El Arco de los Blanco

Originalmente fue conocido como Puerta de Tierra y se situaba inmediata al Castillo de la Villa. Como ocurrió en el arco del Pópulo, al vano original se fueron añadiendo distintas construcciones, que transformaron su aspecto primitvo. Sobre la amplia bóveda que conforma el pasadizo, la familia Bianco o Blanco, de la que toma la puerta su nombre actual, levantó en el siglo XVII una capilla dedicada a la Virgen de los Remedios, hoy desgraciadamente desaparecida. El pórtico exterior, con arcos apuntados, daba acceso a las carnicerías reales, bajo cuyo solar se ha localizado parte de las dependencias anejas a la escena del teatro romano.


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Ver mapa más grandEn su primera época se denominó Puerta de Tierra, porque quedaba frente a la goleta o istmo. Mas tarde se la llamó de Santa María, por dar paso a este arrabal. La puerta estaba flanqueada por dos torres, desiguales. La del Sur era uno de los cubos del castillo que contiguo a ella existió (Castillo de la Villa).
Sobre ella existía una imagen de alabastro de Nuestra Señora de los Remedios, escultura de origen italiano, quizás de mitad del siglo XVI.
Careciendo de importancia militar la cerca o muralla de la Villa y sus puertas, al no encerrar sino una pequeñísima parte de la ciudad, este arco fue el que sufrió más el abandono, hasta el punto de amenazar ruina, por lo que tuvo que repararse seriamente en 1602.
Hacia 1621 la familia Blanco, una de las principales del comercio de Cádiz y que más tarde tuvo asiento en el Cabildo, solicitó autoriazación para labrar a su costa una capilla, al igual que se había levantado en la Puerta del Pópulo, edificando sobre la bóveda y entre los torreones.
La capilla quedó terminada en 1635, fecha que está indicada en el Ave María que existe en el frente que da a la calle del Mesón Nuevo. Esta capilla se labró formando un tejaroz con espadaña, de modo que quedaba abierto a la calle de la Carnicería o de la Misericordia, en donde lo soportaban tres arcuaciones, descansando en ménsulas y columnas de mármol blanco.
La imagen debió quedar junto a la muralla, sobre el altar adosado a ella. Una sencilla balaustrada remataría el ámbito de la capilla, que limitaban por ambos lados las torres de la puerta. Para la Sacristía se labró un cuarto, gran parte de él ahuecado, por el revés de la muralla, que por esta parte es altísima y rebasa algunos de los edificios de la calle de San Juan de Dios.
En 1642 se autorizó a don Felipe Marzón y Blanco, Caballero Regidor y patrono de este santuario, para que se le formase un balcón volado que llegase hasta la esquina del castillo o torre de la derecha, como ya se ha comentado con anterioridad.
El aspecto sería el de tantas y tantas capillas pensiles como hay por Andalucía: una capillita abierta a la calle con espacio poco más que suficiente para poder oficiar, y amplia balconada en donde poder colocar candelas y mariposeros.
Siendo de patronato particular, pocas referencias de ella existen en el Archivo Municipal, pero la simple visita hace comprender que, por la primera mitad del siglo XVIII hubieron modificaciones de importancia: se colocó un retablo de talla, la imagen se susituyó por otra de lienzo y en el hueco de la torre izquierda se hizo una capilla con retablo, dedicado a San Raimundo de Peñafort.
En el siglo XIX se prologó el tejaroz y se tapió la parte que da a la calle, suprimiendo el corredor y quedando el conjunto con el aire amazacotado que tenía hasta su desaparición. Hacia 1810 se le agregaron unas casas, en las que vivía el canónigo que disfrutaba la capellanía.

El Arco de la Rosa.

Se trata de una de las tres antiguas puertas que tenía el Castillo de la Villa, en Cádiz. Su denominación obedece a la pequeña capilla dedicada a la Virgen del Rosario o de la Rosa que se alzaba sobre ella. Originalmente su acceso se realizaba en eje acodado, a lo que obligaba la torre situada ante él, hoy desaparecida. Sobre el vano, que fue ampliado para permitir el paso de carruajes, defiende la entrada un matacán. Ante el arco se abría una pequeña plaza, denominada plaza de las Tablas, donde se montaban los patíbulos, desaparecida a finales del siglo XIX, cuando se configuró la actual plaza de la Catedral.

Por estar frente y dar paso al arrabal de este nombre, se la denominó Puerta de Santiago. Con notable diferencia, es la más alta y, por ella, entraba el Cabildo municipal cuando, como en la procesión del Pendón Real, con motivo de alzarlo en las proclamaciones de reyes, se formaba a caballo.

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Ver mapa más grande Los documentos que aluden a esta puerta sólo hablan de «la torre del arco» y, efectivamente, sólo debió tener una, fácilmente identificable por fuera y dentro de la edificación.

Es posible que, junto a ella, hubiese mayor fortificación, haciendo de barbacana, en la que mucho después de la conquista instalasen las atarazanas que citan algunas escrituras de daciones de censos por la plaza de Cardoso.
Esta puerta tenía su imagen, aunque no sobre ella, sino en la torre. Era de alabastro, movida de talla y graciosamente policromada. La que llegó hasta su desaparición , quizás sustitución de otra más antigua y de tipo arcaico, representaba a Nuestra Señora del Rosario, pero desde lo alto de su capillita callejera del muro, era tan venerada y tenida por milagrosa que la gente la denominaban de los milagros.
En 1618, el Cabildo Eclesiástico, iniciando una política contraria a la tradición de venerar imágenes en plazas y callejuelas, tan propia de nuestro pueblo, y amparándose en estar en continuo peligro de profanaciones e irreverencias, quiso llevarla en procesión a la Catedral, para que allí se le siguiera el culto. Enterados lo vecinos, recurrieron al Ayuntamiento y, trasladada ya, pretendieron autorización para labrar una capilla en la torre, con destino a tan popular y milagrosa imagen. Hubieron sus trámites y dilaciones. Incluso se nombraron a los Regidores don Francisco Fantoni y don Francisco de Lamadrid, para pedir limosnas con destino a la fábrica. Todo quedó en aguas de borrajas, a pesar de nuevas instancias de don Pedro González de Noriega, que capitaneaba a los vecinos.
La imagen de Nuestra Señora del Rosario de los Milagros, como se la denominaba, continuó y continúa en la Catedral Vieja, en la hoy Capilla del Sagrario (entonces denominada de los genoveses), sustituyendo a la Santa María de San George, que desde 1487 presidía el altar de esta nación y que, por ser de plata maciza, no dejaría de llamar la atención a las vandálicas tropas angloholandesas de desembarco del conde de Essex.
Algunos autores afirman que el nombre actual de Arco de la Rosa pudiera ser debido a algún individio de la familia de este apellido, que tuviera casa principal junto a él. Tal nombre, efectivamente, tuvo prosapia gaditana, puesto que hubieron regidores apellidados de la Rosa.
Quizás el nombre del arco no le llegó de unas casas, ni de una familia, sino de más arriba. Posiblemente, la imagen de los Milagros’ fue sustituida por otra con el correr de los tiempos. Quizás existiera también de antiguo pero, seguramente, en 1761 existía una Nuestra Señora de la Rosa, advocación muy antigua en Andalucía, evidente alusión a la Rosa Mística, muy frecuente en la edad media como en la época visigótica lo fue la representación mayestática de la Madre de Dios con una manzana. Antigua o moderna, a mitad del siglo XVIII el arco de la plazuela se denominaba ya de la Rosa, por esta imagen ya desaparecida, y cuya pista, desgraciadamente, se ha perdido hasta la fecha.
En el año 1764, el capellán del Coro de la Catedral y administrador del santuario o capillita de Nuestra Señora de la Rosa solicitó poder hacerle camarín y capilla con frente a la plazuela de las Tablas, a lo que accedió el Ayuntamiento con tal de no variar la Cruz que por allí estaba. La obra debió emprenderse con brío y buen recaudo de limosnas, pues se terminó al morir el año. Cuando se pensó inaugurar el camarín trasladando a ella la imagen de la Virgen, el Cabildo Eclesiástico la hizo desaparecer del arco, instalándola en una de las capillas ya cubiertas de la entonces medio construida Catedral Nueva, que, según parece, fue la primera en abrirse al culto.
El padre Lipari y los vecinos protestaron de lo lindo. En un primer impulso, los regidores (puesto que la imagen y la muralla eran suyos), pensaron hacer causa suya las protestas. Tras ciertas negociaciones, en las que el Cabildo Catedral se mantuvo en sus trece, escudados en la evitación de escándalos, injurias y obscenidades que se habían cometido con anterioridad. También argumentó el Cabildo, que terminada la Catedral era preciso derribar la torre donde se estaba formando el camarín, para que la línea de la plazuela que se forma quedase recta.


María del Rosario Cepeda y Mayo

Escritora y poetisa, nacida en Cádiz en 1756 y fallecida en Madrid en 1816.

Rosario Cepeda debe su fama al eco que entre sus contemporáneos tuvo el resultado del examen público al que fue sometida cuando contaba con 12 años, cuando tradujo y recitó una obra de Anacreonte y una fábula de Esopo. Colaboradora en la prensa gaditana, socia de Honor y Mérito de la Junta de Damas de la Real Sociedad Económica Matritense, de la que fue su secretaria de 1797 hasta 1808, y también de numerosas sociedades culturales de su tiempo.

El Ayuntamiento de Cádiz la nombró regidora honoraria del mismo. Nacida en un siglo que en España, apenas se abre, inicia el debate sobre las capacidades intelectuales de las mujeres con la intervención en «Defensa de las Mujeres» del abate Feijoo y se cierra, igualmente, con el «Discurso sobre la educación física y moral de las mujeres» que Josefa Amar publica en 1790, no es de extrañar que la demostración de la capacidad de una niña, para aprender disciplinas y materias científicas diversas, fuera recibida por sus contemporáneos con admiración e, incluso, que su saber se exhibiera como si de una rareza se tratara. Escribió también «Memoria sobre las casas de Expósitos», y el «Elogio de la Reyna N.S.»; formado por la señora Dª María del Rosario Cepeda de Gorostiza, socia de honor y mérito de la Junta de Señoras y leído en la junta pública de distribución de premios de la Real Sociedad Económica en julio de 1777.
La actividad intelectual de Rosario Cepeda, sin embargo, no es la de una creadora sino más bien la de una mujer ilustrada, que está presente en los foros culturales de su tiempo y que en ellos goza de cierto protagonismo. Como otras mujeres de su entorno social, junto a la formación exigida para una dama de sociedad música, baile y labores de aguja- pudo acceder a conocimientos más amplios en lenguas clásicas y modernas, historia y geometría, pero éstos no modificaron sus funciones que fueron las de un ama de casa instruida con una vida cultural activa.

Su matrimonio con el general Gorostiza la llevó a residir en Madrid, donde desarrollaría una labor continuada en la Junta de Damas. Murió el 16 de octubre de 1816.

Manuel de Falla

Manuel María de los Dolores Falla y Matheu[1] nació el 23 de noviembre de 1876 en el domicilio familiar de la Plaza de Mina número 3 en Cádiz, hijo de José María Falla y Franco y de María Jesús Matheu y Zabala. Recibió sus primeras lecciones de solfeo de mano de su madre, intérprete de piano, y su abuelo. A los 9 años de edad continuó sus estudios musicales con una profesora de piano llamada Eloísa Galluzo. Además su nodriza le enseñó nanas y canciones populares que dejaron huella en él. En 1889 prosiguió sus estudios de piano con Alejandro Odero y aprendió armonía y contrapunto con Enrique Broca. A los quince años sus intereses eran principalmente la literatura y el periodismo. Con un grupo de amigos fundó la revista literaria «El Burlón» y en 1890 participó en una segunda titulada «El Cascabel», que terminó dirigiendo. En 1893, tras asistir a un concierto en Cádiz donde se interpretaron, entre otras, obras de Edvard Grieg sintió, según sus propias palabras, que su «vocación definitiva es la música».



Falla conoció a Felip Pedrell en 1901 en Madrid. Éste fue una gran influencia para el compositor gaditano ya que despertó en él el interés por el flamenco y, en especial, por el cante jondo.A partir de 1896 comenzó a viajar a Madrid, donde asistió al Real Conservatorio de Música y Declamación. Allí se perfeccionó en piano con José Tragó, un condiscípulo de Isaac Albéniz. En 1897 compuso Melodía, una obra para violonchelo y piano y dedicada a Salvador Viniegra, ya que Falla participaba en las sesiones de música de cámara que se realizaban en casa de éste. Ese mismo año se trasladó definitivamente a Madrid, donde al año siguiente finalizó con honores sus estudios en el Conservatorio. Al año siguiente superó, con la calificación de sobresaliente, los tres primeros años de solfeo y cinco de piano en el Conservatorio, en calidad de alumno libre, y compuso Scherzo en do menor. En 1899 terminó los estudios oficiales en la Escuela Nacional de Música y Declamación y obtuvo, por unanimidad, el primer premio de piano de dicho centro. Ese mismo año estrena sus primeras obras: Romanza para violonchelo y piano, Nocturno para piano, Melodía para violonchelo y piano, Serenata andaluza para violín y piano, Cuarteto en Sol y Mireya. Por esa época, el joven músico añadió el «de» a su apellido, con el que sería conocido.


En 1900 compuso Canción para piano y algunas piezas vocales y para piano. Estrenó Serenata andaluza y Vals-Capricho para piano en el Ateneo de Madrid. Debido a la precaria situación económica de la familia, comenzó a impartir clases de piano. Realizó sus primeras obras de zarzuela, como La Juana y la Petra o La casa de tócame Roque.


En 1901 conoció a Felip Pedrell, quien tendría notable influencia en su posterior carrera ya que despertó en él el interés por el flamenco y, en especial, por el cante jondo. Compuso obras como Cortejo de gnomos y Serenata, ambas para piano y tras componer algunas zarzuelas, hoy perdidas u olvidadas, como Los amores de Inés y Limosna de amor.


El 12 de abril de 1902 estrenó, en el Teatro Cómico de Madrid, Los amores de la Inés y ese mismo año conoció a Joaquín Turina y la Sociedad de Autores publicó Vals-Capricho y Serenata andaluza. Al año siguiente compuso y presentó Allegro de concierto al concurso convocado por el Conservatorio de Madrid, que finalmente ganó Enrique Granados y la Sociedad de Autores publicó las obras Tus ojillos negros y Nocturno. Ese mismo año, comenzó su colaboración con Amadeo Vives las zarzuelas Prisionero de guerra, El cornetín de órdenes y La cruz de Malta, de las que sólo se conservan algunos fragmentos.


Los años de estudio en la capital española culminaron con la composición, en 1904, de la ópera La vida breve, en colaboración con Carlos Fernández Shaw, que se hizo acreedora del primer premio de un concurso convocado por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Aunque las bases del concurso estipulaban que el trabajo ganador debía representarse en el Teatro Real de Madrid, Falla hubo de esperar ocho años para dar a conocer su partitura, no en Madrid sino en Niza (Francia). Dado de que no conocía todavía Granada, la ciudad en la que se ambienta esta ópera, Falla pidió información a su amigo Antonio Arango. De esta época son los Cantares de Nochebuena.


En abril de 1905 obtuvo el premio de piano convocado por la firma Ortiz y Cussó. El 15 de mayo de ese año estrenó en el Ateneo de Madrid la obra Allegro de concierto. El 13 de noviembre la Academia de Bellas Artes otorgó el premio de su concurso a La vida breve.
En 1931 realizó su última visita a Londres para dirigir El retablo de maese Pedro en una retransmisión de la BBC. El 14 de mayo, un mes después de la proclamación de la Segunda República en España, escribió junto con otros amigos granadinos, al presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora, y a su amigo Fernando de los Ríos, ministro de Justicia, para pedirles que tomaran las medidas oportunas para detener la quema y saqueo de iglesias, así como el creciente proceso de «desevangelización» de España. Ese mismo año fue designado vocal de la recién creada Junta Nacional de Música.


En 1937, colabora con José María Pemán en un Himno marcial para las fuerzas nacionalistas. Para ello, Falla arregla y adapta el «Canto de los Almogávares», de Los Pirineos de Felipe Pedrell, con letra nueva de José María Pemán.


Exilio en Argentina y fallecimiento [editar]El 28 de septiembre de 1939, después de la Guerra Civil Española y en puertas de la Segunda Guerra Mundial, Manuel de Falla se exilió en Argentina, a pesar de los intentos de los gobiernos del general Francisco Franco, que le ofrecían una pensión si regresaba a España. Fue nombrado Caballero, con el grado de Gran Cruz, de la Orden de Alfonso X el Sabio en 1940.[2] Vivió en su exilio argentino gracias a la ayuda de algunos mecenas, entre ellos la familia Cambó, y lo hizo de forma tranquila en una casa en las sierras, donde su hermana cuidaba de él, ya que casi siempre estaba enfermo. Finalmente, falleció el 14 de noviembre de 1946 tras sufrir una parada cardiorrespiratoria, sin que hubiera podido culminar su última obra. La tarea de finalizarla, según los esbozos dejados por el maestro, correspondió a su discípulo Ernesto Halffter. En este país, exiliado, estrenaría su Suite Homenajes.

Sus restos fueron trasladados desde Buenos Aires, hasta su tierra natal, Cádiz a bordo del minador Marte. En Cádiz fueron recibidos por su familia, por José María Pemán y por diferentes autoridades eclesiásticas, civiles y militares, entre las que se encontraba el Ministro de Justicia, Raimundo Fernández-Cuesta, en representación del Jefe del Estado, Francisco Franco. El cortejo fúnebre se dirigió del muelle a la Catedral de Santa Cruz de Cádiz, donde se celebró un solemne funeral. Con autorización expresa del papa Pío XII, los restos fueron enterrados en la cripta de la catedral, donde se encuentran actualmente junto a los de José María Pemán.

Oratorio de San Felipe Neri

La Iglesia de San Felipe Neri de Cádiz, perteneciente a un primitivo oratorio de filipenses hacia el año 1671, comienza su actual transformación sobre el año 1688 a manos del maestro de obras Blas Díaz, quedando acabada para su inauguración en 1719 siendo consagrada el 17 de septiembre del mismo año. No obstante, elementos importantes como su primera cúpula debieron quedar arruinadas tras los efectos del Terremoto de Lisboa de 1755, por lo que hubo de acometerse su reconstrucción, ahora mediante el también maestro de obras Pedro Luis Gutiérrez de San Martín, quien la deja acabada en 1764, tal como hoy se ve.

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En el año 1671 llegaron a Cádiz dos Padres Filipenses a quienes el Obispo de la Diócesis, Fray Alonso Vázquez de Toledo, con fecha 20 de agosto, concedió licencia para dicha fundación, a lo que el Cabildo Eclesiástico dio su consentimiento complaciente. Pero en contra de lo que pueda creerse, la formación de esta comunidad, que se dedicaba únicamente al confesionario y a la predicación, no fue tarea fácil y estuvo jalonada de vicisitudes para los religiosos que emprendieron esta tarea. Finalmente, los Padres Filipenses construyeron en el mismo lugar en que ahora se encuentra, su pequeña y primitiva iglesia.

Transcurridos algunos años fueron derribadas las casas adquiridas por el Obispo para dar comienzo los Filipenses a las obras para la construcción del templo y residencia que habían de habitar los religiosos de dicha orden, cuyas edificaciones son las mismas que actualmente subsisten, con algunas ligeras modificaciones en su interior, para adaptarlas a las necesidades a que se dedicaron posteriormente.
En la realización de las obras intervinieron los arquitectos Vicente Acero y Gaspar Cayón; los escultores y decoradores Luis Antonio de los Arcos, Juan Fagundo, Jerónimo Barbás y el pintor italiano Brinardelli. Los Filipenses estaban además muy bien relacionados con las personas más pudientes de la ciudad, entre cuyos más decididos protectores se encontraban el Marqués de Casa-Recaño, el Conde de Cinco Torres y otros aristócratas que dispusieron parte de sus fortunas con destino a la fábrica del templo. Como prueba de esa ayuda económica y de la influencia que los Padres de esta Orden habían llegado a adquirir, hasta el Cabildo Municipal celebrado el día 1 de Abril de 1717, acordó que se acudiera a Su Majestad pidiendo la facultad para socorrer con quinientos pesos a la Congregación de San Felipe Neri para la fábrica de su iglesia, lo que autorizó la Corona por Real Despacho de 1 de octubre del mismo año.
La consagración del templo tuvo lugar el día 17 de septiembre de 1719, celebrándose con tal motivo diversas fiestas religiosas que revistieron gran solemnidad, así como otras profanas, entre las que hemos de destacar una vistosa función de fuegos artificiales costeada por el Ayuntamiento, que entre el regocijo del público se quemó en la Plaza del Remolar (actual Plaza de San Felipe Neri). Algún tiempo después, en 1775, se le hicieron al templo diversas reformas que alteraron notablemente la buena ornamentación del mismo en su primera época, ya que con ellas desaparecieron las pinturas murales y el dorado de las pilastras, de las que años después continuaron advirtiéndose algunos vestigios.

También se realizaron en esta iglesia algunas obras durante el siglo XIX, de las que una de las más importantes fue el haber aumentado su número de capillas laterales de cinco a seis, formándose la del centro del lado de la Epístola, para la construcción de la cual se aprovechó una puerta que daba a la Plaza del Remolar.
.El aspecto exterior del templo es de una extremada sencillez, ya que ni siquiera dispone de la clásica portada de las iglesias gaditanas. Sobre su puerta campea el escudo de la Orden que lo fundara. La austeridad de la fachada está dominada por la inmensa bóveda cubierta de tejas clásicas, presentando en la esquina una torre cuadrara muy baja y sin remate alguno.
El interior del templo es de forma ovalada, según el profesor Miguel Martínez del Cerro, se tomó como modelo para su construcción la iglesia romana de San Jacomé del Corso. Tiene una longitud de 26,62 metros de largo por 16,70 de ancho. No posee naves laterales y todo él se encuentra rodeado de capillas.
El techo está formado por una gran cúpula con tres elipsis concéntricas y el templo está circundado por una triple balconada. La construcción debió resultar costosa, pues la mayor parte del mármol empleado fue traído de Génova.
Se trata de un templo barroco de planta elíptica articulado mediante parejas de pilastras jónicas adosadas a sus muros con hornacinas intermedias, entre las que, a través de un cuidado ritmo compositivo y simétrico, intercala capillas laterales de distintos tipos y composición.

El trazado vertical de este primer cuerpo de la iglesia queda interrumpido mediante una balconada longitudinal y continua apoyada sobre cornisa, de gran efecto visual, que a su vez se rompe junto al Altar Mayor para permitir su remonte sobre todos los demás, marcando así el eje principal de la composición. Por encima de él un segundo cuerpo vertical apenas sin huecos y con una decoración muy plana repite el ritmo de las pilastras inferiores y plantea una nueva balconada sobre cornisa, esta vez continua y cerrada de donde arranca una primera bóveda elíptica con estudiado juego de ventanales a ejes con los altares, que a su vez se corona por una tercera balconada cerrada que mediante un acertado juego arquitectónico soporta dos nuevas bóvedas elípticas concéntricas que cierran el templo.
No cabe duda de que la concepción espacial de esta iglesia es de las más complejas y logradas de cuantas existen en la ciudad; y tanto la ausencia de elementos intermedios como la potente luz que se filtra por los altos ventanales de la bóveda, hacen de este templo un ejemplar de singular belleza.
En tiempos estuvo unida al colegio marianista de San Felipe Neri.
Capillas y retablos
El contorno del templo lo constituyen siete capillas, incluida la mayor, de las que seis poseen retablos barrocos de madera dorada ,de distintas épocas, siendo los más antiguos el de La Anunciación, de clara influencia sevillana, y el de los mármoles genoveses de la Capilla del Sagrario, fundado por el marqués de Cinco Torres.
Retablo mayor
En su frente principal, se levanta el suntuoso Retablo Mayor, obra rococó de madera dorada, realizado a mediados del siglo XVIII. Consta de un cuerpo, dividido en tres calles por columnas corintias, sobre el que se eleva un ático, y está presidido por una espléndida pintura de La Inmaculada, obra del artista sevillano Bartolomé Esteban Murillo hacia 1681. En las calles laterales se sitúan las imágenes de San Servando y San Germán y, en el ático, San Felipe Neri, flanqueado por San Pedro y San Pablo, curiosamente se colocan sobre las columnas principales del retablo, quizá por la consideración que se tiene de estos santos como pilares de la Iglesia. Todas ellas obras en madera policromada, contemporáneas del retablo. Sobre la clave del arco de acceso al presbiterio hay un lienzo ovalado que representa al Padre Eterno, del pintor murillesco Clemente de Torres. La bóveda fue pintada al fresco en 1719 por Pedro Tomás Gijón, si bien actualmente estas pinturas permanecen ocultas por un repite posterior.
La Inmaculada de Murillo
Merece una mención especial el cuadro que se encuentra en el centro del retablo del altar mayor, que representa a la Inmaculada, obra de Bartolomé Esteban Murillo, de la que puede destacarse sin duda que es la última que pintó. El lienzo mide 2,77 metros de alto por 1,86 de ancho y corresponde a una época avanzada del que fue gran pintor sevillano, siendo de una gran belleza su acabado.
Diversos críticos e historiadores coinciden en afirmar que este cuadro fue pintado durante la última estancia de Murillo en Cádiz (Septiembre de 1680-Enero de 1682), con ocasión de estar realizando los lienzos para el altar mayor de la iglesia conventual de Santa Catalina.
El investigador sevillano y gran conocedor de la obra de Murillo, Santiago Montoto, escribió de esta Inmaculada que una circunstancia le inclina a creer que Murillo pintó el rostro de su hija Francisca María en las Inmaculadas de Capuchinos y San Felipe Neri.
Algunos historiadores cuentan que Murillo pintó este cuadro para un caballero de la Corte, quien, al no quedar satisfecho de la obra, se negó a pagar por ella lo acordado. Por ello Murillo lo donó a los Padres Filipenses.
Capillas del lado del evangelio


•La primera capilla del lado del evangelio está presidida por un retablo de estípites, realizado en madera dorada durante la primera mitad del siglo XVIII. La hornacina central contiene una Dolorosa de candelero del siglo XIX y en las laterales se sitúan las tallas de San Andrés y San Pedro, de madera policromada que, al igual que la imagen de la Virgen del Rosario que ocupa el ático, son obras contemporáneas del retablo. En los muros laterales se sitúan sendas vitrinas con las tallas de San Antonio y San Félix, esculturas barrocas de procedencia italiana, realizadas en los años centrales del siglo XVIII.


•Capilla del Sagrario: Fue cedida en 1719 a Bernardo Recaño con la condición de que en ella se instalase el sagrario del templo. En 1723 ya estaba construido el retablo, que es una destacada pieza barroca de origen italiano realizado en mármoles de colores, que ocupa todo el ámbito de la capilla. La obra está atribuida a Francesco María Schiaffino, aunque existe un desfase en la cronología al respecto. Está presidido por un crucificado de madera policromada, también de origen italiano, flanqueado por dos ángeles niños orantes a sus pies. Los muros laterales se articulan mediante ángeles atlantes, que sustentan capiteles jónicos sobre los que corre un movido entablamento. Entre ellos se abren hornacinas con las imágenes de la Virgen Dolorosa, Santa María Magdalena, San Bernardo y San Francisco de Asís, destacando en todas ellas su expresividad, lograda a través de la armonización de las actitudes y del complejo plegado de los paños. La bóveda se decora con yeserías a base de hojarascas que enmarcan medallones con motivos eucarísticos y cierra el ámbito de la capilla una balaustrada, ante la cual se encuentra la losa del panteón del marqués de Cinco Torres, propietario de la capilla en la segunda mitad del siglo XVIII, cuyo escudo preside el arco de acceso. Sus restos fueron trasladados desde este panteón a la cripta del templo en 1919.


•La siguiente capilla está ocupada por un gran altorrelieve de madera policromada, que representa la Epifanía, realizado en 1728 por José Montes de Oca. Tanto la composición como la ejecución de esta obra ponen de manifiesto la tendencia hacia los modelos montañesinos del referido autor. Sobre la mesa del altar hay una expresiva cabeza de San Juan Bautista, en barro cocido, atribuida al escultor dieciochesco granadino Torcuato Ruiz del Peral, que estuvo en el Oratorio de la Santa Cueva y, porque distraía la atención de los fieles, fue donada por el Marqués de Valde-Íñigo a los Padres Filipenses. Es una obra que impresiona por su gran realismo.


Capillas del lado de la epístola
La primera capilla, donde está enterrado el alarife Blas Díaz, autor de las trazas originales del templo, tiene un retablo de madera dorada, realizado hacia 1738. Se sustenta mediante estípites y está presidido por un altorrelieve que representa la Encarnación, a cuyos lados se sitúan las imágenes de San Juan Bautista y San José, presidiendo el ático el Padre Eterno. Todas estas obras, realizadas en madera policromada, fueron talladas por José Montes de Oca hacia 1738-1739. En la capilla central se situó originariamente una puerta lateral, pero fue cerrada durante la reforma dieciochesca, colocándose en este lugar el actual retablo rococó, hoy parcialmente oculto para ubicar las imágenes de la cofradía del Cristo de las Aguas. El crucificado y la Dolorosa son obra de Francisco Buiza (1982) y el San Juan, de Antonio Eslava (1951). •La tercera capilla tiene un retablo de estípites en madera dorada, de esquema semejante a los anteriormente descritos y está presidido por una talla del Niño Jesús, sobre la que hay un crucificado de marfil situado ante una ráfaga con el Corazón de Jesús, obras fechables a mediados del siglo XVIII. En el ático hay un lienzo con el Corazón de María y en los muros laterales se disponen sendas vitrinas, con las tallas dieciochescas de la Inmaculada y el Niño Jesús Pasionario.
En las hornacinas, que se abren entre las pilastras que articulan el templo, se disponen varias esculturas de madera policromada, de probable origen genovés, fechables a mediados del siglo XVIII y, a los lados de la puerta de acceso al templo, dos aguamaniles de mármol blanco, realizados en Génova en ese mismo siglo y relacionadas con las esculturas de la Capilla del Sagrario.
En la sacristía se conserva un crucificado de madera policromada, realizado a mediados del siglo XVII y atribuido a José de Arce. También se guardan algunas piezas de orfebrería del siglo XVIII, entre las cuales hay un ostensorio, un juego de candelabros y dos relicarios.
Placa conmemorativa del Primer Centenario de la Proclamación de Las Cortes de 1812 en el exterior de San Felipe Neri de Cádiz.Además de su indudable interés arquitectónico y artístico, la iglesia tiene especial significado histórico a nivel nacional por haber sido sede de las Cortes Generales que crean aquí la primera Constitución moderna española, modelo de otras que luego se elaborarían en Europa y América.
En el mes de Febrero de 1811, las Cortes españolas, que venían celebrando sus sesiones desde el 24 de septiembre de 1810 en el Teatro de las Cortes de San Fernando, ante la falta de seguridad para sus miembros, debido a la aproximación del ejército francés, decidieron trasladarse a Cádiz. En reunión secreta se designaron tres vocales para que se trasladasen a esa capital, para escoger y preparar el salón de sesiones. Los comisionados encontraron como más adecuado para ese fin la iglesia de San Felipe Neri, debido a su aforo y a que en las casas a ella contiguas, había aposentos suficientes para instalar las oficinas de la secretaría, archivos y demás dependencias necesarias para el alto órgano legislativo, así como porque la Comunidad de Padres Filipenses cedió el templo para tal fin con un patriotismo verdaderamente ejemplar. Ramón Solís afirma en “El Cádiz de las Cortes”, que era el lugar más indicado por su forma ovalada, la ausencia de pilares y por su planta, muy parecida a la del Teatro de las Cortes de San Fernando.
En un breve espacio de tiempo, se efectuaron en el interior del templo los trabajos necesarios a fin de habilitarlo para el nuevo uso a que había sido destinado, bajo la dirección del ingeniero de la Armada Antonio Prat, que también había acondicionado el Teatro isleño.
Una vez terminados estos trabajos, los diputados se trasladaron de San Fernando a Cádiz. La primera sesión que las Cortes celebraron en esta Iglesia tuvo lugar el día 24 de febrero de 1811 y en la misma residieron hasta el 14 de septiembre de 1813, fecha en que se trasladaron de nuevo a San Fernando. En cuanto a la función religiosa, se habilitó en una de las pequeñas casas entonces existentes en la calle Santa Inés, una modesta capilla donde decían misa diariamente muchos de los numerosos sacerdotes que eran diputados de las Cortes. Cien años más tarde, con motivo de la conmemoración del primer centenario constitucional, por iniciativa de D. Cayetano del Toro, se acordó la creación de un Museo Iconográfico (hoy Museo Histórico Municipal) que se ubicó en lo que había sido aquella capilla.
En esta segunda etapa de las Cortes de Cádiz, se desarrollaron los primeros éxitos parlamentarios de los diputados Tomás Izturiz, López Cepero, Argüelles y Martínez de la Rosa. Durante este espacio de tiempo, cerca de tres años, se celebraron un total de 1478 sesiones y se dictaron numerosos decretos de las Cortes. Pero la obra principal de las Cortes de Cádiz fue la redacción de la Constitución. La Comisión encargada a tal proyecto se constituyó bajo la presidencia de Muñoz Torrero el día 23 de Diciembre de 1810 y el proyecto se presentó por partes a la Asamblea el 18 de agosto de 1811. Una semana después comenzó el debate que, tras algunos intervalos, desembocó en la aprobación total del texto, a principios de marzo de 1812. La Constitución consta de 384 artículos repartidos en 10 títulos. Los dos ejemplares que se firmaron en aquellos años se conservan en el Archivo del Congreso.
La Constitución fue aprobada el día 11 de marzo de 1812, publicada el día 18 y jurada por los 184 Diputados presentes, de los 204 que integraban la Cámara entonces, al día siguiente, 19 de marzo, motivo por el que se conoció popularmente por La Pepa
La epidemia de fiebre amarilla que se declaró en Cádiz en el año 1813, por la que enfermaron 60 diputados, llevaron a las Cortes a trasladarse de nuevo a San Fernando. El 14 de octubre de 1813 las Cortes abandonan el templo de San Felipe Neri y vuelven a San Fernando, donde permanecerían hasta el 29 de noviembre de ese año. En esa fecha vuelven a Madrid, donde residirían hasta que en mayo de 1814 fueran disueltas por el Rey Fernando VII a su regreso de Valencia, donde había sido prisionero de los franceses.
En el año 1823 y a causa de la nueva intervención militar francesa en España, el Gobierno y las Cortes, huyendo desde Madrid y Sevilla, se refugiarán de nuevo en el Oratorio gaditano celebrando diversas sesiones ordinarias y extraordinarias.
De aquella efemérides queda un significativo recuerdo y homenaje en el exterior del propio templo, cuya fachada se organiza mediante pilastras jónicas de orden gigante, y entre las que se disponen numerosas lápidas dedicadas a aquellos diputados doceañistas, colocadas la mayoría en 1912 con motivo del primer centenario de las Cortes de Cádiz. Bajo la iglesia hay, además, una cripta con dos mausoleos que contienen los restos mortales de varios de los diputados de aquel evento y de las victimas de la represión del levantamiento liberal de 1820.

El palacio de los Marqueses de Recaño

El antiguo palacio de los Marqueses de Recaño fue levantado hacia 1730 en la zona más elevada del casco histórico. Sigue el esquema habitual de las casas de cargadores a Indias, que en esta ocasión se adapta a los gustos del barroco dieciochesco, caracterizado fundamentlamente por el afán de verticalidad. El elemento más singular del conjunto es la torre-mirador, que al ser la más alta de la ciudad se convirtió en 1778 en vigía oficial del puerto gaditano, tomando su nombre del primer vigilante, Antonio Tavira.

El 30 de agosto de 1787 se trasladó al edificio la Escuela Gratuita de Dibujo, Aritmética y Geometría, realizándose las reformas necesarias. Allí permaneció la Escuela de Nobles Artes de Cádiz hasta 1838. En 1857 se inaugura en la casa la Escuela Normal de Magisterio y posteriormente es adquirido el edificio por las Hermanas de la Caridad para la apertura del Colegio de Jesús, María y José.
En esta casa-palacio tuvo su primera sede el Tribunal Supremo en 1812, de donde se trasladó a Madrid.

La casa-palacio de los marqueses de Recaño, denominada también Torre Tavira (Cádiz), forma parte de una manzana de mayor extensión, organizándose en torno al inmueble el viario y creándose frente a su fachada principal un espacio urbano de mayor amplitud a modo de reducida plaza, que contribuye a resaltar la nobleza del edificio.

El inmueble tiene planta rectangular y presenta el esquema tipológico propio de las casas-palacio gaditanas. Su interior se estructura alrededor de un patio central con galerías en torno a las cuales se desarrollan las dependencias. Se compone de cinco plantas dispuestas con la organización funcional característica de la casa comercial de la burguesía gaditana: planta baja, entresuelo como oficinas, planta noble de residencia del propietario y una última, de menores proporciones, que usualmente habitaba la servidumbre. En este caso se ha añadido otra planta más que no se refleja en la fachada.
Columnas del patio central.El patio se compone de ocho columnas toscanas de mármol, sobre pedestales con decoración serliana [1] de cabezas de clavo, en las que apoyan vanos de medio punto cuya rosca se encuentra decorada con molduras, ménsulas en la clave y motivos vegetales. Sobre el conjunto se dispone un friso con metopas, capiteles colgantes, pinjantes y entablamento superior con mútulos [2].
Este entablamento da paso al segundo piso en el que cada uno de sus frentes presenta pilastras jónicas que alternan con vanos adintelados, cubiertos con antepecho de hierro y enmarcados por molduras cuya clave va señalada con racimos de frutas. Una línea de cornisa da paso al pequeño friso sobre el que se asienta un entablamento decorado con mútulos. El conjunto decorativo de los dos cuerpos está pintado en color blanco y destaca del color rojizo del paramento.
Balcones de planta superior.Sobre esta segunda planta se levanta un antepecho compuesto de pequeños pilares que dan lugar al tercer piso. Tanto éste como el piso superior se encuentran retranqueados respecto al patio.

En el centro del patio se ubica una columna toscana sobre pedestal, de carácter votivo, en cuya zona superior muestra la imagen de Nuestra Señora del Rosario realizada en mármol.
En el lado izquierdo del patio, respecto a la entrada, se abre la escalera principal. Tiene una portada de acceso compuesta de un vano adintelado moldurado y flanqueado por pilastras jónicas. En la zona superior una pequeña cornisa da paso a un frontón partido compuesto de volutas y mútulos en cuyo centro muestra un escudo con corona superior.
La escalera se compone de tres tramos delimitado el último con antepecho de balaustres de mármol. El primer tramo está cubierto con dos bóvedas de crucería decoradas con yeserías. Muestran en la clave un florón y en los plementos [3] motivos de flores circundados con roleos, hojarascas y frutos, todos de gran carnosidad.
Asimismo, la cubierta de la caja de escalera se cubre con bóveda de arista. Su decoración se organiza en torno a una gran macolla central dispuesta en la clave, hacia donde converge la decoración que cubre los plementos , compuesta de una láurea central con motivos frutales, rodeados de profusa decoración de volutas, acantos y racimos de frutos que alternan con cabezas de angelotes dispuestos en los cuatro arranques de la bóveda.
El acceso desde el zaguán al interior del inmueble está cubierto con una cancela de hierro. Consta de un vano adintelado cubierto con puerta de balaustres y roleos en la zona inferior, flanqueado por tres bandas fijas rectangulares decoradas con labor de candelabro. Está coronado con medio punto superior, compuesto también con decoración de un candelabro en el centro del que parten roleos de formas vegetales que cubren la luz del arco.
El inmueble presenta al exterior tres fachadas con alzado de cuatro cuerpos separados por cornisas. La fachada principal se ubica en la calle Marqués del Real Tesoro y se organiza en torno a la gran portada como eje axial. El primer cuerpo presenta el paramento labrado en piedra ostionera vista, se articula a través de la portada a cuyos lados se abren pequeños balcones correspondientes al entresuelo y una pequeña puerta situada en el ángulo izquierdo de la zona baja que da acceso a la torre. En los dos cuerpos superiores se abren balcones apoyados sobre repisas y dispuestos simétricamente respecto a la portada, siendo el último cuerpo de menor altura que los anteriores. Termina la fachada con un amplio friso articulado con pequeñas pilastras y coronado por una cornisa de mayor vuelo que las inferiores. Las otras dos fachadas se abren una a la calle Sacramento y la otra a la calle Javier de Burgos. Tienen menor importancia ornamental.
La portada principal está construida en mármol blanco. Se estructura mediante un vano adintelado con ángulos rebajados, flanqueado por dos columnas toscanas con el tercio inferior del fuste acanalado, sobre altos pedestales cuyos frentes presentan cabezas de clavo. El vano de acceso se encuentra enmarcado por un baquetón y moldura, la cual se extiende formando sobre el dintel una decoración a modo de frontón curvo partido y volutas en cuyo interior aparece una cartela circular sin labrar y decoración a base de motivos vegetales, racimos y rocalla. De la clave del citado frontón arranca una ménsula a modo de repisa que junto con el entablamento situado sobre las columnas, dan paso al balcón cuyo vano coronado con un frontón triangular y cubierto con antepecho de hierro cierra la composición de la portada


La Casa del Almirante

La Casa del Almirante es una casa-palacio de Cádiz, España, producto del comercio indiano de la ciudad, situada en la plazuela de San Martín, fue mandada construir a finales del siglo XVII por la familia del almirante de la Flota de Indias Don Diego de Barrios. Del exterior destaca la magnífica portada de mármoles de Génova, salida del taller de los Andreoli y montada por el maestro García Narváez. El patio columnado, la escalera bajo cúpula elíptica y el salón del piso principal dan aún muestra de su nobleza. Se trata de una casa-palacio de estilo barroco. En la grandiosa fachada, modificada por el hijo del constructor, D. Ignacio de Barrios, sobresale la portada de mármoles rojos y blancos, con dos cuerpos: el inferior con cuatro columnas pareadas de orden toscano y el superior con un balcón enmarcado por columnas salomónicas y frontón curvo con el escudo familiar, además de otros adornos propios del estilo. En la parte superior dos torres miradores con pilastras rematan el conjunto.En su interior son dignos de mención: el salón principal, de planta irregular con el escudo familiar pintado en el techo y el patio, de arcos apuntados sobre columnas toscanas; una cúpula elíptica sobre pechinas cubre la escalera.

El inmueble presenta una distribución tradicional local, cuya fachada está rematada con dos torres miradores en los ángulos, consideradas éstas como las más antiguas conservadas de la arquitectura civil de la ciudad, de las que derivan, posteriormente, las torres denominadas de terraza. Estas edificaciones eran un complemento casi imprescindible en toda casa de comerciante acomodado y se utilizaban tanto para el recreo como para vigilar, desde ellas, los movimientos del puerto.

Las circunstancias históricas y los rasgos estilísticos que posee la Casa del Almirante, hacen que pueda considerarse como uno de los ejemplos más significativos de la arquitectura civil doméstica gaditana del siglo XVII dentro de la tipología de casa noble. De gran importancia también, es el contexto de la evolución de la casa del comerciante de indias, figura fundamental en la conformación del actual casco antiguo de la ciudad. En el inmueble se conjugan armoniosamente la tradición española y las nuevas obras de importación italiana que a partir de fines del citado siglo llegan a la ciudad de Cádiz. Asimismo, se configura como un edificio decisivo en la estructuración urbanística de este sector del casco antiguo de Cádiz y en la organización de la plaza de San Martín, por cuanto su fachada principal y su monumental portada, realizada en mármoles rojizos de importación genovesa, ordenan el espacio de la citada plaza y organizan su visión y perspectiva.
El inmueble presenta forma irregular y un alzado de cuatro plantas. Su disposición interior está centrada por un patio en torno al cual se distribuyen las diferentes dependencias. La zona baja destinada para almacén, la segunda o entreplanta a oficinas, a continuación la planta noble que habitan los propietarios y la cuarta utilizada para vivienda del servicio.

Se accede al interior del inmueble a través de un amplio zaguán que comunica directamente con el patio. Este se encuentra descentrado hacia su lado derecho respecto a la entrada, tiene planta rectangular y está formado, en dos de sus lados, por galerías que descansan en dos arcos de medio punto sobre columnas de capitel toscano y cimacio superior, ambos realizados en mármol rojizo importado de Génova. Los arcos están decorados con molduras geométricas y ménsulas en la clave con motivos vegetales. El tercer frente del patio presenta la misma arquería pero adosada al muro, en el que se abren dos vanos adintelados cubiertos de reja. El cuarto lado que conforma al patio se corresponde con un muro de medianera en el cual se abren balconadas a la altura de la primera planta. Sobre estas arcadas que conforman los tres lados del patio, se levanta una amplia y moldurada cornisa sobre la que se eleva la fachada de la planta noble del edificio.
Esta presenta en cada frente dos vanos adintelados o balcones, enmarcados con molduras planas rectangulares y ménsulas en la clave. Entre los citados vanos se adosan al muro pilastras que conectan con otra cornisa superior sobre la cual se levanta un pretil que delimita una azotea, compuesto de pilares que alternan con antepecho de hierro. El cuarto piso se encuentra retranqueado respecto a los anteriores, en sus muros se abren vanos adintelados, asimétricos y de diferentes medidas.
En un lateral del patio se ubican dos brocales de pozo, ambos realizados en mármol blanco. Cada uno de ellos presenta planta ochavada [1], cuatro de sus ocho paños se decoran con relieves de mascarones que alternan con otros cuatro con el paramento liso.
El acceso a la planta principal se realiza a través de una escalera monumental, de tipo conventual que parte de la galería que conforma al patio en su costado izquierdo. Se resuelve en una caja rectangular cubierta con bóveda ovalada sobre pechinas, decorada con gallones de yeserías que convergen en un florón central, asimismo, las pechinas muestran cartelas y decoración vegetal. La escalera se compone de dos tramos, con peldaños de mármol y baranda de madera de caoba torneada. Bajo el primer tramo se dispone una estructura abovedada centrada por una columnilla de mármol.
Las distintas dependencias conservan su estructura original, cubiertas con sencillas techumbres de viguerías de madera, salvo la estancia que se abre paralela a la fachada principal, en la planta noble, que se cubre con techo raso de yeso en cuyo centro aparece, pintado al fresco, el escudo de armas de la familia, rodeado de cintas y motivos vegetales.
En el exterior el inmueble presenta tres fachadas. La fachada principal se abre a la plaza de San Martín, los muros del primer y segundo cuerpo y los ángulos del tercero están realizados con piedra ostionera [2]. El resto de la fachada se encuentra actualmente enfoscada y pintada de color almagra [3] . Consta de un alzado de cuatro plantas separadas mediante cornisa, salvo las dos primeras que están englobadas en una sola. La tercera planta que se corresponde con la zona noble es de altura superior a las del resto del edificio.
La fachada está ordenada mediante un eje de simetría centrada por la portada. Todos los vanos son rectangulares, los de la planta baja de acceso y los restantes en forma de balcones cubiertos con antepecho de hierro. La cuarta planta presenta dichos vanos con ménsulas en la clave y flanqueados por pilastras pareadas de orden toscano, cuyos fustes se decoran con esgrafiados imitando fábrica de ladrillos. Sobre este último cuerpo, en los extremos de la fachada, se elevan dos torres-miradores, sus plantas rectangulares repiten la misma disposición de la cuarta planta.
La portada destaca por su monumentalidad. Está realizada en mármoles rojizos de diferentes tonalidades importados de Génova. Consta de dos cuerpos, el primero ocupa la zona central de las dos primeras plantas del edificio. Se compone de un vano adintelado, con marco moldurado, flanqueado en sus laterales por sendas columnas pareadas de orden toscano, sobre altos pedestales y un cuerpo central troncocónico decorado con incrustaciones, sobre los que descansa el voladizo del balcón superior del segundo cuerpo, dispuesto con antepecho de balaustres de mármol blanco.
La zona superior de la portada se dispone en torno a un vano central, adintelado, con marco moldurado, flanqueado con columnas salomónicas y sendas pilastras terminadas en roleos [4]. En la zona superior remata un frontón curvo partido, en cuyo tímpano alberga el escudo de armas de la familia. Termina la portada una decoración compuesta de motivos vegetales y flameros.

Palacio de la Diputación Provincial

Es una construcción noble típica de finales del siglo XVIII estructurada en torno a dos patios cuadrangulares, con balcones abalaustrados y grandes ventanales. La piedra ostionera, material típicamente gaditano, embellece la parte inferior de la fachada y el color rosáceo, recientemente recuperado,recuerda su primer aspecto. El ingeniero militar Juan Caballero fue el arquitecto responsable de la construcción del palacio, una obra magnánima que se desarrolló entre los años 1770 y 1784 para que fuera sede de la Aduana, uno de los edificios civiles más importantes de la ciudad en esta época de esplendor. El Palacio de la actual Diputación Provincial fue el punto de partida del recorrido de proclamación de La Pepa. Ante él se realizó la primera lectura pública del texto constitucional. El edificio de la Diputación albergó en su origen a la antigua Aduana de Cádiz.
De estilo neoclásico, construido con piedra ostionera y mampostería enfoscada y encalada, su decoración exterior es muy sobria, de pilastras acanaladas de piedra ostionera vista, frontones triangulares y curvos en los vanos de la planta principal.

Reformado en la 2ª mitad del siglo XIX, con motivo de la visita de Isabel II a la ciudad, de esta reforma se conserva intacto el Salón Regio, de decoración exhaustiva (mármoles, cristal, madera de cedro, terciopelos, espejos, …), está situado en la planta noble, en el cuerpo central del edificio.
Dentro del plan de reformas de las murallas que cubrían el flanco del puerto de Cádiz se proyecta la construcción de tres edificios idénticos y próximos entre sí: la Aduana, la Casa de Contratación y el Consulado. De los tres sólo se ejecuta el primero, de estilo neoclásico, sobrio y de amplias y equilibradas proporciones.
Dentro del palacio cabe destacar el Salón Regio, realizado bajo la dirección del arquitecto Juan de la Vega, obra llevada a cabo en 1862, cuando el palacio sirvió como residencia a la reina Isabel II, en su viaje a Cádiz. Está decorado con mármoles y alfombras, destacando las pinturas al temple de su techo.
Su uso original fue de aduana dentro de la reordenación de la ciudad realizada durante la época de Carlos II. Posteriormente fue elegido como palacio de la Regencia durante el asedio de las tropas napoleónicas. Durante la proclamación del Cantón de Cádiz en su lugar comienza a funcionar la Junta General del Gobierno Provincial, presidida por Topete.

La Casa de las Cinco Torres

El conjunto conocido como Casa de las Cinco Torres, construido en 1771, son en realidad cinco edificios
correlativos de estilo barroco, situados en una de las zonas nobles cerca del puerto.
La Casa de las Cinco Torres es un ejemplo de las muchas casas de comerciantes que encontrarás a lo largo de tu paseo por Cádiz, pero ¿sabes cómo vivían los comerciantes gaditanos?¿Cómo desarrollaba su vida la burguesía de puertas hacia dentro? En la planta baja de cada uno de los edificios hay un amplio patio, a veces con aljibe para recoger el agua de llluvia, rodeado de almacenes de mercancías. En el entresuelo se situaban las oficinas o escritoriosdonde se realizaba la actividad mercantil o burocrática. La vivienda familiar se situaba en la segunda planta y las habitaciones exteriores se abrían a la calle con amplios balcones. La tercera planta, de altura considerablemente menor, se dedicaba al personal de servicio. En la azotea se situaban torres de dos pisos cuya principal misión era servir de mirador para ver el movimiento de los barcos. Con diferentes estilos y elementos, en algunas ocasiones estas torres vigía o torres mirador izaban banderas que ayudaban a los barcos a identificar las casas desde el mar.
Está formado por las fincas número 5-D, 6, 7, 8 y 9 de la Plaza de España en la ciudad de Cádiz. A pesar de ser fincas independientes forman un conjunto de carácter homogéneo, presentando características singulares. Cada casa cuenta con cuatro plantas, pequeño patio interior y torre. Los cuerpos de las fachadas se separan por medio de cornisas y, a ellos, se abren vanos formando balcones y cierros, menos en la planta baja, donde se abren ventanas.



Todas las casas tenían portada, aunque actualmente faltan las de los números 5D y 6. Eran iguales y ocupaban los dos primeros cuerpos, resolviéndose mediante un vano rectangular sobre el que va un balcón, enmarcándose el conjunto por dos pilastras de capitel toscano que recorren ambas plantas y cuyos fustes se decoran con pinjantes bajo los capiteles. Los antepechos se decoran con pináculos de murete mixtilíneo en donde van los pinjantes. Los patios, pequeños, se resuelven con galerías.
Todas las torres son de planta cuadrada, del tipo garita, a excepción de la casa número 5-D, que es poligonal. Hacen línea con la fachada, elevándose un piso, e integrándose en ella al curvarse la cornisa de la última planta hasta alcanzar la base de los balcones de las torres. Éstas se unen a los pretiles por muretes mixtilíneos con pináculos. El cuerpo se remata por cornisas, sobre las que va un antepecho liso con pináculo, rematado en perfil mixtilíneo en cada esquina. La torre situada en el edificio que hace esquina lleva en ésta dos pilastras de capitel toscano que conjuntan con las demás que van en las restantes plantas inferiores.
Las garitas ocupan el centro de las azoteas y son de madera, recubiertas por chapas de zinc. Son de tambor octogonal y se rematan por cornisa, abriéndose alternativamente en sus caras vanos rectangulares. Las cupulillas se coronan por remates decorativos.

BARTOLOME GOMEZ PLANA

 EL NIÑO.— Se trata de una de las publicaciones profesionales que más impacto produjeron en la opinión gaditana; una revista médico-social dedicada totalmente al niño ,del que se ocupa en todos sus aspectos, incluyendo el pedagógico y el filosófico, dando sanos y útiles consejos a todas las madres . Su director, el doctor Bartolomé Gómez Plana, goza de un merecido prestigioen nuestra ciudad, valorándos e muy cumplidamente su obra bien hecha, obra de corazón, que en vez de ventajas le ocasionaba casi siempre respondercon su soldada a los crecidos gastos que, antes como ahora y como siempre, origina toda publicación.Gómez Plana tiene garra. Ha iniciado su ejercicio como médico en un pequeño pueblo de la provincia de Huelva, Santa Ana la Real, en – donde se da perfecta cuenta de que la profesión elegida implica, tanto o más que un medio de vida, un verdadero sacerdocio.

El médico en el pueblo constituye una estampa vivida frente a la enfermedad y el caciquismo. Menos mal que su estancia es corta y pronto se reintegra a Cádiz para desempeñar el cargo de Médico de la Beneficencia Provincial, adscribiéndosele a la Casa Matriz de Expósitos .Y en Cádiz se consagra romo una figura en el campo de la Pediatría. Sus «pobrecitos niños» le sorben el seso, pues son la preocupación permanente de todas sus horas, y más quizás aquellos que sobre no producirle beneficio económico alguno, le hacen sentir más

hondamente la injusticia social, patentizada en el hacinamiento existente en los barrios pobree de la ciudad; que, a lapostre, todo aunado, le con – vierten en un «simpático defensor de las clases trabajadoras»,incrementando su idealismo, no aprendido en los libros,sino en el yunque de la realidad. Gómez Plana, que sostiene que toda «sociedad que vive, demuestra su vitalidad con el
movimiento», se multiplica, y tanto es su trabajo profesional que encuentra como un sedante en su producción periodística.Ya he escrito en otra ocasión de la revista «Cádiz Médico», muy importante. Y ahora toca hacer referencia a «El Niño»que, nacida en abril de 1921 ,alcanza larga vida, hasta setiembre de 1928 .
Contaba con un buen plantel de colaboradores : Juan Reina Castrillón, Fernando y ManueI Quiñones Domínguez, ServandoCamúñez Echevarría, Angel Matute Valle, Servando A. de Dios, Joaquín Hurtado Núñez, Enrique Miranda Sánchez, R. de Castilla Moreno, Manuel del Río García, Francisco Aguilar Luque, Manuel Siurot, y Manuel Guerrero Martín, catedrático de Filosofía .Contaba, . asimismo, con secciones trascendentes : refranero,consejos maternos,pensamientos,miscelánea, varia,cuentos, bibliografía, fotos de profesionales y de niños, de otras revistas ; mereciendo destácarse los siguientes trabajos, por su proyección humana : consejos antiguos sobre los niños ; los Heredes modernos ; Mandamientos del padre, madre, niño, adolescente, contra esto y lo otro; de cocina infantil ; los 219 artículos de la Cartilla Sanitaria; los temibles peligros del alcoholismo ; dedicando un sentido comentario a la muerte del ilustre pedagogo Padre Andrés Manjón. Cincuenta años de médic oson muchos años en una vida que se eclipsa cumplidos los sesenta y : ocho. Y más cuando se viven intensamente, presidiendo todos sus actos la modestia, signo de la más alta valoración humana . En el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Cádiz una palabra condensa toda una obra : gaditano .’ En agosto de 1928 se encarga ya de la dirección de «El Niño» mi querido y viejo amigo el doctor José Gómez-Plana y Conte, por grave enfermedad de su padre, que muere un mes después .Y con motivo -de la semblanza del doctor Bartolomé Gómez Plana, un Médico ejemplar, no puedo por menos, dada la trayectoria humilde de mi vida,casi siempre a caballo sobre la
enfermedad que desequilibra al individuo al romper todas las ilusiones de futuro; que dar testimonio público de reconocimientoy de afecto a todos los Médicos que significaron tanto para mi, como también para tantas otras personas, igualmente atrapadas por la enfermedad con rumbo a la muerte prematura y desolada . Nombres de hombres que viven y que fueron, que no se me pueden olvidar nunca, y menos en la hora de ahora, cuando se camina por la inexorable última vuelta del camino .
Juan EGEA RODRIGUE

LA CASA ARAMBURU

Está situada en la calle Veedor número 3, sobre una obra del siglo XVIII, se introdujeron modificaciones en la segunda mitad del siglo XIX. Su estilo es isabelino y presenta fachada a dos calles, ordenada en pisos e hileras de vanos, con una decoracón de motivos eclécticos.
En su interior se refleja el gusto burgués por la ostentación y el lujo: el mármol en la solería del patio, escalera y galerías abalaustradas, los salones con decoración de pinturas y yeserías, los bronces, sobredorados, espejos y lámparas de cristal. Por su estado de conservación merece destacarse el salón principal y la capilla.

Se trata de un edificio de cuatro plantas. La planta baja está presidida por una monumental portada adintelada de mármol y enmarcada por pilastras corintias; sobre ella se coloca
el balcón principal de decoración barroca y encuadrado por estípites y frontón mixtilíneo. Uno de los elementos más característicos del edificio es su fachada, recubierta con azulejos en tonos azul y amarillo.
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En la planta superior apreciamos una galería formada por arcos de medio punto sobre pilares con columnas adosadas y la parte más alta del edificio posee un mirador.

LA INDEPENDENCIA

Murat entra en España.

Napoleón, triunfante en Europa, fija su codiciosa mirada sobre España, obligando al rey español Carlos IV, para que sea su aliado en la conquista de Portugal. Este es el pretexto que utiliza el ambicioso Emperador para invadir la Península.
A esta política de Carlos IV, instigado por su favorito Godoy, se opone su hijo, el Príncipe de Asturias Don Fernando.
El general francés Junot entra en España con sus tropas el 18 de octubre de 1807 apoderándose de casi todo Portugal, huyendo al Brasil los soberanos portugueses.
Continúan entrando tropas francesas en España, hasta unos cien mil hombres, al frente de los cuales pone Napoleón a su cuñado el general Murat.
Mientras parte de los ejércitos invasores ocupan el norte, un tercer ejército atraviesa los Pirineos Orientales y entra en Cataluña.
Godoy, inquieto ante las numerosas fuerzas invasoras, empieza a recelar de las intenciones de Napoleón, tratando infructuosamente de salvar la situación.
II. Entrada de Fernando VII en Madrid.
El Pueblo, con su claro instinto, nota algo anormal el constante movimiento de tropas extranjeras por el suelo español y se manifiesta en contra de la política de Godoy, amotinándose en Aranjuez contra el favorito del Rey.
Aumenta con esto el partido fernandista y, temeroso Carlos IV, destituye a Godoy y abdica en su hijo Fernando el 19 de marzo de 1808.
Cinco días más tarde, entra en Madrid el nuevo monarca Fernando VII, haciéndole los madrileños tal reconocimiento, que desde la Puerta de Atocha, por la calle de Alcalá, hasta el Palacio de Oriente, tardó seis horas.
Murat, que ha entrado con sus tropas en Madrid veinticuatro horas antes, no reconoce oficialmente al nuevo Rey y convence a Carlos IV para que dirija una carta a Napoleón, negando la validez de su abdicación.
Mientras tanto entretiene a Fernando VII, con la promesa que Napoleón en persona viene a verle.
III. El 2 de mayo en Madrid. ¡Que nos lo llevan!.
Murat convence a Fernando VII, para que salga hacia la frontera a recibir al Emperador y así, con engaños, llega hasta Bayona. Allí le proponen los franceses que renuncie al trono y, en vista de su negativa, esperan la llegada de Carlos IV, su esposa y el favorito de ambos, Godoy.
Fernando VII se da cuenta de la traición de los franceses al discutir con Carlos IV y devuelve la corona a su padre, el cual ¡abdica en Napoleón!.
Mientras tanto en Madrid, el ambiente es muy hostil hacia las fuerzas francesas y en una atmósfera cargada de inquietudes, llegamos al glorioso día del 2 de mayo de 1808; desde bien temprano se congregó la multitud ante el Palacio Real, en la Plaza de Oriente y al subir al coche para conducirlo a Francia al infantito Don Francisco, que iba llorando, alguien lanzó el histórico grito «¡que nos lo llevan!» y al momento, hombres y mujeres, rodean las carrozas tratando de impedir el viaje.
Las fuerzas del invasor disparan y la sangre de los primeros mártires de la Independencia española, abre una página gloriosa, grabada a sangre y fuego, en el libro de la Historia de España.
IV. En la Puerta del Sol lucha el pueblo heroico.
Al ruido de los broncos cañones y de los dispersos tiros, se propaga como reguero de pólvora por todo Madrid, la noticia de lo sucedido en la Plaza de Oriente. Los grupos de hombres y mujeres corren despavoridos lanzando gritos contra el invasor francés: «¡A morir matando…!, ¡No más esclavos!». La soldadesca francesa los sigue ametrallando y caen más muertos y heridos ante los Caños del Peral.
Poco a poco se va rehaciendo el pueblo de su primer estupor y surgen navajas, tijeras y palos, blandidos con furia por hombres, mujeres y mozalbetes, en tanto que de ventanas y balcones cae una lluvia continua de ladrillos, piedras, muebles y calderadas de agua o aceite hirviendo.
En la Puerta del Sol, se refugian en el templo del Buen Suceso niños y ancianos, en tanto que las heroicas mujeres madrileñas y los hombres indomables, presentan la primera resistencia sería al invasor.
Aquí no mueren sólo los defensores españoles, caen también los orgullosos soldados de Napoleón, continuando la lucha durante muchas horas y aún toda la noche.
V. Defensa heroica del Parque de Monteleón.

Los soldados españoles ¿qué hacen en tanto?. Acuartelados, sin órdenes directas del Rey, permanecen confusos y pasivos.
Sin embargo el capitán Daóiz no se resigna a ver impasible como muere su pueblo; arenga a sus soldados y entonces se les une el capitán de artillería Don Pedro Velarde, con treinta voluntarios más, al grito de ¡Viva Fernando VII!..¡Viva España!…
Se recluyen todos en el Parque de artillería, situado en el barrio de las Maravillas. Con ellos se encierra la flor y nata del barrio: manolos (habitantes de los barrios bajos: Rastro, Lavapiés, Puente y calle de Toledo,…) y chisperos (vecinos de los barrios altos: Maravillas, Barquillo, San Antón,….).
También se les une el teniente Ruiz, organizando entre todos la defensa del Parque de Monteleón; arrastran a brazo los cañones y solo tienen diez granadas.
Avanza la columna francesa del general Lefranc y, cuando están a tiro, disparan los cañones a través de la puerta, para que el estrago sea mayor; aumenta el entusiasmo del pueblo y el enemigo se retira. Pero Murat manda refuerzos numerosos y aquel puñado de valientes muere luchando heroicamente.
VI. Fusilamientos en La Moncloa.
A pesar del heroísmo español, lleno de casos de sublime patriotismo que se desarrollan en esta gloriosa y luctuosa fecha, no le cuesta gran trabajo a Murat arrollar a la muchedumbre que invade ya calles y plazas. Las tropas francesas que tienen tomadas de antemano posiciones estratégicas, penetran por los diferentes extremos de la capital.
Mientras que la guardia imperial acuchilla a los grupos, se destacan por su crueldad los lanceros y mamelucos, que fuerzan las casas donde suponen les han hecho disparos, degollando a sus habitantes.
Murat publica un bando, ordenando el fusilamiento de todo español que sea encontrado con armas de cualquier clase, siendo así fusilados sin formación de causa, centenares de infelices inocentes, simplemente por llevar cortaplumas o tijeras; el Salón del Prado y los desmontes de la Moncloa se empapan con la sangre de los mártires de la Independencia.
El genial pintor aragonés Don Francisco de Goya, traslada al lienzo aquellos cuadros de horror para asombro de generaciones futuras.
VII. ¡La Patria está en peligro! grita el Alcalde de Móstoles.
Tan ejemplar proclama dada contra el invasor en Madrid, pronto tiene resonancia hasta en el último rincón de España. A los viajeros que salen de Madrid, se les piden noticias sobre los antes olvidados negocios públicos, hasta en los villorrios y caseríos casi despoblados.
Se reúnen grupos para leer las cartas que llegan de la heroica villa y estrechándose unos a otros las manos, dan gritos de guerra que se extenderán por toda la nación.
En Móstoles, pueblo cercano a Madrid, su patriótico alcalde reúne a los vecinos y les arenga: «¡La Patria está en peligro!. ¡Madrid perece víctima de la perfidia francesa!. ¡Españoles, acudid a salvarla!…».
Hombres y mujeres, rivalizando en entusiasmo, se arman con trabucos viejos, navajas y palos, disponiéndose a combatir al invasor al frente de su españolísimo alcalde Don Andrés Torrejón.
Y es que el pueblo hispano, siempre hidalgo, cortés y hospitalario, no ha consentido nunca que pise como invasor del suelo patrio la plantilla de ningún extranjero.
VIII. José Bonaparte, Rey de España.
Sucesos tan importantes se conocen pronto en Francia, y Napoleón convoca un simulacro de Cortes españolas en Bayona.
Reunidas el 15 de junio, redactan una Constitución y proclaman Rey de España a José Bonaparte, a la sazón Rey de Nápoles.
El Rey José llega a Madrid el 20 de julio; poco después escribe a su hermano: «No me asusta mi posición, pero es única en la historia; no tengo aquí un solo partidario». En efecto, el pueblo español no deja de manifestar su odio.
Constantemente le llaman «Pepe Botella» y circulan dibujos caricaturescos y letrillas alusivas; es sabido que José Bonaparte no bebía. A España llegó animado de buenos propósitos y en contra de su voluntad. Dándose cuenta de la razón del pueblo español, escribe a Napoleón: «Tengo por enemiga a una nación de doce millones de habitantes, bravos y exasperados hasta el extremo… Todo lo que se hizo aquí el 2 de mayo, es odioso….; No se ha tenido ninguna consideración para este pueblo…. No, señor: Estáis en un error, vuestra gloria se hundirá en España…».
IX. Asturias, cuna de la Independencia.

El Rey «Intruso» entra en Madrid el 21 de julio de 1808. Cuatro días después se hace la proclamación entre la indiferencia del pueblo.
El movimiento popular, iniciado por el manifiesto del Alcalde de Móstoles, se propaga a Extremadura y Andalucía, pero por coincidencia histórica cabe a Asturias, la gloria de iniciar articuladamente el movimiento.
En Oviedo se hace el levantamiento el día 9 de mayo, apoderándose el pueblo de la casa de armas donde hay 100.000 fusiles; los estudiantes de la Universidad son de los primeros en armarse; las tropas fraternizan con el pueblo; las autoridades se ponen a la cabeza del movimiento y declaran solemnemente la guerra a Napoleón.
El 24 de mayo se había constituido su primera Junta Nacional, denominándose después «Junta suprema de Gobierno» para organizar el alzamiento. Se organiza un ejército y se envían a Londres dos comisionados para pedir el auxilio de Inglaterra.
El ejemplo de Oviedo fue seguido por Santander, Coruña, Cádiz y Sevilla con la mayoría de las ciudades no ocupadas por Francia.
X. El general Castaños. Rendición de Bailén.
Poco a poco, se van organizando las fuerzas españolas y en tierras de Andalucía, se cubren de gloria luchando contra el invasor:
El general francés Dupont, sale de Toledo con sus fuerzas, dirigiéndose a Cádiz. Derrota a los españoles que se le oponen en el Puente de Alcolea y entra en Córdoba entregando esta ciudad al más horroroso saqueo y a las violencias más escandalosas.
Mientras tanto los españoles, bajo el mando supremo del general Castaños, resuelven atacar al enemigo. El general francés sale de Andújar al anochecer del 18 de julio, deseoso de ocultar sus movimientos y salvar el inmenso botín del saqueo de Córdoba y Jaén. Castaños le corta el paso y tiene lugar en Bailén la célebre batalla en que fueron abatidas las águilas napoleónicas por vez primera el 19 de julio de 1808.
Tres días después se firmó la capitulación de Bailén, entregando los franceses banderas y 20.000 prisioneros de guerra así como vasos sagrados, robados a su paso por Andalucía.
XI. Primer sitio de Zaragoza. Agustina de Aragón.
Con la gran derrota infligida a los franceses en Bailén, queda tan comprometida la situación de la Corte del Rey José, que este decide marcharse de Madrid y retirarse con sus tropas hacia el Ebro, en espera de los refuerzos que le envía el Emperador.
Zaragoza ha sido sitiada por el general francés Lefebvre, que amenaza con pasar a cuchillo a todos sus habitantes si no se rinden; los valerosos aragoneses contestan negativamente y se aprestan a realizar la heroica defensa que los inmortalizará. Y cuando tras una pieza de la artillería española caen todos los hombres, surge la heroína famosa.
Es una mujer del pueblo, «Agustina de Aragón», pues con este nombre pasó a la historia, la que prende valerosamente la mecha del cañón que contiene a los asaltantes.
Una jota bravía brota de los enardecidos pechos:
«La Virgen del Pilar dice

que no quiere ser francesa,

que quiere ser capitana

de la tropa aragonesa.»
XII. La condesa de Bureta, heroína española.
Y también la nobleza, representada por otra mujer heroica, la condesa de Bureta, se bate contra el invasor.
La valerosa condesa, patriota infatigable y exaltada, se la ve muchas veces despreciar el fuego incesante, llevando provisiones y municiones a los combatientes y socorriendo a los heridos. Ante su casa, forma dos baterías en la calle y espera a los franceses, resuelta a combatirles hasta la muerte.
Esta gallarda mujer, de altivo porte y esbelta figura, arenga al paisanaje, empuña las armas y cuanto más rugen los cañones enemigos, más se agiganta su figura.
En estas gloriosas jornadas, los baturros dan generosamente su sangre en defensa de la independencia patria y cuando no tienen piedras ni sacos terreros para taponar las brechas que en las murallas hace la metralla enemiga, cierran con cadáveres de sus propios hermanos caídos.
Ante las amenazas de capitulación, contesta el general Palafox «¡Guerra a cuchillo!». Y el 31 de agosto los franceses levantan el sitio de Zaragoza, que les costó más de 3.000 bajas.
XIII. La Junta Suprema Central en Aranjuez.
José Bonaparte marcha de la capital de España, a consecuencia de la batalla de Bailén y de las sucesivas derrotas de los franceses.
Las Juntas Provinciales acuerdan entonces constituir una Junta Suprema Central gubernativa del reino, constituida por dos diputados de cada provincia. Al frente de ella ponen al anciano y respetable conde de Floridablanca, instalándose en el real sitio de Aranjuez; se celebra la primera reunión el 25 de septiembre de 1808.
También en Madrid se celebra en 1º de octubre, un consejo de generales, dividiendo en cuatro los ejércitos españoles: uno en Vascongadas y Norte de Castilla, a las órdenes de Blake; otro en Cataluña, mandado por Juan Manuel Vives; un tercero para el Centro, dirigido por Castaños y el cuarto para Aragón, al mando de Palafox.
Mientras Fernando VII permanece en cautiverio, acuerdan que el poder de la asamblea es soberano, procediendo la nueva Junta a ordenar la vida económica y militar del país.
XIV. Napoleón Bonaparte entra en España.

Viendo los hechos adversos para el ejército francés en la Península Ibérica, Napoleón en persona decide ponerse al frente de sus más aguerridas tropas y el 8 de noviembre entra en España con 250.000 veteranos, vencedores en las principales ciudades europeas.
Avanza desde la línea del Ebro y en una rápida campaña de tres semanas, el ejército francés derrota a las fuerzas españolas tan ligeramente formadas en Espinosa, Burgos y Tudela, avanzando camino de la capital de España.
El 20 de noviembre ataca Somosierra y aunque las tropas españolas, bien situadas, causan muchas bajas al enemigo, éste, superior en número y más organizado militarmente, pasa por la sierra del Guadarrama.
Ante la vista del Emperador, está ya el Madrid heroico, como presa codiciada. Y el día 2 de diciembre entra el corso en Chamartín.
La Junta española en pleno, marcha a Badajoz, con objeto de seguir organizando la resistencia.
XV. El Emperador de los franceses en Chamartín.

Sin perder tiempo, Napoleón dirige el ataque contra la capital de España con gran lujo de precauciones. La villa matritense no está fortificada y su guarnición se reduce a unos quinientos soldados.
Las huestes napoleónicas toman con facilidad el Retiro y poco después, el día 4 de diciembre, capitula Madrid.
Como si fuese Rey de España, Napoleón expide decretos desde Chamartín, creando con esto a José Bonaparte, que está en El Pardo, una situación desairada.
El 20 de diciembre entran en Madrid con gran pompa, el Emperador y su hermano José. A las pocas horas, ya instalado el Rey José en el Palacio Real, sale Napoleón de la capital, convencido de tener una España esclavizada y vencida.
A pesar de ello, aún tiene Napoleón que batir fuerzas a los ingleses que hay en la Península, cortándole por poco el paso a Francia.
Bonaparte se ha visto obligado a salir tan precipitadamente por la actitud de Austria, que según noticias recibidas, hacen necesaria su presencia en París.
XVI. Segundo sitio de Zaragoza.
Más de 36.000 hombres con sesenta cañones, bajo el mando de los mariscales franceses Moncey y Morlier atacan nuevamente a Zaragoza, defendida por los bravos aragoneses a las órdenes de Palafox.
Después de un mes de infructuosos ataques, el general Lannes organiza el ataque y después de haberse apoderado del Monte Torrero, el día 1º de febrero de 1809 penetran los franceses en la ciudad, luchando durante tres semanas calle por calle y casa por casa, se ataca al enemigo desde tejados y ventanas.
Se producen innumerables casos de heroísmo, pero el hacinamiento de los defensores y la escasez de víveres, producen el hambre y la peste.
La hermosa ciudad, que contaba al empezar el sitio con más de 55.000 habitantes, ya sólo tiene 18.000 y de éstos, 14.000 enfermos.
Ya sólo quedan 4.000 combatientes. El mismo Palafox, está enfermo; humanamente ya no hay posibilidad de resistencia y el 20 de febrero capitulan. Cuando entran los franceses, aquello no es una ciudad, ¡es un vasto cementerio!.
XVII. Sitio de Gerona. El general Álvarez de Castro.
Ha pasado un año desde la fecha gloriosa del 2 de mayo de 1808 y aún no está abatido el león hispano.
A Gerona, ciudad sitiada por dos veces inútilmente, trata de asaltarla por tercera vez el general Saint-Cyr, con 30.000 hombres y gran lujo de artillería. Cuentan los sitiados para su defensa con la protección de San Narciso, patrón muy venerado de la ciudad, con la fidelidad a su general Álvarez de Castro y con quince mil corazones de bravos españoles dispuestos a la lucha.
A ninguna intimidación quiere escuchar. Una granada abate la bandera que tremola en lo alto, pero un valiente apellidado Montoro la enarbola de nuevo, entre una lluvia de balas. Todo el verano atacan los franceses sin conseguir entrar.
Es asombrosa la entereza y sangre fría del general Álvarez de Castro y de los gerundenses; pero el hambre unido también a la epidemia, va diezmando a los héroes.
Más de 20.000 hombres perdieron los franceses, hasta ocupar la plaza el 10 de diciembre de 1809. Álvarez de Castro fue apresado y hay indicios de muerte violenta.
XVIII. Los ingleses ayudan a España.

Inglaterra ayuda a España en esta guerra de invasión. Desde Portugal entra en nuestro país un ejército bajo el mando del general inglés John Moore con intención de llegar a Madrid, pero en continua lucha con los soldados de Napoleón, es obligado a replegarse hasta La Coruña, donde después de encarnizada batalla, consigue Moore reembarcar a las fuerzas británicas para su patria, pereciendo Moore en esta empresa en enero de 1809.
Nuevamente se internan los ingleses en Portugal a las órdenes del general Wellington, al comenzar el año 1810, consiguiendo tomar la línea del Tajo.
En tierras portuguesas luchan los ingleses contra los soldados de Bonaparte, a los que manda el general Massena, siendo Coimbra y Torres-Vedras escenario de estas batallas, en septiembre de 1810.
Lord Wellington que reúne 130.000 hombres, entre su ejército y las milicias españolas y portuguesas, persigue al general Massena que se ve obligado a retirarse de Portugal hasta las Fuentes de Oñoro, donde nuevamente se abaten las águilas napoleónicas.
XIX. La actuación de los guerrilleros.
Los franceses encuentran la resistencia de las fuerzas regulares y las tropas inglesas, pero además hay un factor primordial en la historia de la guerra de la Independencia: ¡Los guerrilleros!.
Los guerrilleros pertenecen a diversas clases sociales y se agrupan por partidas al mando del más experto y audaz. Resucitan el ataque por sorpresa que ya fue empleado en otras épocas por el indómito pueblo español, favorecidos por el abrupto y quebrado terreno peninsular; acechan los movimientos del ejército enemigo, atacan avanzadas, asaltan convoyes y correos y tras causar pérdidas a los franceses, desaparecen por el desigual terreno que conocen mejor que los invasores, a los que desesperan y traen constantemente en jaque.
Así se inmortalizaron en Navarra, Javier Mina y su sobrino; en las montañas de Burgos, el cura Jerónimo Merino; en Salamanca, Julián Sánchez «El Charro»; en La Mancha, el médico Juan Palarea; en Cataluña, el barón de Eroles, Francisco Miláns del Bosch y tantos otros que supusieron enaltecer a la Patria.
XX. Francisco Espoz y Mina.

Fueron los guerrilleros tal pesadilla para los invasores, que el general francés Soult expidió en Andalucía este decreto: «No hay ningún ejército español fuera del de S.M. católica Don José Bonaparte. Así que todas las partidas que existan en las provincias, cualquiera que sea su número y cualesquiera que sean sus comandantes, serán tratadas como reuniones de bandidos y los individuos de ellas cogidos con las armas en la mano, serán fusilados y sus cadáveres expuestos en los caminos públicos». Los guerrilleros hostigan cada vez más a los franceses.
Entre los más destacados guerrilleros está el navarro Francisco Espoz y Mina, que tiene 30 años y combate al lado su tío Javier; en cuarenta y tres acciones de guerra vence a los más famosos generales franceses.
Al frente de su partida, toma varias plazas, imponiendo una contribución de 100 onzas de oro mensuales a la aduana francesa de Irún. Cuando muere en 1836, su viuda recibe el título de Condesa y el nombre del general Espoz y Mina se inscribe en el Congreso de los Diputados, entre otros héroes de la libertad.
XXI. Juan Martín, «El Empecinado».
Un guerrillero aventaja a todos en fama: Juan Martín Díaz, conocido por el sobrenombre de «El Empecinado». Nacido en Castrillo de Duero (Valladolid), tiene 33 años al estallar la guerra de la Independencia. Antes luchó contra Francia en el Rosellón.
Su fortaleza física, hermana con su corazón generoso y amor a la libertad. Empieza formando una guerrilla de media docena de convecinos equipados y armados por él mismo. Con ellos intercepta correos, combate y hace prisioneros.
Sorteando mil peligros, lleva unos pliegos importantísimos al general inglés Moore. Recibe mil duros de recompensa por este servicio, los que dedica a comprar caballos y monturas para aumentar su guerrilla. Con ella se convierte en el adversario más temible de los franceses.
Sus muchas hazañas, le valen ser nombrado general por la Regencia. Más tarde fue perseguido por pedir a Fernando VII que restableciera la constitución. Cuando en 1825 le conducen al cadalso, rompe sus ligaduras y muere luchando contra sus verdugos.
XXII. Cádiz muestra su temple resistiendo.
Durante el año 1810 nuevas desgracias amenazan a España.
Napoleón, después de vencer a los austríacos, envía más refuerzos a sus ejércitos de la Península.
Con estos refuerzos, el Rey José manda al general Soult hacia Andalucía. Con poca resistencia toman Sierra Morena, entran en Sevilla y sitian a Cádiz. A la población gaditana se le unen las fuerzas españolas de Extremadura y 5.000 hombres, entre ingleses y portugueses que envía el Gobernador de Gibraltar. Los gaditanos forman una milicia de 8.000 voluntarios. Cádiz es protegida desde el mar, por las escuadras inglesa y española.
El día 6 de marzo, un gran temporal causa a los españoles la pérdida de varios navíos, uno de ellos inglés. Los franceses disparan contra los náufragos arrojados a la costa y les incendian los buques.
A sus peticiones de rendición, las valerosas mujeres cantan:



XXIII. Se crea en Cádiz el Consejo de Regencia.

Resuelve la Junta Central trasladarse a la Isla de León.
Se nombra un Consejo de Regencia constituido por el Obispo de Orense Don Pedro de Quevedo y Quijano, el Consejero de Estado Don Francisco de Saavedra, el general Castaños, el marino don Antonio Escaño y el mejicano Don Miguel de Mendizábal.
Toda España, desde los Pirineos hasta Cádiz, se halla nominalmente en manos del Rey José, pero el pueblo se resiste y la guerra toma aspecto feroz.
Napoleón sólo concede beligerancia a los soldados de profesión y en vez de respetar el sentimiento patriótico de la nación que lucha por su independencia, trata a las tropas irregulares con bárbara crueldad y las mujeres son ultrajadas.
A los motivos personales, se une un sentimiento religioso, por haberse apoderado el Emperador de los estados Pontifícios y haberse llevado prisionero a Francia al Papa Pío VII.
Por estas causas, las guerrillas aumentan y el Rey José, acaba siendo sólo dueño de las plazas ocupadas por tropas francesas.
XIV. Proclamación de las Cortes de Cádiz.
Grande es la alegría del pueblo al saber que en Cádiz se han proclamado las Cortes generales extraordinarias el 24 de septiembre de 1810. Los diputados se reúnen este memorable día, en el Salón del Ayuntamiento de la Isla de León. Antes de iniciar la asamblea, se dirigen presididos por los regentes, a la Iglesia Mayor, donde oyen la misa del Espíritu Santo.
Los diputados prestan su juramento solemne con calma majestuosa:
-«¿Juráis- se les pregunta- defender la religión católica, apostólica y romana, la integridad del territorio nacional, el trono de Fernando VII y el desempeño fiel de vuestro cometido?.
– ¡Sí juramos!- responden con nutrida voz.
– Dios os lo premie si así lo hiciereis y si no os lo demande.»
Así nace la aurora de la moderna libertad española, en medio de una guerra contra un país extranjero, estando las Cortes rodeadas de baterías enemigas que no cesan de hostigarlas.
XXV. La guerra en el año de 1811.
En calamitosos días abren sus sesiones los representantes del país y hasta el 20 de febrero de 1811 no se trasladan a Cádiz. Los franceses bombardean la plaza sin cesar.
El general Castaños, ayudado por los ingleses, vence a las huestes de Napoleón en Extremadura. Este triunfo, unido a la ocupación por sorpresa del castillo de Figueras, levanta las caídas esperanzas.
Es muy brillante la defensa hecha por los españoles de la ciudad de Tarragona, en mayo de 1811. Bombardeada intensamente por el enemigo, los sitiados contestan con nutrido cañoneo y ametrallan a los asaltantes.
Los buques ingleses aumentan el horror de las sangrientas jornadas, descargando contra los franceses, terribles andanadas.
Muchos de los que bizarramente pelean, se ven acometidos por la espalda y mueren lastimosamente. Más de 4.000 habitantes perecen en la tenaz resistencia, siendo la Catedral el último reducto y el 28 de junio cae Tarragona en poder francés.
XXVI. La guerra en 1812. Batalla de los Arapiles.
Los guerrilleros viendo que las operaciones de los ejércitos tienen poca fortuna, mientras que las partidas combaten con buen éxito, intensifican sus acciones de guerra por sorpresa.
En enero y febrero de 1812, capitulan Valencia, Peñíscola y Denia, mientras que Tarifa resiste y Lord Wellington toma Ciudad Rodrigo.
Las Cortes promulgan en Cádiz la Constitución que es aclamada con entusiasmo por el pueblo el 19 de marzo. Se convoca a la nación a elecciones para Cortes ordinarias en el año de 1813.
Lord Wellington consigue tomar Badajoz y derrota completamente a los franceses en la batalla de los Arapiles, cerca de Salamanca, el 22 de julio; en esta batalla se les hacen 7.000 prisioneros y otros tantos muertos y heridos, entre ellos tres generales.
Triunfalmente llega el general inglés hasta Madrid, obligando a evacuarlo precipitadamente al Rey José, entrando victorioso en la capital de España el día 12 de agosto de 1812.
XXVII. Derrota de los franceses en Vitoria.

Wellington es nombrado por las Cortes «general en jefe de las fuerzas españolas» y se le concede el título de duque de Ciudad Rodrigo.
Las fuerzas del Rey José que salieron de Madrid, se unen a las del general Soult, comprometiendo la situación de Lord Wellington.
Este general marcha a Portugal para rehacer su ejército, circunstancia que aprovecha el Rey José para entrar nuevamente en Madrid el 2 de noviembre de 1812.
Napoleón no puede enviarle refuerzos por estar en lucha contra Rusia y le ordena trasladar la corte a Valladolid, a mediados de marzo de 1813.
Lord Wellington con sus tropas anglo-españolas obliga al Rey José a retirarse de Valladolid a Burgos, el 9 de junio de Burgos a Miranda y de Miranda a Vitoria.
Perseguido de cerca el Rey «Intruso» tiene que aceptar la batalla en el llano de Vitoria el 21 de junio de 1813, siendo derrotado y obligando al rey a cruzar la frontera precipitadamente.
Cae en poder de los españoles el equipaje del Rey, sus papeles íntimos y un inmenso botín, procedentes del saqueo francés.
XXVIII. Los franceses se retiran de España.
El general español Freire derrota a los franceses en San Marcial el 31 de agosto; el mismo día toman San Sebastián los anglo-portugueses.
Wellington toma Pamplona el 31 de octubre de 1813 y penetra después en territorio francés.
Napoleón trata entonces con Fernando VII, su prisionero de Valencey, para devolverle el trono de España, firmando un vergonzoso tratado de paz, que las Cortes ordinarias reunidas en Madrid a principios de 1814, rechazan el acuerdo firmado, por medio de decreto y manifiesto con fecha 2 de febrero.
El 6 de febrero abdica Napoleón en Fontainebleau. Se pacta la suspensión de hostilidades entre Wellington y los franceses Soult y Suchet, en los días 18 y 19 de abril de 1814, obligándose a devolver a España todas las plazas ocupadas.



«El valiente pueblo ibero

jura con rostro altanero

que hasta que España sucumba

no pisará vuestra tumba

la planta del extranjero»


de meencantacadiz Publicado en 1812

La Pepa, una constitución para América

La Pepa, una constitución para América
La constitución de Cádiz se promulgó hace 198 años. Manuel Chust pone de relieve la profunda influencia que tuvo en la independencia de la América hispana, en su organización política y en sus primeros ordenamientos legales.


Se cumple el 198 aniversario de la Constitución de 1812. Una constitución que se publicó hasta tres veces en España —1812, 1820 y 1836—, que se convirtió en el mito democrático en la primera mitad del siglo XIX, que transcendió a varias constituciones europeas y que impactó en los orígenes constitucionales y parlamentarios de la mayor parte de los Estados americanos durante y tras su independencia.
Sólo por esto ya hubiera merecido la inmortalidad. Sin embargo, la mayor parte de las investigaciones dedicadas a su estudio omiten o minusvaloran la importancia que para la revolución burguesa española tuvo transformar los territorios americanos en provincias del nuevo Estado, convertir en ciudadanos a los antiguos súbditos coloniales y, en tercer lugar, la trascendencia para los nuevos Estados americanos.

Las Cortes abrieron sus puertas el 24 de septiembre de 1810 en el teatro de la Isla de León para, posteriormente, trasladarse al oratorio de San Felipe Neri, en la ciudad de Cádiz. Allí se reunían los diputados electos por el decreto de febrero de 1810, que había convocado elecciones tanto en la península como en los territorios americanos y asiáticos. A estos se les unieron los suplentes elegidos en el mismo Cádiz para cubrir la representación de aquellas provincias de la monarquía ocupadas por las tropas franceses o por los movimientos insurgentes americanos. Las Cortes, por tanto, estuvieron compuestas por algo más de trescientos diputados, de los cuales cerca de sesenta fueron americanos.
Una Commonwealth en el XIX
En los primeros días de sesiones, la Cámara aprobó trascendentales decretos como la libertas de imprenta, la soberanía nacional o la inviolabilidad de los diputados y, el 15 de octubre de 1810, la igualdad de representación y de derechos entre los americanos y los peninsulares. Comenzaban una serie de propuestas y reivindicaciones americanas que se traducirían en varios decretos que transformarían la realidad colonial. La pretensión de los diputados americanos, respaldados por la burguesía criolla, era conseguir una autonomía para las provincias ultramarinas dentro de la Monarquía española. Así, se aprueban la abolición del tributo indígena, de la encomienda de reparto, de la mita, de la matrícula de mar, de los mayorazgos americanos y también de la libertad de cultivo, de comercio, de pesca, de industria, de desestanco del tabaco, la habilitación de puertos para el comercio, etc. Propuestas americanas encaminadas a abolir el entramado colonial y poner las bases de un mercado nacional con dimensiones hispánicas. ¿Un proyecto, anterior en un siglo a la Commonwealth de Gran Bretaña? Los decretos gaditanos tuvieron una amplísima repercusión y trascendencia durante las décadas posteriores, tanto en la península como en América.
La Constitución fue jurada en América, y su legado es notorio en la mayor parte de las repúblicas que se independizaron en los años veinte y treinta. Y no sólo porque les sirvió como modelo constitucional sino, también, porque esta Constitución estaba pensada, ideada y redactada por representantes americanos como un proyecto global hispánico y revolucionario. Parlamentarios como el novohispano Miguel Ramos de Arizpe, el chileno Fernández de Leiva, el peruano Vicente Morales Duárez y el ecuatoriano José Mejía Lequerica, entre otros, en los años posteriores se convirtieron en verdaderos Padres de la Patria en sus respectivas repúblicas.
Sin duda, a ello contribuyó la fluida comunicación entre América y la península, y viceversa. Cartas privadas, decretos, diarios, periódicos, el propio Diario de Sesiones de Cortes, panfletos, hojas volantes, correspondencia mercantil, literatura, obras de teatro, canciones patrióticas, etc., que a bordo de navíos españoles, ingleses o neutrales informaban sobre los acontecimientos de uno y otro continente. Hubo ideas, pero también hubo acción, dado que se convocaron procesos electorales municipales, provinciales y a Cortes, y se verificaron las elecciones, lo cual provocó una intensa politización en ambos espacios.
Asimismo, el envío de numerario por parte de consulados de comercio, dueños de minas, hacendados, recaudaciones patrióticas, etc., al Gobierno peninsular fue constante, e imprescindible para pagar la intervención de los ingleses, así como el armamento de las partidas guerrilleras tras la derrota del ejército español en la batalla de Ocaña, el 19 de noviembre de 1809.
Es importante insistir en que estas medidas contaban con el respaldo de las mayor parte de la burguesía criolla, partidaria de los cambios autonomistas y no necesariamente de la independencia de la Monarquía.

Código hispano
El producto de este intento de revolución fue una constitución con caracteres nítidamente hispanos. Los debates constitucionales comenzaron el 25 de agosto de 1811 y terminaron a finales de enero de 1812. La discusión se desarrolló en pleno asedio de Cádiz por las tropas francesas. Una ciudad bombardeada, superpoblada y con una epidemia de fiebre amarilla. El heroísmo de sus habitantes queda para la historia.


La redacción del artículo 1 constituye un claro ejemplo de la importancia que para el progreso español tuvo América. Fue el primero, y por ello, el más importante. Este es su famoso texto: «La nación española es la reunión de los españoles de ambos hemisferios». La construcción del Estado nación español queda definida desde parámetros hispanos. La revolución iniciada en 1808 adquiría, en 1812, otros caracteres especiales que los simples peninsulares. Aludía a una dimensiones colosales, la americana, la asiática y la peninsular. La Nación —es decir, el Estado nacional— quedaba constitucionalmente definida.
Derechos civiles
La cuestión americana estaba planteada, por tanto, desde el primer artículo. El Estado liberal tenía parámetros ultraoceánicos. La problemática de su realización se evidenció en la discusión de la redacción de los artículos 10 y 11. Por el primero se estableció entre americanos y peninsulares un primer acuerdo para organizar en provincias el nuevo Estado. Es notorio que esta primera redacción contó con el rechazo de los americanos, disconformes con la manifiesta diferencia numérica a favor de las provincias peninsulares frente a las americanas. Esto se convertiría en una cuestión política, porque los americanos reclaman un mayor número de provincias y una organización del Estado que se aproxima al federalismo. El artículo 11 solventó coyunturalmente el problema: tras un intenso debate, se decidió retrasar la definitiva estructura del Estado para una posterior ley, cuando las «circunstancias de la nación» —las peninsulares con la invasión francesa, la americana con la insurgencia— garantizaran una discusión sosegada. La Cámara reconocía su incapacidad para definir los territorios de su Estado. Y este problema sobrevenía, insistamos, por la incorporación de América como un conjunto de provincias en igualdad de derechos y de representación en el Estado nacional hispano.


Otros artículos fueron especialmente significativos, como el 22 y el 29. En el primero se reconocía a los mulatos la nacionalidad española —Derechos civiles— y el segundo les privaba de la condición de ciudadanos, es decir, de los derechos políticos. Esta medida fue una estrategia de los peninsulares para reducir el número de diputados americanos, ya que la ley electoral planteaba un sufragio universal proporcional a la población. Así, los representantes peninsulares se aseguraban un número de diputados similar al de los americanos, al excluir a casi seis millones de mulatos de los derechos políticos.


De espacial trascendencia fueron los artículos constitucionales referidos a ayuntamientos y diputaciones provinciales, en cuya redacción la comisión adoptó la Memoria presentada por Miguel Ramos de Arizpe diputado por Cohuila, para la organización y gobierno político de las Provincias Internas del Oriente de Nueva España. Fue de vital importancia para desentrañar un aspecto importante del proceso revolucionario de la península y América, como fue, a partir de sanción constitucional, la creación de ayuntamientos en todas las poblaciones que tuvieran al menos 1.000 habitantes. La propuesta provino del propio Miguel Ramos de Arizpe. Esto provocó una explosión de ayuntamientos en la península y, especialmente, en América, al procederse, tras la aprobación de la Constitución, a convocar elecciones municipales mediante sufragio universal indirecto y masculino. Eso constituiría un aspecto clave para la consolidación de un poder local criollo y un ataque directo a los derechos jurisdiccionales, privilegiados, de la nobleza. Aspecto fundamental para acabar con el régimen señorial en la península y con el colonial, en América.


La revolución iniciada en Cádiz suscitó la contrarrevolución fernandina. El 4 de mayo de 1814 se decretó la disolución de las Cortes, la derogación de la Constitución y la detención de los diputados liberales. Comenzaba el regreso del absolutismo.


Manuel Chust

Profesor titular de Historia Contemporánea en la Universidad Jaume I, Castellón.


de meencantacadiz Publicado en 1812

Las siete Torres

Nuevamente subí a la azotea,el levante soplaba fuerte,las numerosas antenas dibujaban ondas en su movimiento,y el reflejo del mar en la noche hacia imaginar la fantasía de antaño.Siguiendo los numerosos campanarios que resaltan,quise encontrar una respuesta  a la situación de cada templo,como queriendo descubrir secretos que solo serian visibles a vista de pájaro.Siete torres miradores se cruzaban en mi horizonte,orientado hacia poniente en el centro de la ciudad ,son siete las torres que se acoplan hasta llegar al faro del Castillo de San Sebastian .Al norte Siete torres quedando   la ultima linea la torre del antiguo Gobierno Militar así susesivamente y en cualquier orientación Siete eran las torres que se perdían en el horizonte hasta llegar al mar………
Esto hizo volar la imanación,y con el viento soplando en mi cara me traslade en el tiempo.Cada minarete,cada garita quien las construyo,quien las hizo,quien las habitaba,cuantos escritos perdidos,armadores,navieros,marinos,cuantas historias desde un mirador……..
Al fondo el mar como queriendo explicarlo,el horizonte cada vez mas cercano,la noche templa el sentido y el reflejo de la luna sobre las aguas como palabras se arquea en en un balance.
Conté de nuevo las torres pero esta vez mirando al Sur contemple la séptima torre pero algo me sorprendió,era al atardecer y la séptima torre hacia sombra sobre el malecón del Campo del Sur  como una magia extraña se reflejaba en las aguas que no eran ni verdes ni azules ,a esa hora su color era casi como de plata vieja………

Las siete Torres

Nuevamente subí a la azotea,el levante soplaba fuerte,las numerosas antenas dibujaban ondas en su movimiento,y el reflejo del mar en la noche hacia imaginar la fantasía de antaño.Siguiendo los numerosos campanarios que resaltan,quise encontrar una respuesta  a la situación de cada templo,como queriendo descubrir secretos que solo serian visibles a vista de pájaro.Siete torres miradores se cruzaban en mi horizonte,orientado hacia poniente en el centro de la ciudad ,son siete las torres que se acoplan hasta llegar al faro del Castillo de San Sebastian .Al norte Siete torres quedando   la ultima linea la torre del antiguo Gobierno Militar así susesivamente y en cualquier orientación Siete eran las torres que se perdían en el horizonte hasta llegar al mar………
Esto hizo volar la imanación,y con el viento soplando en mi cara me traslade en el tiempo.Cada minarete,cada garita quien las construyo,quien las hizo,quien las habitaba,cuantos escritos perdidos,armadores,navieros,marinos,cuantas historias desde un mirador……..
Al fondo el mar como queriendo explicarlo,el horizonte cada vez mas cercano,la noche templa el sentido y el reflejo de la luna sobre las aguas como palabras se arquea en en un balance.
Conté de nuevo las torres pero esta vez mirando al Sur contemple la séptima torre pero algo me sorprendió,era al atardecer y la séptima torre hacia sombra sobre el malecón del Campo del Sur  como una magia extraña se reflejaba en las aguas que no eran ni verdes ni azules ,a esa hora su color era casi como de plata vieja………
Seguí el paseo y me oriente hacia al suroeste buscando el malecón famoso de aquella ciudad ,quería perseguir al sol en su huida ,como si pudiera alcanzarlo …….. lo seguí hasta ver como desaparecía en el horizonte tras un castillo que iluminaba sus almenas en los últimos pasos del astro rey……
 Al asomar las rocas mas bajas en las resacas de las olas ,vislumbre un destello ,como un cristal llamativo ,pero duro solo un segundo pues una nueva ola lo cubrió.
Me había llamado la atención aquel objeto por lo que decidí esperar 
a que bajase la marea.Baje por una antigua escalerilla ,que no parecía muy segura y alcance a situarme encima de aquellos bloques porosos y rotos en sus formas por las fuerzas del oleaje ,sabia desenvolverme por aquellos terrenos aunque eran peligrosos y resbaladizos.Por fin localice el lugar e intente coger la piedra ,pero estaba pegada a algo mas grande enterrado ,con una llave rasque alrededor de la piedra y fui descubriendo algo parecido a una tapadera de una caja que conforme fui desenterrando logre sacar.Parecía un joyero  pero no pude abrirlo ,así que lo lleve a casa para intentar saber de su contenido aunque ya de por si el descubrimiento me pareció extraordinario……….

Las torres miradores

Las torres miradores hicieron mundialmente famosa a Cádiz. Eran lo primero que divisaban los viajeros que llegaban por mar, y observaban la silueta pintoresca y diferenciadora que le conferían a la ciudad. Las torres miradores de Cádiz son uno de los elementos más característicos de la arquitectura gaditana. Sin precedentes en la arquitectura de la baja Andalucía, se le atribuyen influjos norteafricanos. Generalizado su uso entre los siglos XVII y XVIII, en la maqueta de Cádiz de 1777, situada en el Museo de las Cortes (C/ Santa Inés) se pueden contar 160 torres miradores, de las que actualmente quedan aproximadamente 126.


En el siglo XVIII, no había comerciante gaditano que se preciara que al construir su casa no sumara en ella el añadido de una torre mirador. Las torres de Cádiz fueron el resultado del prestigio y auge que esta ciudad tomó con motivo de su comercio con las Indias occidentales.

Estas torres miradores solían tener planta cuadrada, de uno o dos pisos, con artesonado de madera en el interior. La excepción a esta regla la podemos encontrar en una torre situada en la calle José del Toro, que es la única con planta octogonal. Comúnmente se la conoce por “La Bella Escondida” porque no se puede ver desde la calle.
Fueron construidas en su mayoría en el siglo XVII y XVIII, momento en que la ciudad era el puerto oficial de entrada de toda la mercancía procedente de América. La población gaditana de aquel entonces se componía principalmente de comerciantes, de ahí la generalización de las torres miradores. Cada comerciante quería ver cuándo llegaba su barco.
Todo comerciante de la época que se preciara tenía en la parte superior de su vivienda una de estas torres, desde donde se controlaban la salida y entrada de barcos. Cada torre tenía su bandera para que los barcos la identificaran desde alta mar.
Las torres miradores de Cádiz son elementos característicos de su arquitectura dieciochesca y de su vinculación con la vida y el negocio del mar. Como muestra de ello, la mayoría están situadas a poniente, en aquellas casas que están delante de la canal de entrada al puerto dónde, por proximidad a éste, se establecía la clase noble de la ciudad.
Cádiz se transformó en el siglo VXIII en una de las ciudades más bellas de Europa, bien trazada, adoquinada, limpia, con casas más altas de lo común rematadas por una torre que servía de vigía. Era una ciudad de vida cara, un gran centro para el comercio, cosmopolita y con muchos extranjeros (genoveses, ingleses, franceses, holandeses…)
En 1717, Felipe V había dispuesto que se trasladasen a Cádiz la Casa de Contratación y el Consulado de Indias, por lo que la ciudad obtuvo el monopolio del comercio, dotando al puerto de Cádiz de una completa infraestructura y beneficiando enormemente al enriquecimiento de la ciudad. Aquel monopolio terminó en 1765, aunque este hecho no afectaría ni perjudicaría a Cádiz debido en parte a la extraordinaria situación geográfica de la ciudad y en parte también, a que los comerciantes gaditanos, inteligentes y capaces supieron desarrollar una actividad en consonancia con los intereses en juego.
En 1792, las ordenanzas municipales prohíben la construcción de torres miradores por inutilidad y peligro de derrumbamientos.

Las torres miradores

Las torres miradores hicieron mundialmente famosa a Cádiz. Eran lo primero que divisaban los viajeros que llegaban por mar, y observaban la silueta pintoresca y diferenciadora que le conferían a la ciudad. Las torres miradores de Cádiz son uno de los elementos más característicos de la arquitectura gaditana. Sin precedentes en la arquitectura de la baja Andalucía, se le atribuyen influjos norteafricanos. Generalizado su uso entre los siglos XVII y XVIII, en la maqueta de Cádiz de 1777, situada en el Museo de las Cortes (C/ Santa Inés) se pueden contar 160 torres miradores, de las que actualmente quedan aproximadamente 126.


En el siglo XVIII, no había comerciante gaditano que se preciara que al construir su casa no sumara en ella el añadido de una torre mirador. Las torres de Cádiz fueron el resultado del prestigio y auge que esta ciudad tomó con motivo de su comercio con las Indias occidentales.

Estas torres miradores solían tener planta cuadrada, de uno o dos pisos, con artesonado de madera en el interior. La excepción a esta regla la podemos encontrar en una torre situada en la calle José del Toro, que es la única con planta octogonal. Comúnmente se la conoce por “La Bella Escondida” porque no se puede ver desde la calle.
Fueron construidas en su mayoría en el siglo XVII y XVIII, momento en que la ciudad era el puerto oficial de entrada de toda la mercancía procedente de América. La población gaditana de aquel entonces se componía principalmente de comerciantes, de ahí la generalización de las torres miradores. Cada comerciante quería ver cuándo llegaba su barco.
Todo comerciante de la época que se preciara tenía en la parte superior de su vivienda una de estas torres, desde donde se controlaban la salida y entrada de barcos. Cada torre tenía su bandera para que los barcos la identificaran desde alta mar.
Las torres miradores de Cádiz son elementos característicos de su arquitectura dieciochesca y de su vinculación con la vida y el negocio del mar. Como muestra de ello, la mayoría están situadas a poniente, en aquellas casas que están delante de la canal de entrada al puerto dónde, por proximidad a éste, se establecía la clase noble de la ciudad.
Cádiz se transformó en el siglo VXIII en una de las ciudades más bellas de Europa, bien trazada, adoquinada, limpia, con casas más altas de lo común rematadas por una torre que servía de vigía. Era una ciudad de vida cara, un gran centro para el comercio, cosmopolita y con muchos extranjeros (genoveses, ingleses, franceses, holandeses…)
En 1717, Felipe V había dispuesto que se trasladasen a Cádiz la Casa de Contratación y el Consulado de Indias, por lo que la ciudad obtuvo el monopolio del comercio, dotando al puerto de Cádiz de una completa infraestructura y beneficiando enormemente al enriquecimiento de la ciudad. Aquel monopolio terminó en 1765, aunque este hecho no afectaría ni perjudicaría a Cádiz debido en parte a la extraordinaria situación geográfica de la ciudad y en parte también, a que los comerciantes gaditanos, inteligentes y capaces supieron desarrollar una actividad en consonancia con los intereses en juego.
En 1792, las ordenanzas municipales prohíben la construcción de torres miradores por inutilidad y peligro de derrumbamientos.

VIGENCIA DE LA CONSTITUCIÓN GADITANA

La Constitución de Cádiz tuvo vigencia hasta el 4-05-1814, cuando el rey Fernando VII la desconoció y de la manera más absolutista expresó: “la Constitución soy yo”. Fue un golpe muy duro para los liberales y masones, quienes, de inmediato, fueron perseguidos y encarcelados. Uno de ellos fue el célebre jurisconsulto y magistrado español José María Calatrava (1780-1846). Otros murieron en las mazmorras o en las cárceles del restablecido Tribunal de la Santa Inquisición (Decreto de 24-05-1814). De ahí que, este mal rey pasó de “deseado” a “rechazado”.

Entre otros famosos hermanos masones que murieron engrilletados, además del general De Miranda, encontramos al jurista limeño y electo diputado a Cortes, José Javier Leandro Baquíjano y Carrillo de Córdoba  y el abogado peruano nacido en Chile, Ramón Olaguer Feliú, quien, como diputado ante Cortes, fue integrantede la comisión encargada de saludar la llegada de Fernando VII a España, que había sido recientemente liberado por Napoleón. El rey no recibió a la comisión y, poco después, dispuso apresar a los diputados. Olaguer fue injustamente enjuiciado y condenado a ocho años de prisión, en el castillo de Benasque. Ahí falleció, ignorado y olvidado.

de meencantacadiz Publicado en 1812

LA PRIMERA REUNIÓN DE LAS CORTES

El 24-09-1810, se reunieron por primera vez 104 diputados en las Cortes Generales y Extraordinarias, en Cádiz –puerto andaluz protegido por la poderosa escuadra británica–. Después de año y medio, el 19-03-1812, 184 firmaron la aprobación de la Constitución. Y, un año y medio después, el 14-09-1813, 220 suscribieron el acta de disolución. De este total, el jurista e historiador del derecho peruano Juan Vicente Ugarte del Pino  señala que fueron 49 diputados americanos, de los cuales nueve registraron su origen del virreinato de Nueva Castilla (Perú): los abogados y hermanos masones Vicente Morales y Duárez y Ramón Olaguer Feliú (nacido en Chile); el canónigo Blas Ostolaza, el cusqueño de sangre real Dionisio Inca Yupanqui, Antonio Suazo, José Lorenzo Bermúdez, Pedro García Coronel, Francisco Salazar y José Antonio Navarrete, quien fue secretario de las Cortes.


 Dicho sea de paso, Ugarte del Pino hizo un gran aporte a la historiografía del derecho constitucional peruano al señalar la cantidad de nueve diputados compatriotasque participaron en esta magna asamblea, habida cuenta de que, antes de él, todos los tratadistas indicaron que solo fueron cinco diputados peruanos en las Cortes de Cádiz Los debates fueron intensos y profundos. Salieron a relucir la doctrina, la filosofía jurídica, la historia política, la realidad y el sufrimiento de los pueblos de las dos orillas del Atlántico –hispanos y americanos–, por lo que fueron objeto del más profundo análisis, de la acertada interpretación y de la convicción de legislar en provecho de ellos, bajo el influjo del iusnaturalismo, de la libertad y la igualdad. En este bagaje cultural, los hijos de la luz –los hermanos masones, como el conde de Toreno, De Argüelles– eran maestros y no obstante su superioridad intelectual yformativa, concedieron –por la misma naturaleza masónica– algunos aspectos que iban de la mano con la “intolerancia”, como el reconocimiento de la religión católica como única y oficial del Estado (monarquía), con la finalidad de no herir “el sentimiento religioso tradicional del pueblo español”, empero, lograron muchos avances al aprobar los derechos fundamentales que, sin duda alguna, sentaron la piedra angular de la libertad hispanoamericana.
En este contexto, debemos precisar que la Comisión de Constitución de las Cortes, encargada de redactar el proyecto de “Constitución Política de la Monarquía Española” tuvo como base lo elaborado por la Junta Central, en otras palabras, lo producido por De Jovellanos. Se constituyó el 2-03-1811 y estuvo conformada por 15 miembros. Entreellos, brillaron el asturiano De Argüelles y el peruano, jurista limeño y hermano masón, Vicente Morales y Duárez , quien llegó a ejercer la vicepresidencia y presidencia de las Cortes, entre 1811-1812.
La masonería y el liberalismo estuvieron más firmes y unidos que nunca en la elaboración de la Carta Magna española de 1812, llamada también Constitución de Cádiz o Constitución Gaditana, caracterizándose por ser una “verdadera Constitución nacional, liberal y revolucionaria”. Por ejemplo, dicho sea de paso, Morales y Duárez promovió el trato igual para indios y mestizos, supresión de la mita –moción propuesta por el diputado guayaquileño y hermano masón José Joaquín de Olmedo Marurí (1780-1847) y aprobada el 12-08-1812–,la libertad de imprenta (decreto de 10-10-1810 y consagrada en el artículo 312 de la Constitución), mediante la cual se estableció el derecho de imprimir sin restricción previa (censura) de ninguna clase y solo quedaba supeditada a la responsabilidad legal de lo impreso.

de meencantacadiz Publicado en 1812

EL ORIGEN DE LAS CORTES DE CÁDIZ

Está en la voluntad de los españoles patriotas que, a la par de rechazar la Constitución de Bayona de 1809 –Carta promovida por Napoleón para que España tuviera una ley fundamental de corte liberal–, también buscaron una solución constitucional a la crisis política de la Península frente a la invasión por parte de Francia, en 1808. Mientras los “afrancesados” se acomodaron con las huestes napoleónicas, los patriotas liberales y realistas se desvelaron en hacer funcionar la Junta de Gobierno, creada por el rey Fernando VII, antes de marchar prisionero a Valencay (Francia). De esta manera, “el rey deseado” devolvía “legítimamente” el poder al pueblo, representado en dicha Junta. Sin duda, con ello aseguraba la legitimidad del poder.


En este contexto, las “Juntas Provinciales” decidieron crear una “Junta Central”, conformada por 35 miembros. Ésta comenzó a sesionar en Aranjuez, el 25-09-1808, bajo la presidencia del viejo hermano masón y conde de Floridablanca (José Moñigo y Redondo, 1728-1808), quien actuó con legalidad y fidelidad. Ahí, falleció este ilustre político que se había iniciado por lo grande en la época de la Ilustración. Al lado de él, en sus últimos momentos, estuvo su entrañable amigo y hermano masón, a pesar de la diferencia de edades, lord Holland –el célebre Henry Richard Vassal Fox,… tercer barón de Holland (1773-1840), hermano masón York.
Los miembros de la Junta Central exigieron la convocatoria a Cortes, por lo que se expidió el decreto correspondiente (22-05-1809) y fue comunicado a los virreinatos para que elijan a sus representantes. Es más, el 8 de junio del mismo año, la Junta creó una “Comisión de Cortes”, que si bien es cierto estuvo presidida por el arzobispo de Laodicea, Juan Acisclo de Vera y Delgado, no es menos cierto que fue integrada por cinco miembros más, de los cuales había un connotado hermano masón, el asturiano Gaspar Melchor de Jovellanos. Esta comisión, a su vez, nombró otras, en las que llegaron a participar otros ilustres hermanos masones, como Agustín de Argüelles Álvarez, José Blanco-White, etcétera.
Palabras más palabras menos, lo cierto fue que De Jovellanos brilló por su talento convirtiéndose en el líder de los “realistas” y su opinión fue sumamente considerada y respetada. El célebre asturiano, como buen “anglófilo”, copió el modelo británico de las dos cámaras –tipo estamental– y el más absoluto respeto a los derechos fundamentales, incorporación de representación de nuevas ciudades y villas en las Cortes, dándoles cabida a los pueblos de Hispanoamérica, etcétera. En concreto, podemos afirmar que la posición del asturiano De Jovellanos fue, sin duda alguna, proamericana, dentro de su clara posición realista.
La posición de Gaspar Melchor –ahí estuvo presente la influencia de lord Holland–, triunfó en el seno de la Junta Central, la cual, mediante decreto del 29-01-1810, convocó a la reunión de Cortes Generales y Extraordinarias, compuestas por dos cámaras, para el 1 de marzo, del mismo año. Para entonces, la Junta se había trasladado de Sevilla a la Isla de León, frente al puerto de Cádiz. El decreto de la convocatoria fue redactado por el mismo De Jovellanos. El 31-01-1810, la Junta creó un “Consejo de Regencia” al que le transfirió todo su poder y autoridad de gobierno sin limitación alguna y, consecuentemente, resolvió su autodisolución. Sin duda, devino en ilegitimidad, aunque su resolución fue legal. Ello fue la piedra angular sobre la que basaron las juntas de Gobierno de Caracas y Buenos Aires la exigencia de que esa legitimidad es del pueblo –soberanía popular– y que era ilegítima la transferencia del poder de la Junta al Consejo de Regencia. En suma, se había desnaturalizado la legitimidad que el rey había otorgado a la Junta y ésta había cometido el delito o error de auto disolverse.
En este contexto, el 14-02-1810, el Consejo de Regencia envió a los virreinatos americanos la proclama de convocatoria e invitaba a los cabildos de cada capital a elegir a sus diputados: en una terna, y el electo sería por sorteo. Estas elecciones sólo se realizaron en México, América Central y el Perú. Medida que fue cuestionada en algunos reinos hispanoamericanos y, principalmente, rechazada, primero, por la Suprema Junta de Gobierno de Caracas y, luego, por la de Buenos Aires.
Lamentablemente, poco después, las autoridades del Consejo de Regencia no encontraron el decreto del 29-01-1810, y cuando los pueblos se reunieron en Cortes, lo hicieron en una sola cámara. Ello contrarió fuerte y profundamente a De Jovellanos, quien denunció públicamente el misterioso hecho. El aludido decreto convocatorio recién apareció en octubre de 1810, según apunta el egregio jurista español e historiador constitucional Joaquín Varela SuanzesCarpegna.

de meencantacadiz Publicado en 1812