14 de diciembre habían ya suscritas 7000 luces y 8500 acciones, quedando constituida la sociedad cooperativa en 4 de Febrero de 1887.
Se demostró entonces la virtud que en momentos determinado tienen el pueblo de Cádiz, venciendo todo los obstáculos que para entorpecer y anular la beneficiosa obra, presentaba la poderosa empresa extranjera, a que llega a conservar no solo que el gobernador civil ordenara la paralización de los trabajos, como también la real orden de 4 de Mayo de el ministerio de la gobernación don Venancio González anulando la autorización para canalizar.

 Esta nueva imposición indignó los ánimos, celebrándose importante manifestación publica el 5 de Mayo, en la que tomó parte el Excmo. Sr. Obispo don Vicente Calvo y Valero, dimitiendo la alcaldía don Enrique del Toro que con certeza firmó antes de abandonar el puesto la orden para emprender los trabajos de canalización que prohibía el ministerio. Al día siguiente, 14.000 obreros, provisto de picos y palas, en breves horas dejaron canalizadas las principales calle de todos los barrios de la población. Un día de luto pudo originar la intransigencia del gobierno, que se evitó gracias al tacto y buena voluntad del Excmo. Sr. Don Camilo Paloviejo, capitán general de Andalucía, accidentalmente en esta ciudad, y al gobernador militar de esta plaza Excmo. Sr. Don Alejandro Rodríguez Arias, que haciendo presente al Sr. Sagasta el estado de la población, evitaron el conflicto, que hubiera surgido de impedir por la fuerza, el ejercicio de un legitimo derecho.
Esto costó la dimisión del ministro Sr. González, haciendo triunfar las aspiraciones de Cádiz, cuyo vecindario en la noche de 15 de Noviembre de 1886, aclamaba a la junta directiva de la sociedad naciente, y prorrumpía en atronadores aplausos, cuando los individuos de aquella encendían los faroles de la plaza de la Constitución, en los que brillaba el fluido de la nueva fabrica.
Subastado el alumbrado público, concurrieron las dos empresas y abiertos los pliegos resultó que la compañía lo hacía gratis durante tres años, espléndido donativo que le hizo a la ciudad. La fabrica de esta sociedad se estableció en terrenos próximos a Puntales y de ella tomó nombre la calle que ha espaldas de la fabrica de gas Lebón, pone en comunicación el barrio de San Severiano con la segunda Aguada. En 1896 amplió sus negocios con una fabrica de producción de electricidad, siendo mayor cada día el auge y prestigio de esta genuina sociedad gaditana, sin que olvidemos de consignar los nombres de los Sres. Don Enrique Mac Pherson, don Carlos Sergedahll, don Vicente Rubio y Díaz y don Juan A de Aramburu que hoy ocupa el cargo de gerente que tan activa parte tomaron en su constitución.

Carlos Fernández Shaw

 (Cádiz, 23 de septiembre de 1865 – El Pardo, Madrid, 7 de junio de 1911), dramaturgo, poeta y periodista español, padre del periodista y libretista Guillermo Fernández-Shaw Iturralde.
En su ciudad natal cursó las primeras letras y la secundaria, aunque Pedro Sainz de Robles afirma que estudió en el Instituto de Noviciado, en Madrid; el caso es que el dramaturgo siempre se quejó amargamente del poco caso que le hicieron sus coterráneos. En Cádiz, empero, ganó como estudiante varios premios de poesía. En 1883 publicó su primer poemario, Poesías, y cuatro años más tarde Tardes de Abril y Mayo bajo los auspicios de Gaspar Núñez de Arce. Se traslada a Madrid para estudiar Derecho y se licencia por la Universidad Central. Fue secretario y más tarde director de la Sección de Literatura del Ateneo de Madrid. Colaboró en La IlustraciónEl Correo, ABCBlanco y NegroNuevo Mundo y Por Esos Mundos. Fue redactor de La Época desde 1888 hasta 1899, año en que abandonó el periodismo para dedicarse exclusivamente al teatro, en lo que tuvo que ver sin duda el formidable éxito de la zarzuela La revoltosa (1897), cuyo libreto había compuesto junto a José López Silva. Esta colaboración fue el comienzo para ambos de una fructífera relación creativa en el campo del teatro lírico. En 1910 enferma de neurastenia; el 30 de mayo de 1911 ingiere veneno en un rapto de locura y casi fallece en ese conato de suicidio, si bien a los pocos días (7 de junio) dejó de existir en el Pardo tras largos padecimientos. Su hijo Guillermo (famoso autor de las zarzuelas Doña FrancisquitaLa rosa del azafránLuisa FernandaLa tabernera del puerto), se hizo cargo de sus proyectos de colaboración interrumpidos como libretista de zarzuelas con el dramaturgo Federico Romero Sarachaga. Está enterrado en el Cementerio de la Almudena de Madrid, y en su lápida están estos versos suyos: «Cuando sueño con la Muerte / sueño también con mi tumba; / tumba de piedra sencilla, / donde me busque la luna…»Como poeta se le considera un precursor del Modernismo junto a Manuel Reina y Ricardo Gil; fuera de su etapa inicial, marcada por el sello de Gaspar Núñez de Arce, y que se recoge en el amplio volumen de Poesías (Madrid, Imprenta de Fortanet, 1883), se le deben en esta faceta los libros Poesía de la sierra (1908, segunda edición corregida y aumentada en 1913), considerado su obra maestra; Poesías del mar (1909), que fue también muy alabado por la crítica; La vida loca (libro de versos) (1909); El poema de caracol. Poema picaresco (1909), El alma en pena (1909[cita requerida], libro dedicado a la memoria de su padre),El amor y mis amores (Poemas ingenuos) (1910), La Patria Grande (Cantos marciales – Odas cívicas – Poemas rústicos) (1911);, Poemas del pinar (1911),Cancionero infantil y Los últimos cantares. También cultivó la leyenda: El defensor de Gerona: leyenda (Madrid: Gutenberg, sin año). Una antología de sus versos, El canto que pasa: antología poética (1883-1911), realizada y prologada por su hijo Guillermo, fue publicada en Madrid en 1947 por Aguilar. Sus Poesías completas fueron recogidas e impresas con prólogo de Melchor Fernández Almagro (Madrid: Gredos, 1966, Gráficas Cóndor).
Como autor dramático escribió sainetes (No somos nadie, 1909, con Francisco Toro Luna), pero se consagró especialmente al género chico y a la zarzuela. Fue autor junto con José López Silva, su coautor preferido, de uno de los exitazos de este último género, La revoltosa (1897), y siguió colaborando con él en El gatito negro (1900) y El alma del pueblo, (1905) ambas con música de Ruperto Chapí, entre otras piezas. Él solo escribió los libretos de las óperas Margarita la Tornera (1908), también de Chapí, y Las grandes cortesanas (1902). Escribió sobre todo en colaboración, aparte de con el mencionado José López Silva, también con otros autores como Luis López Ballesteros (Columba, 1910, ópera con música de Amadeo Vives, o La buena Ventura, 1901, inspirada en la novela de Cervantes), Javier de Burgos (La llama errante, zarzuela de 1888), Carlos Arniches (El baile del CasinoLos pícaros celosEl maldito dineroLa canción del náufrago), Tomás Luceño, Eusebio Blasco, Ramón Asensio Mas, Pedro Muñoz Seca (Las tres cosas de Jerez, 1907) y muchos otros. Hizo también revistas (Instantáneas, 1899, con Carlos Arniches y López Silva), juguetes (El hombre feliz), parodias (Sotero Chorli o Contra un padre no hay razón), dramas (La bendición) y comedias (La venta de Don Quijote, 1904; Las figuras del Quijote, 1910). También hizo el libreto de La vida breve, con música de Manuel de Falla.
Refundió obras clásicas, como Las castañeras picadas, sobre el sainete homónimo de Ramón de la Cruz, o Don Lucas del Cigarral, en colaboración con Tomás Luceño y con música de Amadeo Vives, sobre Entre bobos anda el juego de Francisco de Rojas Zorrilla. Las bravías: sainete lírico en un acto, dividido en cuatro cuadros (1897), de José López Silva y Carlos Fernández Shaw, con música del maestro Chapí, se inspira en La fierecilla domada de Shakespeare. En el episodio de Paolo y Francesca de la Divina comedia de Dante Alighieri se inspira La tragedia del beso: poema dramático en tres cantos Madrid, 1910 (R. Velasco imp.). Asimismo adaptó varias obras de François Coppée (La bendiciónEl certamen de CremonaSevero Torelli -parodiado luego por él mismo en su Sotero Choreli-). En el Don Álvaro, o La fuerza del sino del Duque de Rivas se inspira El final de don Alvaro: drama lírico en dos actos, con música del maestro Conrado del Campo (1911).
Recopiló sus cuentos en La pícara Olalla, Madrid, sin año, aunque póstuma según el prólogo de su hijo Guillermo; esta obra incluye asimismo su famoso Poema de caracol. También escribió el discurso Relaciones entre la ciencia y la poesía: memoria leída en el Ateneo de Madrid la noche del 1º de diciembre de 1884 (Madrid: Guttenberg, librería nacional y extranjera, 1885, Imp. de Manuel G. Hernández)

Diego Fernández Montañés y Alvarez

El mayor benefactor que Cádiz haya tenido.

Sin duda alguna, el mayor benefactor de la ciudad de Cádiz. En 1874 los gaditanos quedaban asombrados al conocer que Diego Fernando Montañés, un comerciante que llevaba muchos años residiendo en Madrid, había legado su inmensa fortuna en beneficio de la ciudad que le había visto nacer. Montañés encabezaba su generoso testamento señalando su orgullo por haber nacido en Cádiz, añadiendo que sus “buenísimos padres, Gabriel Quintín Montañés y María del Pilar Blanca Álvarez, también eran gaditanos”.

Las cifras eran fabulosas y dedicadas a “llevar aguas potables a Cádiz, limpiar el puerto, establecer una granja modelo y crear un Colegio Naval Civil”. Desgraciadamente, la testamentaría de Montañés, encabezada por el famoso abogado y político Francisco Silvela, estuvo largos años pleiteando con el Ayuntamiento de Cádiz en orden a la aplicación del legado. Por fin hubo acuerdo entre las partes y en en 1879 la testamentaría se hace cargo de las obras del muelle y en 1883 procede a comprar el abastecimiento de aguas potables a la sociedad `The Cádiz Water Work Limited’, incluidos los manantiales de la Piedad, en El Puerto.
Sede de Aguas de La Piedad, en El Puerto, donde existían las colonias infantiles de niños gaditanos que iban a esa zona de la ciudad vecina, en diversas temporadas.
Portada de la Revista de Obras Públicas de 1888, donde se recoge el Abastecimiento de Aguas a la Ciudad de Cádiz.

Con el remanente aún se pudo acometer la construcción del muelle de hierro de Puntales y colaborar sustancialmente en la creación del Monte de Piedad y Caja de Ahorros de Cádiz. En los años veinte del pasado siglo, el Ayuntamiento de Cádiz encargó al famoso escultor, Juan Cristóbal, una escultura de Montañés, que fue colocada en el lugar que hoy ocupa la fuente de las Tortugas. Posteriormente la escultura de Montañés pasó a un lateral de la Diputación Provincial y hoy está colocada en los jardines de Canalejas. Una estatua, como tantas, un tanto viajera.

José Benjumeda y Gens

José Benjumeda y Gens fue un médicoy catedráticoespañolnacido en Cádizen junio de 1787.
Ingresó de colegial interno en el Real Colegiode Cirugía de Cádiz a los 17 años de edad. Obtuvo el premio de fin de carrera, expidiéndose RealDespacho de primer profesor de la Armada. Embarcó en el San Pedro de Alcántarapasando a la Habanay a Veracruz, en donde atendió a las epidemias de fiebreamarilla.
En noviembre de 1811 se le nombró disector anatómico del Real Colegiode Medicina y Cirugía de Cádiz. En 1824 se le nombra catedráticopropietario de Anatomía teórica y práctica y MaestroConsultor de la Armada Nacional.
Fue uno de los fundadores de la Sociedad Médico-Quirúrgica de Cádiz . En 1843 se suprimen los Reales Colegios y se transforman en Facultades de Ciencias Médicas, aunque el de Cádiz parecía abocado a la desaparición, sus fuerzas vivas –comercio y municipio a la cabeza– consiguieron su reapertura en 1844 y al año siguiente se transformó en Facultad de Medicina de la Universidad Literaria de Sevilla en Cádiz. En 1845 accedió Benjumeda a Decano interino y en 1847 es el primer Decano de la Facultad de Medicina de la Universidad de Sevilla en Cádiz. Aparece con el Nº 32 en el escalafón de 290 primeros catedráticos de 1849.
En un discurso conmemorativo a su antiguo profesor hizo una encendidadescripción de la batalla de Trafalgar desde el punto de vista médico.
Un alumno suyo llamado Federico Rubio y Galí escribió en su libro»Mis maestros y mi educación» sobre D. JoséBenjumeda :…»sesenta años de edad, pequeñuelo el cuerpo, un tantorechonchete, nariz breve y labios gordos. El tener los pies deformados porjuanetes y callos le obligaba a andar dolorido con torpeza y las piernasabiertas influyendo tales circunstancias en su carácter, que resultabamalhumorado y refunfuñón. Mas, como D. José era por dentro tan benigno,indulgente y bueno, la apariencia contraria lo hacía más simpático, respetado yquerido… Siembre decía a todo que no pero después, accedía» .
Casado en dos ocasiones, tuvo ocho hijos del primer matrimonio. Tres de ellos Manuel, Federico y José Antonio destacaron como catedráticos deMedicina. Tenía su domicilio en el barrio de Hércules, en la Plaza de Viudas nº 27 .Fallecido en Cádiz el 27 de abril de 1870 .
Flor de Lis por el rey de Francia debido a los servicios prestados a losfranceses como cirujano en 1819. Médico de Cámara Honorario de Su Majestad;Vicepresidente de la Academia Nacional de Medicina y Cirugía; Vocal de la Junta de Instrucciónpública; Vocal de la Junta Provincial de Sanidad por Real nombramiento; CaballeroComendador de la Ordende Carlos III; Caballero Comendador de la R.O. Americana deIsabel la Católica,miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País. Médico de Cámara Honorario del Ilustre y Real Cuerpo de Maestranza deCaballería de Ronda .
En el patio de la Facultadde Medicina de Cádiz hay un busto suyo de bronce y en el Decanato un retrato alóleo. El Ayuntamiento, en Cabildo de 20 de mayo de 1870 acordó poner el nombrede Benjumeda a la antigua calle de La Zanja, afluente a la Facultad de Medicina, que todavía perdura.

Antonio Alcalá Galiano


Perteneció a una influyente familia de militares como hijo del marino Dionisio Alcalá Galiano, muerto en la batalla de Trafalgar, tío del escritor Juan Valera. Y sobrino del Capitán General de la Armada, Don Juan María de Villavicencio y de la Serna, Regente del Reino, durante la estancia de Fernando VII en Bayona.

Tras sus estudios en el Real Colegio de la Purísima Concepción de Cabra, recorrió con su padre el Mediterráneo en 1802, deteniéndose en Nápoles. En 1806 ingresó como cadete en Guardias Marinas Españolas y al año siguiente fue hecho maestrante de Sevilla. El 8 de noviembre de 1808 casó con María Dolores Aguilar, de la que tuvo un hijo y se separó, presuntamente por infidelidad de la esposa en 1815. Por entonces tenía fama de libertino y borracho. Era, además, de una extrema fealdad.

Abandonó la carrera militar en 1812. Doceañista en su juventud, tomó partido junto con José Joaquín de Mora en 1814 contra la introducción del Romanticismo reaccionario germánico por Juan Nicolás Böhl de Faber en Cádiz, pero después de su emigración londinense apoyó la nueva estética, de lo que da fe su «Prólogo» a El moro expósito de su gran amigo Ángel de Saavedra, Duque de Rivas, que supone de hecho el manifiesto del Romanticismo español. Participó en la conspiración que terminó con el triunfo del liberal Rafael del Riego en 1820 y la proclamación de la Constitución de Cádiz derogada por Fernando VII. Fue considerado como un gran orador y defendió el liberalismo exaltado en la Fontana de Oro durante el Trienio Liberal, en que militó en la sociedad secreta Confederación de Caballeros Comuneros, pero luego se pasó a la Masonería y al partido moderado y tuvo que marcharse al exilio al votar la incapacidad del rey Fernando VII en 1823.

En Londres sobrevivió enseñando lengua y literatura española. Hasta entonces era fundamentalmente un gran lector de Montesquieu; a partir de entonces se imbuyó del pensamiento político inglés y en consonancia con el liberalismo moderado de Edmund Burke rechazó la política de principios abstractos y se inclinó por el utilitarismo hasta convertirse al liberalismo doctrinario de Alexis de Tocqueville y Benjamin Constant de Rebecque.

Sus coetáneos son unánimes al afirmar que Antonio Alcalá Galiano destacaba como orador. Además es autor de una de las mejores autobiografías del siglo XIX, redactada en dos versiones: los Recuerdos de un anciano (1878) y las Memorias (1886), algo más detalladas. Por otra parte, fue también un gran crítico literario, como demuestran sus Lecciones de literatura española, francesa, inglesa e italiana del siglo XVIII. Compuso además unas Lecciones de derecho político y constitucional (1843).
Obras Recuerdos de un anciano (1878)
Memorias (1886)
Lecciones de literatura española, francesa, inglesa e italiana del siglo XVIII
Lecciones de derecho político y constitucional (1843).
Apuntes para servir a la historia del origen y alzamiento del ejército destinado a Ultramar en 1 de enero de 1820
Sonetos

En el álbum de la señorita de Gaviria

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Juan Álvarez Mendizábal

Hijo de Rafael Álvarez Montañés, comerciante, y de Margarita Méndez, aprendió idiomas modernos y recibió formación comercial en el negocio de su padre. Durante la Guerra de la Independencia, sirvió en el Ejército del Centro y, habiendo sido capturado en dos ocasiones, logró fugarse en ambas. El 21 de febrero de 1812 se casó con Teresa Alfaro y desde entonces decidió cambiar su segundo apellido, Méndez, por Mendizábal, para ocultar el origen al parecer judío de los Méndez, según la opinión más generalizada, por más que en 1811, siendo Ministro de Hacienda del Ejército del Centro, firmaba ya sus documentos como Mendizábal, tal y como se puede encontrar en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, por lo que su nombradía como Mendizábal le precedía antes de casarse.

Entró en contacto con Vicente Bertrán de Lis, del que aceptó un empleo, pasando poco después a ser socio suyo. Comisario de guerra honorario en 1817. Desde 1819 se encarga de los suministros del ejército de Andalucía, lo que le permite prosperar y le pone en contacto con los revolucionarios liberales, convirtiéndose en uno de ellos. Fue masón del «Taller Sublime» de Cádiz junto a Francisco Istúriz y Antonio Alcalá Galiano. Adelantó dinero (que se hizo pagar) para la conspiración de Rafael del Riego y se unió a su tropa desde el 27 de enero hasta el 4 de marzo de 1820. Se dedica por entonces a la importación de carey de Birmingham para fabricar peines. Durante la marcha de las Cortes a Cádiz en 1823, Mendizábal organizó el traslado y avitualló lo que quedaba del ejército y se encargó también de la intendencia de la Cádiz sitiada. El 30 de septiembre de ese año escapó a Gibraltar. Condenado a muerte por el absolutista Fernando VII como tantos otros, marchó emigrado a Londres, donde ingresó en prisión por deudas, aunque pronto logró salir a flote negociando la importación de vinos españoles. Allí consolidó una gran red de amigos y socios que en el futuro le resultarían muy útiles. Sus negocios le llevaron a Francia al menos en 1828 y en 1830.

Intervino en la financiación de la expedición de Vera en 1830 de acuerdo con Ardouin y otros financieros. Después intervino también en la financiación y organización de la guerra civil portuguesa, en el bando liberal, por supuesto. También financió una fuerza militar en Bélgica. En 1834 el conde de Toreno le invitó a volver a España y fue nombrado ministro de Hacienda el 15 de junio de 1835, alcanzando la Presidencia del Gobierno en lugar de Toreno el 25 de septiembre. Aunque estaba implicado en la «revolución de las juntas», negociaba semisecretamente también con la Junta de Andújar, la de Barcelona, con Istúriz, Alcalá Galiano, Argüelles y el Conde de las Navas.

El partido mendizabalino no era popular, a pesar de la fama que le dieron los decretos desamortizadores del 19 de febrero y 8 de marzo de 1836, la llamada Desamortización de Mendizábal, que pasó las propiedades improductivas y en poder de la iglesia y las órdenes religiosas, no a manos del pueblo, como era la intención de Mendizábal, sino a las manos de la oligarquía terrateniente, con lo que se evitó la formación de una clase media o burguesía que realmente enriqueciera al país y no siguiera ocupando latifundios improductivos. El procedimiento seguido para evitar que las propiedades pasaran al pueblo fue el subastar las propiedades en grandes bloques que los pequeños propietarios no podían costear. Mendizábal no gestionó el desarrollo del proyecto, pues la reina gobernadora le depuso el 15 de mayo de 1836, menos de un año después de llegar al poder, aunque volvió a ser ministro de Hacienda con Calatrava después de la Revolución de 1836.

Otra reforma importante fue la redención de quintas, con la que daba oportunidad a los burgueses de pagar si no querían que sus hijos fuesen al servicio militar y por concluyente a la guerra. Lo que favorece a las clases poderosas y da un paso atrás en el pensamiento liberal porque ya no habría igualdad entre individuos.

Ya en 1835 había sido elegido Mendizábal procurador por Gerona, pero en 1836 lo fue por Barcelona, Granada, Pontevedra, Málaga, Cádiz y Madrid (eligió Cádiz), lo que da idea de su poder. De nuevo en 1836-1837 y en 1838-1839 fue diputado por Madrid. En 1839, elegido diputado por Madrid, Albacete y Murcia, optó por Murcia. Lo fue por Madrid en 1840; en 1841 lo fue también, aunque fue elegido también por Albacete, Ávila, Murcia, Cádiz y Toledo. Cuando se debatió la regencia por la minoría de edad de Isabel II, se declaró en favor de la regencia triple contra Espartero, esto es, militó en el bando de los «Trinitarios». Representó a Madrid en la primera legislatura de 1843 y ese año volvió a ser ministro de Hacienda, pero la contrarrevolución le hizo huir a Francia y no regresó hasta 1846. Todavía fue diputado por Madrid entre 1846 y 1850.

 Fue masón y un miembro destacado de la Logia de Cádiz Existen teorías diversas acerca de por qué cambió su apellido materno por el de Mendizábal. Unos dicen que fue por ocultar el origen judío de su familia materna, pero otros autores aluden a la mayor prestancia y peso comercial de un apellido vasco para la época. En cualquier caso, Juan Álvarez Mandizábal, al igual que sus padres y abuelos, era cristiano y católico bautizado, a pesar de la utilización de sus supuesto origen judío en su contra, especialmente durante la época del General Franco en la que se le quitó su nombre a una calle de Madrid y su estatua de una céntrica plaza de la capital, de la que llegó a ser Alcalde.

José Moreno de Mora

José Moreno de Mora y Vitón, fue a mediados del siglo XIX y principios del XX, uno de principales benefactores de la provincia. Hijo de Manuel Moreno de Mora y Rosario Vitón Santibáñez, nació el 21 de diciembre de 1825 en el hogar familiar, que por aquel entonces tenían en la calle José del Toro, 20. Seguidamente el clan se trasladó a la calle Ancha, donde su padre adquirió tres viviendas y otras cuatro en la calle Murguía (Cánovas del Castillo) y lo mandó a derribar para construir la actual casa Moreno de Mora. Su padre falleció sin poder ver finalizada la construcción, por lo que su viuda e hijo fueron los encargados de impulsar los trabajos. Para su posterior inauguración se celebró un baile de gala en honor de la reina Isabel II y don Francisco de Asís, el 30 de septiembre de 1862. La familia Moreno de Mora, tuvo mucha vinculación con la monarquía española, recibiendo a la reina Isabel II, en la casa que poseían en París, en el número 129 de los Campos Elíseos. José Moreno de Mora llegó a ser uno de los vinateros y ganaderos más importantes de la provincia pasando grandes temporadas en El Puerto, en la casa que actualmente pertenece a las bodegas Osborne. Y contrajo matrimonio con la gaditana Micaela Aramburu Fernández, perteneciente a una larga estirpe de banqueros.


En 1895, fundó la escuela de San Miguel Arcángel poniéndole el nombre en honor a su mujer de la cual se encontraba profundamente enamorado. Se encargó de tanto de la dotación de los materiales de la construcción como del escolar. Por esos años también fundó el Hospital Mora, que financió hasta el último útil sanitario, y el sanatorio Madre de Dios desaparecido a consecuencia de la catástrofe en 1947. También creó la Fundación Moreno de Mora, nombrando patronos a Luis Gómez Aramburu, a Miguel Aramburu Inda y al párroco de Santa Cruz.
Pasaba muchas temporadas en la capital francesa, donde disfrutaba de un palco en propiedad en la Ópera, al igual que la familia de Mora y Aragón, con los que compartían el gusto por la música. Durante su estancia en la ciudad de las luces, reunían en su casa a los más exquisitos de la sociedad europea, entre ellos a la emperatriz Eugenia de Montijo y al emperador Napoleón III. Micaela Aramburu, fue una señora de gran belleza, hasta tal extremo que a su entrada en un baile que daba la emperatriz Eugenia de Montijo provocó un prolongado silencio entre los invitados que quedaron asombrados por el porte y la elegancia de la dama.
José Moreno fue caballero de la Gran Cruz de la Real y obtuvo la distinción de la Orden de Carlos III, gentil hombre Cámara de su Majestad y Maestrante de Ronda. Sólo tuvo una hermana, María Manuel, que se casó con el vinatero inglés Petera Gassiot, quien al tener mucho trato con su familia se fue con ellos a vivir a Londres, donde murió sin descendencia. Moreno de Mora, llegó a ser uno de los máximos accionistas del ferrocarril ruso. Una parte de su capital, que estaba invertido en rublos, se perdió con la entrada de los bolcheviques. Como era habitual en esa época, el matrimonio solía ir a Alemania a tomar las aguas, como símbolo de distinción.
A pesar de ser gran amante de los niños no tuvo descendencia por lo que sus sobrinos fueron como sus vástagos. Todas las tardes, a la hora del baño, Micaela Aramburu acudía a casa de su hermana María Luisa Aramburu (casada con José Esteban Gómez) cuyas viviendas se comunicaban, para ver a todos sus sobrinos, los Gómez Aramburu. Sobrinos que tuvieron mucha descendencia y formaron parte de la vida social, política y empresarial del Cádiz de finales del XIX y principio del XX. Entre sus sobrinos se encontraban Luisa Gómez Aramburu -casada con José Picardo-, Josefa Gómez, casada con Ramón de Carranza, tuvo una hermana melliza llamada Micaela que murió con 11 años; Aurora Gómez, desposada con Joaquín Abarzuza; Elena Gómez, que contrajo matrimonio con Servando Martínez del Cerro; Miguel Gómez, unido en nupcias con Leonor Ruiz Pérez de la Riva. Juanelo Gómez, marido de María Teresa Viesca en primeras nupcias y tras su fallecimiento se casó con Sara Agacino, fue jefe del Partido Liberal; Luis Gómez, con Lola Gibaja, fue senador del reino, alcalde de Cádiz y jefe del Partido Conservador y trajo la Escuela Naval a San Fernando nombrándole hijo predilecto de San Fernando y Pedro Gómez. José Moreno de Mora, murió el 5 de enero de 1908 y su esposa el 13 de Agosto de 1922, siendo enterrado en el panteón familiar en Cádiz y trasladado a Chiclana en 1999.

José Felipe Abárzuza y Rodríguez de Arias

 Pintor de Cádiz


Techo  decorado por un lienzo de Felipe Abarzuza
Gran Teatro Falla

El tiempo va confirmando la extraordinaria categoría artística de este pintor gaditano y sus obras son hoy muy cotizadas. En palabras del profesor Pérez Mulet, “fue un personaje característico de la pujanza de la pintura gaditana de la primera mitad del siglo XX y, sobre todo, del primer tercio. Fue un pintor muy importante y una persona clave en Cádiz. Era buen profesor y muy buen restaurador”.


José Felipe Abárzuza y Rodríguez de Arias nació en Cádiz el 22 de mayo de 1871. Inclinado a la pintura desde muy niño, la acomodada posición económica de su familia le permitió realizar estudios de Bellas Artes en Cádiz y completar su formación en Madrid. En la capital de España tuvo como profesor de Colorido a Joaquín Sorolla, que ejercería notable y evidente influencia sobre la pintura de Abárzuza.


Sus primeros reconocimientos llegan con las exposiciones nacionales de 1892 y 1895, donde el pintor gaditano recibe destacados premios y el Estado adquiere su cuadro ‘Ilusiones y realidades’. Fue profesor de Composición Decorativa en la Escuela Industrial de Oficios y Bellas Artes y director del Museo Provincial de Pinturas. Su obra más conocida para los gaditanos fue la del techo del Gran Teatro Falla, realizada entre 1908 y 1909 después de haber ganado el correspondiente concurso.


Felipe Abárzuza tenía su domicilio y estudio en un chalet levantado en el Olivillo y que servía de lugar de reunión de los artistas de la época. Fue profesor de destacados pintores como Julio Moisés o Manuel López Gil.


Los últimos años de su vida transcurrirían en Puerto Real, donde fallecería el 21 de septiembre de 1948. Fue padre de los almirantes Felipe y Fernando Abárzuza y Oliva.








Eduardo Benot y Rodríguez

Eduardo Benot y Rodríguez nace el 26 de noviembre de 1822 en la calle de la Virreina, demolida hace años para ampliar la plaza de la Catedral Nueva de la ciudad de Cádiz. Fue bautizado el 29 de noviembre. Sus padres fueron D. Julián Bernardo Benot, de origen italiano, y Dña. Rafaela Rodríguez.

Benot tuvo una infancia muy enfermiza. Él mismo lo cuenta a León y Domínguez en una de sus cartas: «Yo vine al mundo muy falto de salud, decíame en una carta. Me dieron a los dos años las viruelas y desde entonces fue el rigor de las desdichas. Me entraron frecuentemente alferecías, padecía de los ojos, y raro era el mes en que yo no hacía cama». La familia encarga su curación a un tal D. Joaquín Cordero, médico sin ejercer, hombre rico, caritativo y brusco, poco amigo de los farmacéuticos y de la excesiva medicación. D. Joaquín recomienda paseos y carreras matutinas para la recuperación del niño y una rigurosa dieta. La más energética recomendación médica es la de no coger ningún libro: sólo le permite dibujar para no aburrirse (sin duda debía demostrar el enfermo un excesivo interés por la lectura, para provocar una prohibición tan extrema).

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Joven muy despierto, a los catorce años ya publicaba artículos políticos en «El Defensor del Pueblo». Explicó lógica en el prestigioso colegio gaditano de San Felipe de Neri, del cual fue rector, director y gerente y donde fue promulgada la Constitución de Cádiz en 1812. Estuvo encargado de las cátedras de Astronomía y Geodesia en el Observatorio de Marina de San Fernando (Cádiz) y fundó el Instituto Geográfico y Estadístico. En 1868 fue diputado republicano a Cortes por Jerez y en 1869 fijó su residencia en Madrid. Senador en 1872 por Gerona, fue ministro de Fomento en la Primera República Española durante la presidencia de Francisco Pi y Margall (1873). Fue profesor en la Institución Libre de Enseñanza. Dirigió «La Discusión», órgano del partido federal. Al restaurarse la monarquía en 1874, emigró a Portugal, pero fue expulsado de este país y regresó a España, donde vivió ya alejado de la política, pero en amistad fraternal con Francisco Pi y Margall, dedicado por completo a los trabajos científicos y filológicos; por estos últimos y por su obra literaria ingresó en la Real Academia de la Lengua Española en 1887. Tuvo una tertulia en su casa, a la que acudían los hermanos Antonio y Manuel Machado. En 1893 volvió a ser contra su voluntad diputado por Madrid, y en 1901, a la muerte de Pi y Margall, quedó de jefe del partido federal.

Falleció en Madrid en 1907.

Labor
Fue autor de dramas, comedias, poesías y artículos de prensa. También elaboró estudios de Física y Matemáticas. Fue un gran pedagogo de las lenguas y publicó obras para la enseñanza de los idiomas inglés, francés, italiano y alemán. Se distinguió especialmente por sus obras filológicas y fue un gran estudioso de la métrica castellana. Figuran entre sus obras más importantes Prosodia castellana y versificación, Gramática filosófica de la lengua castellana, Arquitectura de las lenguas y Diccionario de ideas afines (1899). Sus ideas gramaticales están fundadas en una concepción racionalista y casi matemática del idioma como expresión exclusivamente lógica del pensamiento humano, con un fondo de coincidencias estructurales entre todas las lenguas que justifica la existencia de una Gramática general. En Benot se percibe una presencia efectiva de los nuevos aires procedentes de la lingüística histórica y de la nueva Psicología, que se estaba constituyendo como ciencia positiva por aquel entonces, lo cual suscita en el gaditano un funcionalismo extremo y una comprensión más amplia del lenguaje humano y no evitó los problemas a que podía llegar con ese enfoque; por ejemplo, en su Arte de hablar. Gramática filosófica de la lengua castellana (1910) tropezó con el patrón sintáctico Sé a lo que vienes, señalando que la preposición no aparece, como sería de esperar, ante el pronombre relativo, sino que se coloca delante del antecedente, contraviniendo los principios sintácticos más básicos. De ahí que Benot, como buen representante de las corrientes racionalistas, señale que la construcción correcta debería ser Sé lo a que vienes y no desatienda el uso, por lo que señala que «los escritores modernos cuidan algo de evitar estas construcciones…, pero el uso prosigue tenaz y sin variación ninguna.» Incapaz de encontrar un análisis adecuado para la construcción popular, concluye: «Hay aberraciones que no consienten el análisis». Tuvo algunos seguidores, como Vidal Rodríguez, quien en 1925 saca a la luz la segunda parte de sus Lecciones de gramática española bajo el título de Sintaxis. Como científico tradujo, de M. F. Vallés, Errores en los libros de matemáticas: estudios filosóficos sobre la ciencia del cálculo, Cádiz, 1863 (Imp. de la Revista Médica) y entre otros opúsculos fue uno de los primeros interesados en explotar la energía maremotriz. Las preocupaciones pedagógicas constituyeron asimismo una constante a lo largo de toda su vida; introdujo el Método Ollendorf en España para enseñar lenguas modernas y lo aplicó la enseñanza del inglés, el francés, el italiano y el alemán, cuyas gramáticas elaboró con claves de ejercicios; sus ideas en cuanto a pedagogía general influyeron, más que en la Institución Libre de Enseñanza, en la Generación del 98. Su Diccionario de ideas afines (1899) fue elaborado por una sociedad de escritores dirigida por él y tuvo entre sus colaboradores a Antonio y Manuel Machado

Adolfo de Castro y Rossi

(nacio en Cádiz,  en 1823 ), polígrafo, erudito, cervantista y falsificador literario español.

De vasta cultura y gran lector de clásicos españoles del Siglo de Oro, llegó a apropiarse el lenguaje de esa época y a elaborar complejos pastiches cervantinos que hizo pasar como obras originales, como por ejemplo la Epístola a Mateo Vázquez y El buscapié (1844); la superchería tuvo tal éxito que la obra fue traducida a casi todas las lenguas cultas y fue reimpresa innúmeras veces, hasta que Bartolomé José Gallardo hizo ver el engaño al revelar que se trataba de erudito centón de obras literarias áureas ya conocidas; él se defendió con la sátira Aventuras literarias del iracundo extremeño Bartolomé Gallardete (1851).


Fue alcalde de Cádiz y gobernador de Cádiz y Huelva. Secretario del Gobierno en Sevilla, académico de la de Buenas Letras de Sevilla y de la de Bellas Artes de Cádiz y correspondiente de las Reales Academias de la Lengua, de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas.

Escribió erudición y creación literaria, principalmente obras de teatro refundidas o propias. Entre las primeras están una Historia de Cádiz (1845) ampliada después como Historia de Cádiz y su provincia desde los remotos tiempos hasta 1814 (1958), una Historia de Jerez (1845), Examen filosófico de las principales causas de la decadencia de España (1851), Gran diccionario de la lengua española (1852), Poetas líricos de los siglos XVI y XVII y curiosidades bibliográficas (dos tomos de la Biblioteca de Autores Españoles de Rivadeneyra, 1855 a 1857), Filosofía de la muerte (1856), Ernesto Renán ante la erudición sagrada y profana (1864), Cádiz en la Guerra de la Independencia: cuadro histórico (1864), La última novela ejemplar de Cervantes (1872), Varias obras inéditas de Cervantes (1874), La Epístola moral a Fabio no es de Rioja (1875), Estudios prácticos de buen decir y de arcanidades del habla española (1879), Una joya desconocida de Calderón (1881), Libro de los galicismos (1898), Curiosidades lingüísticas (1891), El Quijote de Avellaneda (1899) y otras muchas obras más.


Don Adolfo aparte de escritor, más o menos polémico, también sigue de cerca la política y fue gobernador civil, alcalde y secretario del Ayto, entre otros cargos que ostentó. Dice Juan Egea “todo esto le perjudicó mucho para su carrera literaria, pues de haberse dedicado exclusivamente a la misma hubiera alcanzado uno de los más altísimos puestos.”

Al parecer, su labor como alcalde fue notoria: se finalizó el tramo de ferrocarril de Puerto Real a Cádiz, ordenó el adoquinado de las calles y renovó el nomenclator de la ciudad (1855) dándose el nombre de hijos ilustres de Cádiz a las calles (siempre según Egea).
Adolfo de Castro hasta fue objeto de un atentado, ya que al parecer manejaba la pluma con gran ironía.






Juan Ruiz de Apodaca

Nacido en Cádiz , (3 de febrero de 1754 – Madrid, 11 de enero de 1835) en el seno de una familia de mercaderes adinerados. Fueron sus padres Tomás Ruiz de Apodaca y López de Letona y Eusebia de Eliza y Lasquetti. Juan Ruiz de Apodaca entró en la Armada como guardiamarina en la Compañía del Departamento de Cádiz el 7 de noviembre de 1767. Con 15 años embarcó en el navío San Lorenzo el 19 de marzo de 1769 para hacer el corso por el Mediterráneo y transbordó al Triunfante con el mismo cometido.

Ascendido a alférez de fragata el 22 de agosto de 1770, embarcado en el navío Atlante fue a Ferrol, donde pasó a una fragata para hacer viaje a Puerto Rico, hasta su regreso a Ferrol al año siguiente. Volvió a Cádiz en el navío América.
En la fragata Industria salió de Cádiz con un cargamento de azogue en 1772 con destino a El Callao, donde realizó varias comisiones en la mar y en tierra. Estuvo allí destinado en el navío Peruano en 1773. El 28 de abril de 1774 fue ascendido a alférez de navío y destinado en la fragata Águila, efectuando varias campañas de exploración y cartografía. En los dos años siguientes estuvo destinado en Lima, embarcado en el navío Astuto y cumpliendo otros servicios en tierra.
Se le ascendió a teniente de fragata con fecha del 16 de marzo de 1776, regresando a Cádiz con el Astuto el 12 de agosto de 1778. El 23 de mayo del mismo año fue ascendido in absentia a teniente de navío, embarcado en el navío Santa Isabel.
Ascendido al grado de capitán de fragata el 16 de septiembre de 1781, se le otorgó su primer mando en la fragata Nuestra Señora de la Asunción, con la que navegó hasta la paz de 1783, perteneciendo a la escuadra del general Luis de Córdoba. Con la misma fragata hizo tornaviaje con destino a las islas Filipinas para llevar la noticia de la paz, regresando a Cádiz al año siguiente. Precisamente, cuando regresó a Cádiz desde las islas Filipinas en 1784, redactó una Memoria sobre el modo de forrar en cobre los buques.

El 28 de febrero de 1788 fue ascendido a capitán de navío y obtuvo al año siguiente el puesto de mayor general de la escuadra de evoluciones al mando del general Tejada, embarcado en el navío de línea San Telmo.
En 1790 dirigió las obras para reparar y ampliar los muelles del puerto de Tarragona. En 1793, al mando del San Francisco de Paula en la escuadra de Borja en el Mediterráneo, participó en las operaciones en torno a Cerdeña, pasando después con el mismo navío a la escuadra del general Juan de Lángara en la toma de Tolón en unión de la escuadra inglesa del almirante Hood.
El 1 de febrero de 1794 fue nombrado brigadier y recibió el mando del San Francisco de Paula, tomando parte en la escuadra de Gravina en las operaciones de la bahía de Rosas hasta su evacuación en el mes de febrero del año siguiente.
En 1796 se puso al mando del navío San Agustín al comenzar una nueva guerra contra los británicos. Uno de los hechos más sobresalientes de la biografía de Ruiz de Apodaca fue su odisea al mando de este navío. El 13 de febrero de 1797 se encontró rodeado por la escuadra de Jervis en cabo de San Vicente, contando también con el bergantín Atocha, pero, aprovechando la niebla del amanecer, escaparon rumbo al norte y entraron en la ría de Vigo. En el mes de julio de ese año, entraron en la ría dos navíos, tres fragatas y dos bergantines británicos al mando del comodoro Samuel Hood. El británico pidió al brigadier Apodaca que se rindiera y entregara el navío, el bergantín y los demás buques que en ese momento se encontraban en el puerto de Vigo.
Lejos de amilanarse, Apodaca dejó que el parlamentario británico observara las defensas que estaba preparando. La escuadra británica, abandonando sus planes de ataque, emprendió la salida de la ría, mientras el brigadier español, no contento con lo que había conseguido, mandó perseguirlos y logró represar un bergantín español que había tomado el enemigo cargado de provisiones.
El gobierno ordenó al brigadier que pasara a Ferrol. Aunque sabía que el departamento estaba bloqueado por una escuadra británica, zarpó de Vigo y burlando su vigilancia entró en Ferrol con el San Agustín, desarbolado del mastelero de gavia y tuvo que entrar en dique por el mal estado en que se encontraba.
Después recibió la orden de ir a Cádiz para ponerse al mando del navío Mejicano en la escuadra de Mazarredo. Posteriormente se le otorgó el mando del Reina María Luisa, perteneciente a la escuadra del general Nava. Realizó cruceros frente a Argel, se dirigió a Liorna para traer a España a los reyes de Etruria y fue ascendido a jefe de escuadra el 2 de octubre de 1802.
En el mes de julio de 1803 volvió a encargarse del arsenal de Cartagena, en el que ya había ocupado ese cargo en 1797. El 24 de marzo de 1807 se le concedió el mando de la escuadra del Océano, rindiendo al año siguiente a la escuadra francesa surta en Cádiz, mandada por el almirante Rosily.
Se le ascendió a teniente general el 23 de agosto de 1809, y en enero del mismo año Apodaca había sido enviado a Londres para entablar negociaciones de paz y crear una alianza para luchar contra el invasor francés (Tratado de Londres de 14 de enero de 1809). Regresó a Cádiz de su misión diplomática en Londres. Todo esto le valió unas singulares muestras de aprecio por parte del Gobierno y del Rey del Reino Unido, que le dio muestras ostensibles de ello al dejar el cargo el 15 de junio de 1811.

Juan Ruiz de Apodaca desarrolló una política de conciliación, gracias a la cual consiguió pacificar el territorio y con ello se restableció el comercio, al tiempo que se intensificaron las actividades agrícolas y mineras. No obstante, en 1817 tuvo que encarar el rebrote insurgente encabezado por el guerrillero español Francisco Xavier Mina, quien, después de una breve campaña, fue capturado y fusilado. El virrey continuó con la política de perdón, de modo que en tres años consiguió que abandonaran la lucha casi 60 mil insurgentes. En 1821 las cosas cambiaron radicalmente. En España había sido restaurada la Constitución de Cádiz, cuyas disposiciones afectarían a los españoles y criollos adinerados que vivían en México. Éstos organizaron una conspiración que designó al coronel Agustín de Iturbide comandante en jefe de un movimiento independentista que, de manera rápida e incruenta, cundió por el país. El virrey atacó tibiamente la insurrección, lo que provocó el descontento de los últimos oficiales leales al monarca, quienes lo relevaron del mando.

Vicente Tofiño de San Miguel

Marino, Cosmógrafo y Matemático español (Cádiz 1.732 – San Fernando 1.795). Ingresó muy joven en la academia real. A partir de 1.768, dirigió las academias de guardia marinas de Cádiz, de El Ferrol y Cartagena. Participó en la expedición contra Argel (1.773) y, a las órdenes del duque de Grillón, en el sitio de Gibraltar (1.782).
Fue miembro de la Academia de la Historia. Elaboró un Atlas Marino de España, islas Azores y adyacentes (1.785-1.788) y escribió: Tratado de geometría elemental, Trigonometría rectilínea, y publicó una Colección de cartas esféricas de las costas de España y Africa, planos y vistas (1.788).
Jefe de la escuadra de la armada española, nació en Cádiz el seis de septiembre de 1.732, falleciendo en la Isla de León (San Fernando) en el año 1.795. Huérfano de padre y madre a la edad de los doce años, Tofiño quedó al cuidado de una hermana suya y de un tío sacerdote.

 En 1.747 le agració el rey con una plaza de cadete de Guardias Españolas, con dispensa de edad. Pero no pudiendo sostener el brillo necesario en tan distinguido cuerpo, en 1750 solicitó pasar al regimiento de Murcia. Ascendió a subteniente en septiembre de 1.752, a teniente en 24 de abril de 1.754 y poco después fue nombrado ayudante del regimiento. Pasó al regimiento de Soria con el mismo grado.
No se conformó con la vida estática de la enseñanza y de las observaciones, sino que navegó en todas cuantas ocasiones le permitía su labor docente, aprovechando ocasiones de menor urgencia y vacaciones. Hizo, por ejemplo, el viaje a Italia en la escuadra del marqués de la Victoria, que condujo a España al rey Carlos III, e igualmente otras navegaciones. En 1.782 se halló en el bombardeo de Gibraltar, en calidad de ayudante del duque de Grillón.
Desde 1.783 a 1.788 se ocupó, auxiliado por oficiales discípulos suyos, en la formación del Gran Atlas Marítimo de las Costas de España que tanta fama le proporcionó. Mandó en esta ocasión una división compuesta por la fragata Santa Perpétua y los bergantines Vivo y Natalia. Alcanzó tanta nombradía su saber, que era siempre consultado en todo proyecto científico. Fue académico de mérito de la Real Academia de la Historia, de las Academias de Ciencias de Lisboa y de París e individuo de las Sociedades de Amigos del país de las Vascongadas y Mallorca.














José Celestino Bruno Mutis y Bosio

José Celestino Bruno Mutis y Bosio; nacio en Cádiz, 1732 –  murio en Santafé de Bogotá, 1808 Médico y botánico español que figura entre los más destacados iniciadores del conocimiento científico en el Nuevo Mundo. José Celestino Mutis estudió medicina y cirugía en el Colegio de Cirugía de su ciudad natal, que fue un centro de renovación médica a la vanguardia de la ciencia aplicada en España. Sin embargo, como dicha institución no estaba autorizada a otorgar el grado de bachiller en Artes y Filosofía, Mutis tuvo que terminar su carrera en la Universidad de Sevilla. Una vez concluidos sus estudios, se vinculó, durante cuatro años, al Hospital de Cádiz.
Se interesó entonces por la astronomía y la botánica, disciplinas en las que tuvo por maestros a Jorge Juan de Santacilia para la primera y a Domingo Castillejo y Miguel Barnades para la segunda. En realidad, en su período de formación, Mutis tuvo excelentes preceptores: Jorge Juan fue, junto con Antonio de Ulloa, el gran pionero del redescubrimiento científico de América, y Barnades fue el protagonista del renacimiento de la ciencia botánica en la Península. Cuando Mutis recibió el título de médico del Real Proto-Medicato de Madrid, contó con la tutela de Andrés Piquer, la mayor eminencia de la medicina española de la época.

Mutis se desempeñó como suplente de la cátedra de anatomía del Hospital General de Madrid y perfeccionó sus conocimientos botánicos en el Jardín del Soto de Migas Calientes. En 1760 rechazó una beca de especialización en París y partió para América como médico particular del recién nombrado virrey Pedro Messía de la Cerda, pues entendió que en el Nuevo Continente podría consagrarse como científico, dedicándose especialmente al conocimiento de las quinas. Deseaba desentrañar algunas de sus incógnitas, establecer sus reales propiedades curativas, sus limitaciones terapéuticas y sus potencialidades económicas. En los primeros años de su vida en Santafé, abrigaba la idea de viajar a Loja, en la provincia de Quito, para cumplir con tales investigaciones.
José Celestino Mutis partió de España rumbo a América el 7 de septiembre de 1760, y llegó a Santafé el 24 de febrero de 1761. El impacto del trópico fue grande, pues a cada paso se encontraba con una novedad botánica o zoológica. También le sorprendió el ambiente cultural y social: la educación superior era una copia de las instituciones educativas metropolitanas, especialmente de la contrarreformada Universidad de Salamanca, y se hallaba encomendada a las distintas órdenes religiosas (Santo Tomás a los dominicos, Javeriana a los jesuitas, Agustiniana de San Nicolás de Bari a los agustinos) o al clero secular (Nuestra Señora del Rosario). La pedagogía que se infundía en las escuelas y seminarios era heredera del Concilio de Trento de 1530 y estaba centrada en el aristotelismo y la escolástica tardía, sin ninguna explicación científica de la realidad.
Desde que Mutis desembarcó en Cartagena se preocupó por adelantar observaciones astronómicas, recolectar plantas con las que fue formando un herbario, comprobar gran parte de lo consignado en obras escritas sobre América y estudiar la quina. Al año y 17 días de su llegada a Santafé, sentó las bases de la revolución científica e ideológica en el Virreinato de la Nueva Granada cuando, en el discurso inaugural de la cátedra de matemáticas del Colegio Mayor del Rosario, expuso los principios elementales del sistema de Copérnico: fue la presentación de una nueva metodología, la del eclecticismo, y de una novedosa actitud ante el mundo y la vida, que significaba el abandono del fanatismo y la credulidad, para entrar en los terrenos de la física de Newton.
En ese empeño por modernizar las estructuras mentales de los criollos neogranadinos, Mutis se enfrentó con los sectores tradicionales de aquella sociedad estamental, y en especial con los dominicos. Así, en 1773, se declaró copernicano ante el virrey Manuel Guirior, en 1774 se le siguió causa, que fue archivada, y en 1801, tuvo que volver a defenderse, todo un escándalo para la hipócrita y pacata sociedad de la época.
Una de las consecuencias de la exposición de la teoría heliocéntrica de Copérnico fue que, después de la expulsión de los jesuitas en 1767, la Corona tuvo que llenar de alguna manera el vacío cultural e ideológico que dejaron los padres de la Compañía de Jesús. En ese contexto el fiscal y doctor Francisco Antonio Moreno elaboró un Plan de Estudios en el que se creaba una universidad pública y unos estudios generales; la base ideológica para tales planteamientos fue el discurso inaugural de Mutis en la capilla de La Bordadita.
En 1763, Mutis envió al rey de España una representación, escrita desde Cartagena, en la que planteó escribir la Historia Natural de América. No obtuvo respuesta y volvió a redactar, al año siguiente, otra carta, con el mismo resultado. Decidió entonces ir adelantando por su cuenta ese trabajo, para el cual necesitaba fondos. Aunque era el médico preferido de los habitantes de Santafé y percibía buenas entradas económicas, prefirió incursionar en arriesgadas empresas comerciales y mineras. Entre 1766 y 1770 permaneció en las minas de La Montuosa, en las cercanías de Pamplona, y entre 1778 y 1782 estuvo en las del Sapo, en las proximidades de Ibagué. En ambos intentos fracasó económicamente, aunque introdujo, junto con su socio Juan José D’Elhuyar, el método de amalgamación para la extracción de la plata.
En lo que no fracasó, aunque tuvo que afrontar serias disputas, fue en el descubrimiento de la quina en el territorio de la actual Colombia. El interés de Mutis lo llevó a recorrer constantemente los alrededores de Santafé y la búsqueda dio resultados cuando en 1772 encontró el vermífugo en compañía de don Pedro Ugarte, en el monte de Tena. En 1774 el médico panameño Sebastián López Ruiz obtuvo una comisión real para hacer indagaciones sobre la existencia de la quina en Tena, Guayabal y La Mesa, con lo que entró en polémica con el sabio.
Al cabo de dos años, López Ruiz demostró que efectivamente había quina en los alrededores de Santafé. Luego de algunos análisis en España, fue confirmado como director de los acopios de quina en el virreinato y en 1778 el rey le otorgó un sueldo anual de dos mil pesos. Comenzó entonces un largo pleito entre ambos personajes, al final del cual Mutis salió victorioso, pero muy desgastado, y de todas maneras los resultados no fueron lo que la Corona esperaba.
Mientras llevaba a cabo sus aventuras comerciales y sus disputas con López Ruiz, el sabio Mutis continuó con sus trabajos de investigación en botánica, especialmente en el campo de las plantas útiles, que era aquello que más interesaba a la Corona. Además, mantuvo una nutrida comunicación con científicos europeos, como Carlos Linneo, Carlos Alstroemer y Antonio José Cavanilles. Fue designado académico de Upsala y algunas de sus reseñas científicas fueron publicadas en revistas suecas.
En 1777 envió una colección de plantas disecadas al Jardín Botánico de Madrid y otra a Linneo. Formó una voluminosa biblioteca, entre seis y ocho mil volúmenes, especialmente de botánica (unos tres mil ejemplares), que el sabio alemán Alexander von Humboldt juzgó comparable a la de míster Banks, presidente de la Real Sociedad de Londres.
La Real Expedición Botánica
En 1776, España creó la primera Real Expedición Botánica, en el Perú; en ello tuvieron mucho que ver los conceptos que el famoso marino español Antonio de Ulloa lanzó en su libro Noticias americanas (1772) acerca de la conveniencia económica, científica y cultural para la metrópoli de conocer en profundidad el continente americano. En 1783 el arzobispo-virrey Antonio Caballero y Góngora creó la Real Expedición Botánica del Virreinato del Nuevo Reino de Granada y nombró a Mutis como su director, con una asignación anual de dos mil pesos.
Durante los seis meses que van de abril a septiembre, la expedición funcionó provisionalmente y tuvo su sede en La Mesa de Juan Díaz; el equipo humano inicial fue reducido: el sabio, como director, Eloy Valenzuela, como segundo, y Antonio García, como dibujante. Luego se incorporaron, como herbolarios, el indígena Luis Esteban y el campesino Roque Gutiérrez.
El 23 de noviembre de 1783, la expedición fue confirmada por real cédula y se trasladó a Mariquita. Esta población resultaba bastante propicia para adelantar las labores de inventario de la expedición: se asentaba entre dos cordilleras, su comunicación con Santafé no era difícil y era paso obligado en la vía que enlazaba la capital con el principalísimo puerto de Honda, hecho que favorecía las labores comerciales, además de situarse también cerca de un centro minero de relativa importancia, donde era factible ensayar las diversas técnicas de minería.
La Real Expedición permaneció ocho años en Mariquita, hasta que el virrey José de Ezpeleta decidió que para su mayor control debía ser reubicada en Santafé, con lo cual el ambiente cultural de la capital virreinal se vio fortalecido. Se formó así la Casa Botánica, que funcionó hasta 1816, cuando las tropas de la reconquista española la cerraron definitivamente, remitiendo su patrimonio científico a España.
En Mariquita la expedición se reorganizó poco a poco. Se crearon cargos con funciones muy definidas: los comisionados, personal de confianza de Mutis y del virrey, emprendían largas excursiones a diversas partes del virreinato, para reconocer y recolectar minerales o plantas diferentes a las ya conocidas, pero también para acumular datos y observaciones científicas; se destacaron fray Diego de García, Pedro Fermín de Vargas, Bruno Landete, el geógrafo José Camblor y Francisco José de Caldas.
Los botánicos debían recoger muestras exclusivamente botánicas y eran acompañados de uno o varios herbolarios que ejercían funciones auxiliares. Los pintores se encargaban de copiar las plantas recolectadas sin omitir el más mínimo detalle y con la mayor perfección posible. A partir de 1791, existieron agregados científicos como Francisco Antonio Zea, Juan Bautista Aguilar, José y Sinforoso Mutis, y de igual forma se creó el cargo de oficial de pluma, que ejerció José María Carbonel. Así, de los tres puestos creados inicialmente, la Real Expedición llegó a contar en 1808 (año de la muerte de José Celestino Mutis) con un total de 35 personas.
Tradicionalmente se ha insistido en que la coyuntura para que el arzobispo-virrey se decidiera a formar la Expedición Botánica en el virreinato fue la solicitud de unos científicos alemanes para recorrer los territorios de la actual Colombia. Como parte de las labores asignadas, Mutis debía enriquecer las colecciones botánicas del Gabinete de Historia Natural y del Jardín Botánico de la Corte mediante permanentes remisiones de semillas y raíces vivas de las plantas y árboles más útiles, sin omitir observaciones geográficas y astronómicas y la redacción de La flora de Bogotá.
Todo ello es cierto, como también lo es que en la iniciativa de la expedición jugó un papel determinante la Revolución de los Comuneros de 1781 y que los comisionados debían informar y evaluar social, política y económicamente los distintos pueblos y provincias del virreinato, con el fin de que la Corona pudiera tener una idea de las distintas situaciones y poder aplicar correctivos.
El aspecto más importante de la Expedición Botánica fue su contribución a la conformación y consolidación de una clase culta criolla, toda vez que muchos de sus miembros fueron próceres de la Independencia y que en torno de la expedición giraron las grandes figuras de la política de la Primera República.
Los resultados científicos y económicos son más relativos, pues, si bien se coleccionaron 5.393 láminas magistralmente realizadas, compuestas por 2.945 estampas en color y 2.448 dibujadas a pluma, que representan 2.696 especies y 26 variedades, muchas de ellas no tienen la descripción correspondiente, no hay clave alguna de tal iconografía y no se conoce una correspondencia entre las láminas y el herbario. Su aporte a la taxonomía nacional actual es prácticamente nulo, ya que sólo ocho géneros y especies han conservado la denominación dada por Mutis: Barnadesia, Beforia, Ezpeletia, Ternstroemia, Vallea, Spilanthes americana, Aristolochia cordiflora y Sericotheca argentea.
La flora de Bogotá nunca se publicó en vida de Mutis. El sabio no la pudo concluir, disperso en infinidad de ocupaciones y fracasadas aventuras comerciales, como la organización de la factoría y estanco de la quina, basado en un meticuloso estudio que luego de 25 años de investigaciones dio como resultado el libro El arcano de la quina, obra aparecida inicialmente en el Papel Periódico de Manuel del Socorro Rodríguez y que es el único trabajo terminado de Mutis, en el que diferenció cuatro especies de quina: anaranjada, roja, amarilla y blanca, las cuales distinguió unas de otras según las reglas botánicas y su aplicación médica.
Con anterioridad, había escrito un proyecto de estanco de la quina, en el cual llamó la atención sobre la necesidad de racionalizar al máximo posible la explotación del producto. También intentó aclimatar los canelos de los andaquíes, que bien pronto se secaron, promover en la Corte el amargo té de Bogotá, que no fue aceptado en los mercados europeos, resolver consultas oficiales, trazar y dirigir políticas sanitarias y de minería, reformar los estudios de matemáticas del Colegio del Rosario e implantar los de medicina, de acuerdo con los logros del momento. Mutis murió en Santafé, el 11 de septiembre de 1808, a los 76 años de edad.

José Cadalso

José Cadalso y Vázquez nació en Cádiz, el 8 de octubre de 1741. La familia, sin embargo, procedía por línea paterna del señorío de Vizcaya. La madre murió a consecuencia del parto, y el padre, ausente por negocios en América, iba a tardar casi trece años en conocer al niño. Tuvo que encargarse de su educación un tío jesuita, el padre Mateo Vázquez. Él fue quien envió al futuro escritor a estudiar a Francia. Vuelto el padre de Indias, desembarcó en España y se dirigió a París a conocer a su hijo. Y ansioso siempre de nuevos ambientes, se fue después a Inglaterra, donde tanto se entusiasmó, que llamó con él a Londres al educando. También viajaría por Italia y Alemania, cuyos idiomas, igual que el latín y el inglés, dominaba. Tras otro año de estancia en París, pasando por Holanda, regresó por fin a España el cosmopolita muchacho, recibiendo una impresión muy negativa de un país que no había apenas conocido en contraste con su experiencia europea; ello marcará fuertemente la índole de sus posteriores Cartas marruecas.
Ingresó entonces por orden de su padre y con dieciséis años en el Seminario de Nobles de Madrid, según cuenta, «con todo el desenfreno de un francés y toda la aspereza de un inglés», ya que su padre quería corregir en él las costumbres y la religión, y prepararle para un empleo de covachuelista, que detestaba; a ese fin fingió sentir inclinación por ser jesuita, sabedor de que su padre detestaba a los de la Compañía, y le sacó de allí; intentó persuadirle entonces de que lo que le gustaba era la carrera militar, lo que tampoco placía a su padre; se valió de estos tormentos para que su padre le devolviera a Europa y, entre los dieciocho y los veinte años vivió de nuevo en París y Londres, hasta que le llegó la noticia de la muerte de su padre en Copenhague (1761).

Tuvo entonces que regresar a España para arreglar el papeleo de su herencia, lo que hizo de forma tan apresurada que años después se encontró sin ningún patrimonio familiar; y se alistó en el regimiento de caballería de Borbón en 1762, participando en la campaña de Portugal, donde tuvo un violento duelo a espada con su antiguo condiscípulo el Marqués de Tabuérniga, con el que se había emborrachado, que terminó tan súbitamente como se había producido. Encontrándose en Madrid en marzo de 1766, sigue con interés el motín de Esquilache, salvando con su intervención la vida del Conde de O’Reilly; «aquel día conocí el verdadero carácter del pueblo», escribió en su Autobiografía. En ese mismo año obtuvo el hábito de Santiago.
Trasladado su regimiento a Madrid, Cadalso se enamora sucesivamente de la hija del consejero Codallos, con la que estuvo a punto de casarse, y de la frívola Marquesa de Escalona y, con la venta a él de un caballo que le gustaba, tiene ocasión de introducirse con el entonces todopoderoso Conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla, al que le entrega un manuscrito de una novela, de carácter utópico por lo que indica el título: Observaciones de un oficial holandés en el recién descubierto reino de Feliztá.
Con gran escándalo de la nobleza y de encopetadas damas de la corte, circuló por Madrid un libelo titulado Calendario manual y guía de forasteros en Chipre (1768), parodia de la Guía común de forasteros, donde se hacía una descripción de las costumbres amorosas típicas de la sociedad dieciochesca. El público, confiesa el mismo Cadalso, «me hizo el honor de atribuírmelo, diciendo que era muy chistoso». Como consecuencia de ello, tuvo que salir desterrado de Madrid a Zaragoza. El escritor militar permaneció en Zaragoza hasta 1770. Y fue allí donde empezó a dedicarse más intensamente a la poesía.
Pasados los seis meses del destierro, regresa Cadalso a Madrid, donde permanece entre 1770 y 1772. A esta etapa pertenece uno de los episodios más significativos de la vida del escritor. Se trata de sus amores con una de las más notables actrices de la época, María Ignacia Ibáñez, que han dado lugar a toda una leyenda de marcado sabor romántico. Lo indiscutiblemente cierto es la sinceridad de ese amor y su breve duración, por la muerte inesperada de María Ignacia, de tifus, a los veinticinco años, el 22 de abril de 1771. La leyenda cuenta que Cadalso, desesperado ante tan repentina muerte, intento desenterrar a su amada para darle el último adiós. Inmediatamente escribió Noches lúgubres, obra que describe este suceso. Posteriormente también escribirá poemas en los que la actriz aparece con el nombre de Filis.
Sufrió una tremenda depresión pero sin duda le sirvieron, si no de consuelo, de distracción, sus contactos con los salones y los círculos literarios madrileños, sobre todo con la famosa tertulia de la Fonda de San Sebastián, de la que eran asiduos sus amigos Nicolás Fernández de Moratín y Tomás de Iriarte.
Cadalso dio término a las Cartas marruecas durante su breve estancia en Salamanca (1773–1774). Fue un corto periodo, pero suficiente para que se formara en torno a él un círculo de amistad y de convivencia literaria. Allí, además de su afectuosa relación con fray Diego González, y con Juan Pablo Forner, a quien inclinó definitivamente hacia la literatura, estrechó gran amistad con León de Arroyal y sobre todo con dos jóvenes poetas, el salmantino José Iglesias de la Casa y el extremeño, estudiante en la Universidad de Salamanca, Juan Meléndez Valdés. Sobre ellos ejerció una sugestiva influencia humana y literaria, que ambos proclamaron ostentosamente» (CADALSO [1997: 20]). En 1777 fue ascendido a comandante de escuadrón. Dos años más tarde participó en el asedio de Gibraltar (que duraría hasta 1783) y fue ascendido a coronel en 1781. Sin embargo José Cadalso murió, el 27 de febrero de 1782, tras recibir el impacto en la sien de un casco de metralla o granada. Tenía sólo cuarenta años y apenas hacía un mes que le había sido conferido el grado de coronel. Su tumba se encuentra en la Iglesia Parroquial Santa María La Coronada en la Ciudad de San Roque, donde reside la de Gibraltar.
Sus dos mejores obras son Cartas marruecas y Noches lúgubres. Cartas marruecas (1788-1789) es un libro en el que Cadalso finge una correspondencia entre dos amigos marroquíes, uno se encuentra en España y el otro en Marruecos, y el supuesto viajero, al que el autor le ha dotado de un gran sentido común, cuenta a su amigo lo que ve en España, por supuesto desde el relativismo de la diferencia de culturas. Cadalso aprovecha para dar su visión crítica sobre el carácter español, la política del momento y la historia de España.


«En todos los países del mundo las gentes de cada carrera desprecian a las de las otras».
 
LIBRERIA

Emilio Castelar y Ripoll

Nace en Cádiz el 7 de septiembre de 1832. Sus padres, Manuel Castelar y María Antonia Ripoll, de ideología liberal, eran oriundos de la provincia de Alicante. La restauración absolutista de Fernando VII obligó a su padre, Manuel Castelar, a exiliarse en Gibraltar durante siete años por haber sido condenado a muerte acusado de afrancesado. A la muerte repentina de su padre, Castelar contaba sólo con siete años y se trasladó a Elda con la familia de su madre.
Ya de pequeño, y gracias al influjo de su madre, María Antonia Ripoll, era un lector insaciable, lo que se traducía en un rendimiento escolar muy alto. Se inició en sus estudios de Segunda Enseñanza en el Instituto de Alicante en 1845. Estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Madrid, junto con hombres que serán sus adversarios políticos más tarde como Antonio Cánovas del Castillo, se licenció en Derecho a los veinte años e hizo el doctorado un año más tarde (1853-54), y obtuvo una cátedra de Historia Filosófica y Crítica de España (1857). Durante el tiempo de sus estudios pudo colaborar con la Escuela Normal de Filosofía lo que le permitió ayudar a salvar las penurias de su familia.

Defendía un republicanismo democrático y liberal, que le enfrentaba a la tendencia más socializante de Pi y Margall. Desde esas posiciones luchó tenazmente contra el régimen de Isabel II, llegando a criticar directamente la conducta de la reina en su artículo El rasgo (1865). En represalia por aquel escrito fue cesado de su cátedra de Historia Crítica y Filosófica de España en la Universidad Central de Madrid que ocupaba desde 1857, provocando revueltas estudiantiles y de profesores contra su cese que fueron reprimidas por el gobierno de forma sangrienta en lo que se denominó la «Noche de San Daniel» el 10 de abril de 1865. El gobierno de Ramón María Narváez dimite y lo sustituye Leopoldo O’Donnell que restituirá la cátedra a Castelar. Más tarde intervino en la frustrada insurrección del Cuartel de San Gil de 1866, y fue condenado a garrote vil pero consiguió huir a Francia en un exilio de dos años.
Participó en la Revolución de 1868 que destronó a Isabel II, pero no consiguió que condujera a la proclamación de la República. Fue diputado en las inmediatas Cortes constituyentes, en las que destacó por su capacidad oratoria, especialmente a raíz de su defensa de la libertad de cultos (1869). Siguió defendiendo la opción republicana dentro y fuera de las Cortes hasta que la abdicación de Amadeo de Saboya provocó la proclamación de la Primera República Española (1873).

Durante el primer gobierno republicano, presidido por Estanislao Figueras, ocupó la cartera de Estado, desde la que adoptó medidas como la eliminación de los títulos nobiliarios o la abolición de la esclavitud en Puerto Rico. Pero el régimen por el que tanto había luchado se descomponía rápidamente, desgarrado por las disensiones ideológicas entre sus líderes, aislado por la hostilidad de la Iglesia, la nobleza, el ejército y las clases acomodadas, y acosado por la insurrección cantonal, la reanudación de la guerra carlista y el recrudecimiento de la rebelión independentista en Cuba. La Presidencia fue pasando de mano en mano —de Figueras a Pi y Margall en junio y de éste a Salmerón en julio— hasta que en septiembre, las Cortes Constituyentes le nombraron Presidente del Poder Ejecutivo de la República


Para tratar de salvar el régimen disolvió las Cortes, movilizó hombres y recursos y encargó el mando de las operaciones a militares profesionales, aunque de dudosa fidelidad a la República. Cuando se reanudaron las sesiones de Cortes a comienzos de 1874, Castelar presentó su dimisión el 3 de enero tras perder una votación parlamentaria  mientras se votaba el nombramiento del nuevo presidente del poder ejecutivo, que iba siendo favorable a Eduardo Palanca Asensi, el general Pavía dio un golpe de Estado y disolvió las Cortes. A Castelar se le ofreció formar gobierno, pero éste rechazó; finalmente fue el general Serrano quien aceptó ser presidente del Poder Ejecutivo
Liquidada así la Primera República, el pronunciamiento de Martínez Campos vino a restablecer la Monarquía proclamando rey a Alfonso XII. Castelar se exilia en París. Tras regresar de un largo viaje, Castelar ingresó en la Real Academia Española y en la Real Academia de la Historia y volvió a la política, encarnando en las Cortes de la Restauración la opción de los republicanos «posibilistas» que aspiraban a democratizar el régimen desde dentro. Cuando en los años noventa se aprobaron las leyes del jurado y del sufragio universal, Castelar se retiró de la vida política, aconsejando a sus partidarios la integración en el Partido Liberal de Sagasta (1893).
“El ritmo poderoso de sus discursos, la rica imaginería que los vestía suntuosamente, la reiteración que martilleaba una y otra vez el mismo argumento en el auditorio, no podían menos que recordar a sus modelos: los retóricos romanos, los oradores de la revolución francesa. Y con todo, esas largas batallas verbales que llenaban el tiempo y los bancos de las cortes, que el pueblo comentaba en los cafés y en la calle, constituían una especie de gran teatro.”
 
“El que hablara Castelar en las Cortes se anunciaba en la prensa exactamente igual que si se tratara de la actuación de un famoso cantante de opera. Y él se cuidaba la voz con la misma protección que la usada por un tenor. Jamás fumaba, y tomaba una alimentación adecuada a mantener su garganta en perfecto estado de conservación.” (Llorca 1966: 139)

Segismundo Moret y Prendergast

En la calle Sacramento nació el insigne gaditano Seguismundo Moret, en Cádiz, 2 de junio de 1833 -fallecio en Madrid,el 28 de enero de 1913. Hacendista, literato y político español.
 Durante el reinado de Amadeo I fue ministro de Ultramar y ministro de Hacienda; durante el reinado de Alfonso XII ministro de Gobernación; durante la regencia de María Cristina de Habsburgo-Lorena, ministro de Estado, ministro de Fomento y nuevamente ministro de Gobernación y ministro de Ultramar; y finalmente, durante el reinado de Alfonso XIII, ministro de Gobernación y Presidente del Consejo de Ministros.

Estudió en la Universidad Central de Madrid donde en 1858 obtuvo la cátedra de Instituciones de Hacienda. En 1863 fue elegido diputado independiente por Almadén (Ciudad Real), escaño al que pronto renunciaría. Fue reelegido nuevamente en 1868 tras el triunfo de la revolución y colaboró en la redacción de la Constitución española de 1869.
Fue ministro de Ultramar en el gabinete presidido por el general Prim (1870) y de Hacienda en el primer Gobierno de Amadeo I (1871). En esta época, como ministro de Ultramar, impulsó la abolición de la esclavitud, que de momento quedó limitada a la llamada libertad de vientres (conocida como ley Moret, 4 de julio de 1870), y la creación de un texto constitucional para Puerto Rico.
Nombrado embajador en Londres en 1871. En 1875, tras la restauración borbónica, regresó a España y fundó el Partido Democrático-Monárquico, que en 1882 se fusionó en Izquierda Dinástica. Nombrado en 1883 ministro de la Gobernación bajo el gobierno liberal de José Posada Herrera. Desde 1885 formó parte del Partido Liberal, en el que colaboró con Práxedes Mateo Sagasta como Ministro de Estado (1885-1888), Gobernación (1888, 1901 y 1902), Fomento (1892), Estado (1892 y 1894) y Ultramar (1897-1898). A la muerte de Sagasta, participó en las luchas por la dirección del partido. En 1897, siendo ministro de Ultramar, decretó la autonomía de Cuba y Puerto Rico, en un vano intento de impedir la emancipación de ambas colonias. Cerca de 1902 colaboró en la creación del Instituto de Reformas Sociales, embrión del futuro Ministerio de Trabajo.
Tras la dimisión de Montero Ríos debido a su intención de sancionar a los militares implicados en los hechos del diario ¡Cu-Cut!, ocupó la presidencia del Gobierno (1905-1906). Durante este mandato hizo aprobar la Ley de Jurisdicciones, que puso las ofensas al Ejército y los símbolos y unidad de España bajo jurisdicción militar. Se vio forzado a dimitir en julio de 1906 al no contar con la mayoría suficiente en las Cortes, aunque volvió a desempeñar brevemente tal cargo del 30 de noviembre al 4 de diciembre del mismo año.
Tras los dramáticos sucesos de la Semana Trágica en 1909, de nuevo alcanzó la jefatura del gobierno sucediendo a Antonio Maura, al tiempo que desempeñaba la cartera de Gobernación, pero nuevamente hubo de dimitir en febrero del año siguiente al no conseguir la disolución de las Cortes para obtener una mayoría que respaldara su proyecto siendo sustituido por Canalejas. En 1912, cuando Canalejas fue asesinado, el gobierno de Romanones lo eligió como presidente del Congreso de los Diputados, cargo que desempeñó hasta su muerte.

Juan Álvarez Mendizábal

Político español (Cádiz, 1790 – Madrid, 1853). Miembro de la burguesía comercial gaditana, actuó como proveedor del ejército organizado por Fernando VII para recuperar las colonias españolas en América (1820); junto con otros conspiradores, preparó el pronunciamiento de aquel ejército que, encabezado por el general Riego, obligó al rey a aceptar la Constitución de 1812.
Hijo de Rafael Álvarez Montañés, comerciante, y de Margarita Méndez, aprendió idiomas modernos y recibió formación comercial en el negocio de su padre. Durante la Guerra de la Independencia, sirvió en el Ejército del Centro y, habiendo sido capturado en dos ocasiones, logró fugarse en ambas. El 21 de febrero de 1812 se casó con Teresa Alfaro y desde entonces decidió cambiar su segundo apellido, Méndez, por Mendizábal, para ocultar el origen al parecer judío de los Méndez, según la opinión más generalizada, por más que en 1811, siendo Ministro de Hacienda del Ejército del Centro, firmaba ya sus documentos como Mendizábal, tal y como se puede encontrar en el Archivo Histórico Provincial de Albacete, por lo que su nombradía como Mendizábal le precedía antes de casarse.

Entró en contacto con Vicente Bertrán de Lis, del que aceptó un empleo, pasando poco después a ser socio suyo.

Comisario de guerra honorario en 1817. Desde 1819 se encarga de los suministros del ejército de Andalucía, lo que le permite prosperar y le pone en contacto con los revolucionarios liberales, convirtiéndose en uno de ellos. Fue masón del «Taller Sublime» de Cádiz junto a Francisco Istúriz y Antonio Alcalá Galiano. Adelantó dinero (que se hizo pagar) para la conspiración de Rafael del Riego y se unió a su tropa desde el 27 de enero hasta el 4 de marzo de 1820. Se dedica por entonces a la importación de carey de Birmingham para fabricar peines. Durante la marcha de las Cortes a Cádiz en 1823, Mendizábal organizó el traslado y avitualló lo que quedaba del ejército y se encargó también de la intendencia de la Cádiz sitiada. El 30 de septiembre de ese año escapó a Gibraltar. Condenado a muerte por el absolutista Fernando VII como tantos otros, marchó emigrado a Londres, donde ingresó en prisión por deudas, aunque pronto logró salir a flote negociando la importación de vinos españoles. Allí consolidó una gran red de amigos y socios que en el futuro le resultarían muy útiles. Sus negocios le llevaron a Francia al menos en 1828 y en 1830.
Intervino en la financiación de la expedición de Vera en 1830 de acuerdo con Ardouin y otros financieros. Después intervino también en la financiación y organización de la guerra civil portuguesa, en el bando liberal, por supuesto. También financió una fuerza militar en Bélgica. En 1834 el conde de Toreno le invitó a volver a España y fue nombrado ministro de Hacienda el 15 de junio de 1835, alcanzando la Presidencia del Gobierno en lugar de Toreno el 25 de septiembre. Aunque estaba implicado en la «revolución de las juntas», negociaba semisecretamente también con la Junta de Andújar, la de Barcelona, con Istúriz, Alcalá Galiano, Argüelles y el Conde de las Navas.
El partido mendizabalino no era popular, a pesar de la fama que le dieron los decretos desamortizadores del 19 de febrero y 8 de marzo de 1836, la llamada Desamortización de Mendizábal, que pasó las propiedades improductivas y en poder de la iglesia y las órdenes religiosas, no a manos del pueblo, como era la intención de Mendizábal, sino a las manos de la oligarquía terrateniente, con lo que se evitó la formación de una clase media o burguesía que realmente enriqueciera al país y no siguiera ocupando latifundios improductivos. El procedimiento seguido para evitar que las propiedades pasaran al pueblo fue el subastar las propiedades en grandes bloques que los pequeños propietarios no podían costear. Mendizábal no gestionó el desarrollo del proyecto, pues la reina gobernadora le depuso el 15 de mayo de 1836, menos de un año después de llegar al poder, aunque volvió a ser ministro de Hacienda con Calatrava después de la Revolución de 1836.
Otra reforma importante fue la redención de quintas, con la que daba oportunidad a los burgueses de pagar si no querían que sus hijos fuesen al servicio militar y por concluyente a la guerra. Lo que favorece a las clases poderosas y da un paso atrás en el pensamiento liberal porque ya no habría igualdad entre individuos.
Ya en 1835 había sido elegido Mendizábal procurador por Gerona, pero en 1836 lo fue por Barcelona, Granada, Pontevedra, Málaga, Cádiz y Madrid (eligió Cádiz), lo que da idea de su poder. De nuevo en 1836-1837 y en 1838-1839 fue diputado por Madrid. En 1839, elegido diputado por Madrid, Albacete y Murcia, optó por Murcia. Lo fue por Madrid en 1840; en 1841 lo fue también, aunque fue elegido también por Albacete, Ávila, Murcia, Cádiz y Toledo. Cuando se debatió la regencia por la minoría de edad de Isabel II, se declaró en favor de la regencia triple contra Espartero, esto es, militó en el bando de los «Trinitarios». Representó a Madrid en la primera legislatura de 1843 y ese año volvió a ser ministro de Hacienda, pero la contrarrevolución le hizo huir a Francia y no regresó hasta 1846. Todavía fue diputado por Madrid entre 1846 y 1850.
Fue masón y un miembro destacado de la Logia de Cádiz Existen teorías diversas acerca de por qué cambió su apellido materno por el de Mendizábal. Unos dicen que fue por ocultar el origen judío de su familia materna, pero otros autores aluden a la mayor prestancia y peso comercial de un apellido vasco para la época. En cualquier caso, Juan Álvarez Mandizábal, al igual que sus padres y abuelos, era cristiano y católico bautizado, a pesar de la utilización de sus supuesto origen judío en su contra, especialmente durante la época del General Franco en la que se le quitó su nombre a una calle de Madrid y su estatua de una céntrica plaza de la capital, de la que llegó a ser Alcalde.






Antonio Cánovas del Castillo

Gobernador Civil de Cádiz

Hijo de don Antonio Cánovas y García, maestro de escuela, y de doña Juana del Castillo, Antonio Cánovas del Castillo nació en Málaga el 8 de Febrero de 1828 y dirigió desde muy joven sus estudios hacia las letras, destacándose prontamente su faceta literaria, aun oponiéndose con ello a los deseos de su padre, el cual quería que se dedicara a estudios mercantiles.

Se quedó huérfano de padre a la edad de quince años, en 1843, se encamina hacia Madrid, donde será recibido bajo la tutela de Serafín Estébanez Calderón, primo de su madre. Continua sus estudios en la capital de España, junto al trabajo en las oficinas del ferrocarril, licenciándose en Derecho en 1851.

Rápidamente el joven Cánovas comienza a labrarse un prestigio como literato, apareciendo su primera novela, La Campana de Huesca en 1852, siendo continuada por Historia de la decadencia de España desde el advenimiento al trono de Felipe III hasta Carlos II; como bien se puede apreciar se decantó rápidamente por el genero histórico, fruto del mismo serán sus Estudios del reinado de Felipe V. Si bien Cánovas podía haber continuado con su faceta literaria en exclusiva, en la España que le toco vivir difícilmente podía escaparse de la influencia que la política ejercía sobre todos los jóvenes; en una situación de claro enfrentamiento entre moderados y progresistas, Cánovas no se dejo arrastrar por ninguna de las dos tendencias y busco una tercera línea apoyada en la conciliación, aunque con claro signo conservador; esta búsqueda del equilibrio entre ambas tendencias tendrían su fruto posteriormente en la Unión Liberal de O’Donnell.
En buenas relaciones con este participó en las conversaciones previas a la revolución de 1854; su primera actividad pública, la lleva a cabo en su participación el día 30 de junio en la conocida Vicalvarada; así mismo redactó el Manifiesto de Manzanares el 7 de julio de 1854, autentico desencadenante del bienio progresista.
Durante el Bienio, Cánovas es destinado a Roma, como Agente de Preces ante la Santa Sede; con el gobierno de Armero es nombrado Gobernador Civil de Cádiz, y con la nueva escalada al poder de O’Donnell en 1858 se ocupa de la subsecretaria de Gobernación. Aún cuando dedicado ya plenamente a la política, Cánovas no abandonará jamas sus estudios históricos y fruto de ello serán sus Apuntes sobre la historia de Marruecos, así como los estudios sobre Las Relaciones de España y Roma en el siglo XVI, que le supondrá su admisión en la Academia de la Historia.
Los enfrentamientos con O’Donnell, en cuanto a política exterior, llevan a Cánovas a abandonar todos sus cargos públicos, y no será hasta la subida de Mon en diciembre de 1864, que vuelva a la arena del poder político, su vuelta no pudo ser más fuerte, desempeñando por primera vez el cargo de Ministro de Gobernación, logrando en esta etapa sonados éxitos como la ley de incompatibilidades parlamentarias o la ley de imprenta. Con la vuelta al poder de O’Donnell el 21 de junio de 1865, se le nombró Ministro de Ultramar, cargo que tuvo que compaginar junto a la cartera de Hacienda, tras la dimisión de Alonso Martínez.
Desterrado a Palencia tras los sucesos del 22 de junio de 1866, retoma sus estudios historiográficos y escribe el Bosquejo histórico de la Casa de Austria.
La revolución del 68 abrió los ojos a Cánovas que ve que la única solución posible para España esta en la renovación de la monarquía española, fuertemente desprestigiada por Isabel II, y en una restauración monárquica en la figura de Alfonso XII. En 1873, recibirá plenos poderes de Alfonso XII, para encaminar la corriente política española hacia la Restauración.
Cánovas, siempre quiso que la vuelta a la monarquía fuera el fruto de un deseo intrínseco del pueblo español, y no el fruto de una imposición militar, y como tal se entiende en el Manifiesto de Sandhurst del 1 de diciembre de 1874.
Con este manifiesto, Cánovas, pretendió articular una monarquía hereditaria y constitucional, intentando que el rey fuera deseado por los españoles y no que viniera precedido de un golpe militar, pero el pronunciamiento del general Martínez Campos en Sagunto el 18 de diciembre de 1874, dio al traste con estas pretensiones, y obligó a Cánovas a tomar el poder en el primer Ministerio-Regencia, del que también formaron parte, Castro, Jovellar, el marques de Molins, Salaverría, el marqués de Osorio, Cárdenas, Romero Robledo y López de Ayala, este último ocupando la misma cartera, Ultramar, que ocupaba el día antes con la República.
El pronunciamiento de Martínez Campos, será el primero de la historia de España en que un golpe militar lleve al poder a un civil.
Con su idea de una monarquía querida por el pueblo, e influido por las ideas liberales inglesas, se promulga en 1876 una Constitución con clara tendencia liberal. Durante dos meses y medio, deja Cánovas la presidencia del Gobierno, para ocuparse personalmente de la elaboración del proyecto constitucional; una vez aceptado ese proyecto retomó la presidencia y convocó elecciones generales, que se llevan a cabo el 23 de enero de 1876, y dieron una amplia mayoría a Cánovas y su política; la nueva Constitución se publicó en la Gaceta el 2 de julio.
Cánovas, con su proyecto político, también se ocupó de inculcar a la nación un espíritu parlamentario y civil, para evitar la influencia de un ejército demasiado politizado. Cánovas, también será recordado como el instaurador del llamado sistema de turno de partidos; con este método aseguró una dinámica en la vida política del país e intentaba evitar el desgaste político del poder.
Gobernó casi continuamente hasta 1881, con las únicas interrupciones del gobierno de Jovellar en 1875, para llevar a cabo las elecciones, y el gobierno de Martínez Campos en 1879.
En 1879, Cánovas, vio como el partido constitucional de Sagasta, iba cogiendo cada vez mayor fuerza política, y le dio el paso a la alternancia del gobierno el 10 de febrero de 1881, hasta el 13 de octubre de 1883, en que un gobierno de la denominada Izquierda Dinástica sube al poder; el 18 de enero de 1884, Cánovas recupera el poder hasta la muerte de Alfonso XII el 25 de noviembre de 1885.
Cuando se inicia la Regencia de María Cristina, llegó al acuerdo con Sagasta de un mutuo apoyo político en el Pacto de El Pardo, llevado a cabo el día anterior a la muerte del monarca, y que realmente se realizó en la Presidencia del Gobierno en la calle Alcalá, dejando el poder en manos de Sagasta; recuperado el poder el 8 de julio de 1890 a diciembre de 1891, en diciembre del año siguiente se produce su dimisión como jefe de la mayoría conservadora y la escisión entre los partidarios de Cánovas y los de Silvela. De nuevo en el poder el 23 de marzo de 1895, la situación exterior es insostenible para España, pero la interior también es muy difícil, los ajusticiamientos de los ocho anarquistas de Montjuich, se pueden considerar como los desencadenantes de los acontecimientos que acabarían con su vida. El 8 de Agosto de 1897 sufrió un atentado durante su estancia en el balneario de Santa Agueda (Guipúzcoa), del que resultó muerto tras los tres disparos que le efectuó el anarquista Angiolillo.










Beato Diego José de Cádiz.

Diego José nació en Cádiz, en España, el 30 de marzo de 1743, hijo de José López Caamao y Garcia Pérez de Rendón de Burgos, ambos ilustres. Huérfano de madre a los 9 años; fue admitido al noviciado de los Hermanos Menores Capuchinos de Sevilla, donde emitió la profesión religiosa el 31 de marzo de 1759; después de

siete años en los cuales realizó sus estudios filosóficos y teológicos fue ordenado sacerdote en Carmona, a los 23 años de edad.Impulsado por vocación y por temperamento al apostolado activo, trabajó intensamente con la palabra y los escritos para difundir la fe y excitar el fervor religioso del pueblo español propugnando la cruzada contra los revolucionarios franceses (1793•1795). De ello queda como testimonio su libro: «El soldado católico en guerra de religión», dirigido en forma de carta a su sobrino Antonio, enrolado como voluntario.Propagador eficaz de la devoción a la Santísima Trinidad y a nuestra Señora, la Madre del Divino Pastor, fue elegido consultor y teólogo en varias diócesis, canónigo honorario en muchos cabildos catedralicios, socio de universidades e institutos culturales. Fue capellán militar modelo. La sana educación clásica, su innato buen sentido, la tradición franciscana, lo salvaron del conceptismo gongorista que predominaba en su tiempo; se mantuvo en la línea de la predicación evangélica recomendada por San Francisco, que, siendo la más sencilla, es también la más sobria y la más eficaz.

Surgido también él, como San Antonio de Padua, del retiro voluntario en el silencio humilde,se manifestó luego elocuente, con una elocuencia docta y cálida (se conservan unos 3.000 sermones suyos) que le valió los títulos del San Juan Crisóstomo del siglo XVIII o de Santo Tomás redivivo. Tuvo tanto ascendiente sobre las tropas españolas que pudo impedir una revuelta contra los franceses residentes en Málaga,provocada por la decapitación de Luis XVI.Convencía a sus hombres insertando la piedad religiosa en la vida concreta de ellos, por ejemplo, predicaba a los cadetes de caballería de Ocaña sus deberes de soldados comentando cristianamente el reglamento militar. En los últimos años del siglo, la figura atlética de Diego José, con su palabra vibrante, sostuvo la reacción católica española contra las ideas y las armas de la Revolución francesa. Murió en Ronda (Málaga) el 24 de marzo de 1801, a los 58 años, después de 32 años de intensa vida misionera, dejando numerosos escritos y preciosas cartas espirituales.
Treinta años de activísima vida misionera no caben en unas páginas. No es posible reducir a tan breve síntesis la labor de este apóstol capuchino, que, siempre a pie, recorrió innumerables veces Andalucía entera en todas direcciones; que se dirigió después a Aranjuez y Madrid, sin dejar de misionar a su paso por los pueblos de la Mancha y de Toledo; que emprendió más tarde un largo viaje desde Roma hasta Barcelona, predicando a la ida por Castilla la Nueva y Aragón, y a la vuelta por todo Levante; que salió, aunque ya enfermo, de Sevilla y, atravesando Extremadura y Portugal, llegó hasta Galicia y Asturias, regresando por León y Salamanca.


Pero hay que recordar, además, que en sus misiones hablaba varias horas al día a muchedumbres de cuarenta y aun de sesenta mil almas (y al aire libre, porque nuestras más gigantescas catedrales eran insuficientes para cobijar a tantos millares de personas, que anhelaban oírle como a un «enviado de Dios»); que tuvo por oyentes de su apostólica palabra, avalada siempre por la santidad de su vida, a los príncipes y cortesanos por un lado y a los humildes campesinos por otro, a los intelectuales y universitarios y a las clases más populares, al clero en todas sus categorías y a los ejércitos de mar y tierra, a los ayuntamientos y cabildos eclesiásticos y a los simples comerciantes e industriales y aun a los reclusos de las cárceles; que intervino con su consejo personal y con su palabra escrita, bien por dictámenes más o menos públicos, bien por su casi infinita correspondencia epistolar, en los principales asuntos de su época y en la dirección de muchas conciencias; que escribió tal cantidad de sermones, de obras ascéticas y devocionales, que, reunidas, formarían un buen número de volúmenes; que caminaba siempre a pie, con el cuerpo cubierto por áspero cilicio, pero alimentando su alma con varias horas de oración mental al día; y que, si le seguía un cortejo de milagros y de conversiones ruidosas, también supo de otro cortejo doloroso de ingratitudes, de incomprensiones y aun de persecuciones, hasta morir envuelto en un denigrante proceso inquisitorial.
¿Cómo describir, siquiera someramente, tan inmensa labor? La amplitud portentosa de aquella vida, tan extraordinariamente rica de historia y de fecundidad espiritual, durante los últimos treinta años del siglo XVIII, a lo largo y ancho de la geografía peninsular, se resiste a toda síntesis. Sólo de la Virgen Santísima, a la que especialmente veneraba bajo los títulos de Pastora de las almas y de la paz, predicó más de cinco mil sermones. Y seguramente pasaron de veinte mil los que predicó en su vida de misiones, las cuales duraban diez, quince y aun veinte días en cada ciudad.
La misión concreta de su vida y el porqué de su existencia podría resumirse en esta sola frase: fue el enviado de Dios a la España oficial de fines de aquel siglo y el auténtico misionero del pueblo español en el atardecer de nuestro Imperio.
Nuestros intelectuales de entonces y las clases directoras, con el consentimiento y aun con el apoyo de los gobernantes, abrían las puertas del alma española a la revolución que nos venía de allende el Pirineo, disfrazada de «ilustración», de maneras galantes, de teorías realistas. Todo ello producía, arriba, la «pérdida de Dios» en las inteligencias. Luego vendría la «pérdida de Dios» en las costumbres del pueblo. Aquella invasión de ideas sería precursora de la invasión de armas napoleónicas que vendría después.
No todos vieron a dónde iban a parar aquellas tendencias ni cuáles serían sus funestos resultados. Pero fray Diego los vio con intuición penetrante –y mejor diríamos profética–, ya desde sus primeros años de sacerdocio. Por eso escribía: «¡Qué ansias de ser santo, para con la oración aplacar a Dios y sostener a la Iglesia santa! ¡Qué deseo de salir al público, para, a cara descubierta, hacer frente a los libertinos!… ¡Qué ardor para derramar mi sangre en defensa de lo que hasta ahora hemos creído!»
Dios le había escogido para hacerle el nuevo apóstol de España, y su director espiritual se lo inculcaba repetidas veces: «Fray Diego misionero es un legítimo enviado de Dios a España». Y convencido de ello, el santo capuchino se dirige a las clases rectoras y a las masas populares. Entre la España tradicional que se derrumba y la España revolucionaria que pronto va a nacer, él toma sus posiciones, que son: ponerse al servicio de la fe y de la patria y presentar la batalla a la «ilustración». Había que evitar esa «pérdida de Dios» en las inteligencias y fortalecer la austeridad de costumbres en la masa popular. Y cuando vio rechazada su misión por la España oficial (¡cuánta parte tuvieron en ello Floridablanca, Campomanes y Godoy…!), se dirigió únicamente al auténtico pueblo español, con el fin de prepararle para los días difíciles que se avecinaban.
En su misión de Aranjuez y Madrid (1783) el Beato se dirigió a la corte. Pero los ministros del rey impidieron solapadamente que la corte oyera la llamada de Dios. Intentó también fray Diego traer al buen camino a la vanidosa María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV. Pero, convencido más tarde de que nada podía esperar, sobre todo cuando Godoy llegó a privado insustituible de Palacio, el santo misionero rompió definitivamente con la corte, llegando a escribir, más tarde, con motivo de un viaje de los reyes a Sevilla: «No quiero que los reyes se acuerden de mí».
Para cumplir fielmente su misión, el Beato recibió de Dios carismas extraordinarios, que podríamos recapitular en estos tres epígrafes: comunicaciones místicas que lo sostuvieran en su empresa, don de profecía y multiplicación continua de visibles milagros.
Pero Dios no se lo dio todo hecho. Hay quienes, conociéndole sólo superficialmente, no ven en él más que al misionero del pueblo que predica con celo de apóstol, acentos de profeta y milagros de santo. Pero junto al orador, al santo, al profeta y al apóstol, aparece también a cada momento el hombre. También él siente las acometidas de la tentación carnal; también él se apoca y sufre cuando se le presenta la contradicción; también él experimenta dificultades y desganas para cumplir su misión; y aun sólo «a costa de estudio y de trabajo» –dice él– logra escribir lo que escribe. Y a pesar de todo, nada de «tremendismo» en su predicación, como no fuera en contados momentos, cuando el impulso divino le arrebata a ello. Y así, mientras otros piden a Dios el remedio de los pueblos por medio de un castigo misericordioso, «yo lo pido –escribe– por medio de una misericordia sin castigo». Y no se olvide que vivió en los peores tiempos del rigorismo. ¿Y cómo no iba a ser así, si él fue siempre, como buen franciscano y neto andaluz, santamente humano y alegre, ameno en sus conversaciones y gracioso hasta en los milagros que hacía?
Pero el celo de la gloria de Dios y el bien de las almas le dominaron de suerte que ello solo explica aquel perfecto dominio de sus debilidades humanas, aquella actividad pasmosa, lo mismo predicando que escribiendo, y aquel idear disparates: como el deseo de no morir, para seguir siempre misionando; o el de misionar entre los bienaventurados del cielo o los condenados del infierno; o el de marcharse a Francia, cuando tuvo noticias de los sucesos de París en 1793, para reducir a buen camino a los libertinos y forajidos de la Revolución Francesa.
Dícese de Napoleón que, desterrado ya en Santa Elena, exclamaba recordando sus victorias y su derrota definitiva: «La desgraciada guerra de España es la que me ha derribado». Pero esta guerra no la vencieron nuestros reyes ni nuestros intelectuales; la venció aquel pueblo que había recibido con sumisión y fidelidad las enseñanzas del «enviado de Dios». Este pueblo, fiel a la misión de fray Diego, no traicionó a su fe ni a su patria; los intelectuales y gobernantes, que habían rechazado esa misión, traicionaron a su patria, porque ya habían traicionado a su fe.
Sólo Dios puede medir y valorar –como sólo Él los puede premiar– los frutos que produjo la constante y difícil, fecunda y apostólica actividad misionera del Beato Diego José de Cádiz. Describiendo él su vocación religiosa decía: «Todo mi afán era ser capuchino, para ser misionero y santo». Y lo fue. Realizó a maravilla este triple ideal. Su vida fue un don que Dios concedió a España a fines del XVIII. Por la gracia de Dios y sus propios méritos, fray Diego fue capuchino, misionero y santo.



Cayetano del Toro y Quartiellers

Cayetano del Toro y Quartiellers nació en Cádiz el 4 de octubre de 1842. Doctor en Medicina y Cirujía. Estudió en nuestra Facultad de Medicina especializándose en Oftalmología, llegando a ser uno de los mejores médicos de España y reconocido internacionalmente gracias a sus numerosos trabajos científicos publicados. De familia gaditana, su abuelo Cayetano perteneció al Batallón de Voluntarios Distinguidos de Cádiz, que hizo frente al asedio de las tropas de Napoleón. En la hoja de servicios de su antepasado se hizo constar que se alistó para la defensa de su ciudad “a pesar de estar enfermo y cargado de familia.”

Desde muy joven Cayetano del Toro compaginó su profesión médica con la dedicación a la política, perteneciendo al partido liberal de Sagasta, de quién fue íntimo amigo. En 1887, ocupando la presidencia de la Diputación Provincial, se encargó eficazmente de la organización de la Exposición Marítima Internacional, en los actuales terrenos de Astilleros que fueron ganados al mar con tal motivo.

En 1905, a sugerencia de su amigo y correligionario Segismundo Moret, se encargó de la Alcaldía de Cádiz. La colaboración entre ambos políticos, uno desde el Consejo de Ministros y el otro desde el Ayuntamiento, fue enormemente fructífera para los intereses gaditanos. El 3 de marzo de 1906 dieron comienzo las obras de derribo de las murallas de Cádiz, con el fin primordial de paliar la crisis obrera. La primera piedra del derribo fue destinada a ser la primera del monumento a Moret. Otras realizaciones de del Toro fueron las obras de ampliación del muelle o el ensanche de la ciudad hacia Extramuros. Desde el Ayuntamiento dio un fuerte impulso a las celebraciones de Semana Santa.
Del Toro desarrolló a lo largo de su vida una enorme actividad cultural, presidiendo la Real Academia de Cirujía de Cádiz y perteneciendo a infinidad de asociaciones y entidades. Como médico atendió gratuitamente a infinidad de pobres, lo que unido a su actividad política hizo que fuera muy querido y admirado por todos. Durante muchos años en la sección de anuncios de Diario de Cádiz figuró que el doctor Cayetano del Toro tenía la consulta abierta para los pobres los martes, jueves y sábados a partir de las cinco de la tarde, en la calle de la Verónica número 9.
Cayetano del Toro falleció en su domicilio de la calle Istúriz, el 2 de enero de 1915. Durante su entierro se produjeron graves incidentes debido a que los obreros de la ciudad insistieron en llevar a hombros el cadáver de su benefactor. DIARIO DE CADIZ recogió en sus páginas estos incidentes. Al ser del Toro hermano de la Santa Caridad, su entierro debía ser sin honores. Cuando el cortejo fúnebre llegó a la calle Prim, la multitud impidió que continuara su marcha y varios trabajadores cortaron con navajas las correas de los caballos que arrastraban la carroza y sacaron el féretro a viva fuerza. A hombros de trabajadores fue llevado el féretro hasta el Cementerio parando previamente en el Ayuntamiento.